Hace
mucho tiempo, antes de que los mapuches descubrieran el fuego, vivían en las
montañas en casas de piedra.
Cuando
Cheruve se enojaba rugía y todo temblaba alrededor, llovían piedras y se hacían
enormes ríos de lava. Desde el cielo, cada estrella que miraba era un antiguo
abuelo que se había ido a cazar avestruces en la galaxia.
El
sol y la luna eran el padre y la madre que los cuidaban y daban vida a la
tierra. Cuando por la noche se escuchaba el canto del chuncho, era señal de
malos presagios, de enfermedad o de muerte.
En
una de esas casas de piedra vivían Caleu, el padre, Mallén, la madre, y Licán,
la hija. Una noche estrellada Caleu descubrió en el cielo un signo nuevo, era
una enorme estrella de larga cabellera dorada en el poniente y era muy parecida
a la luz de los volcanes, ¿cuál sería su significado?
Por
las dudas, los mapuches empezaron a cuidar y a vigilar por turno sus casas de
piedra.
Como
se acercaba el invierno, las mujeres subieron a la montaña en busca de frutos.
Mallén y Licán buscaban piñas doradas, avellanas rojas, raíces y pepinos. Si no
terminaban antes de la noche tendrían que refugiarse en el bosque. Cargadas de
canastos de enredaderas, conversaban y reían sin notar que se hacía tarde.
El
tiempo fue pasando y cuando se dieron cuenta el sol ya estaba por esconderse.
Asustadas, las mujeres gritaron que debían descen-der a buscar refugio.
Caleu
les había advertido que podrían perderse en la oscuridad de la noche. Entonces
se fueron a la gruta del bosque por el sendero rocoso. Al llegar vieron en el
cielo del poniente a la gran estrella de larga cabellera dorada.
La
abuela Collalla dijo que era una estrella que traía un mensaje de los
antepasados. Los niños, asustados, se prendieron de la falda de sus madres.
Al entrar en la gruta
sintieron un ruido profundo, ronco, subterráneo. Se abrazaron invocando a los
espíritus protectores, el sol y la luna.
Cuando terminó, la
montaña continuaba temblando estremecida. Todos estaban a salvo y al mirar
hacia la boca de entrada de la gruta vieron que afuera caía una lluvia de
piedras que al chocar sacaban chispas.
Collalla empezó a gritar
que eran piedras de luz, regalo de los antepasados.
Las piedras rodaron cerro
abajo, incendiando un árbol gigante que se estaba secando al fondo de una
quebrada. Las mujeres se tranquilizaron al ver la luz. Era el fuego que les
mandaba la estrella, para que los mapuches ya no tuvieran miedo de la noche.
Cuando llegaron los
hombres a buscar a sus mujeres y niños, Caleu y sus amigos, tomaron una rama
ardiente y bajaron hasta sus casas. Los demás tomaron las piedras, las frotaron
junto a las hojas secas y armaron el fuego.
Desde entonces los
mapuches no volvieron a tener miedo, porque ya tenían como alumbrar, calentarse
y cocinar sus alimentos.
Fuente: María Luísa Miretti
028. anonimo (chile)
No hay comentarios:
Publicar un comentario