Cuento popular
Había una vez una
muchacha que vivía de la costura y cuyo padre era leñador. Un día, estando este
en el bosque buscando leña, se levantó delante de él una piedra grande. Debajo,
apareció un sapo, que le dijo:
-¡Ay, viejo! Si me
entregas a tu hija para casarme con ella, yo te prometo que te voy a dar mucho
dinero y no tendrás que buscar más leña.
-Bueno -le dijo el viejo.
El leñador regresó a la
casa y le dijo a su hija:
-Mira, como yo ya estoy
viejo y no quiero que te quedes sola cuando muera, he encontrado alguien para
que te cases.
-Bueno -dijo la niña.
Al día siguiente, fueron
padre e hija hasta donde estaba la piedra.
Esta se levantó y apareció el sapo. El viejo le dijo que le llevaba a su hija.
-¿Ves ese árbol que está
ahí? -le preguntó el sapo, señalando un algarrobo con un bulto en el tronco-.
Pues dale tres hachazos.
El viejo golpeó tres
veces el árbol, y salieron unas monedas de oro que él guardó en su poncho. La
hija se despidió del padre y se fue con el sapo. Entraron en la cueva bajo la
piedra, y resultó ser un palacio donde había todo lo que necesitaban. El sapo
le dijo a la niña:
-Mira, aquí te dejo con
todo esto, no te faltará nada. Yo no estoy por el día y vengo a las doce de la
noche. Pero júrame que, cuando llegue, no me mirarás.
Ella se lo prometió.
Y pasó el tiempo, y la
niña era feliz, pero empezó a pensar:
-¿Y cómo no lo voy a
mirar si es mi marido?
Y como no aguantaba más
sin conocerlo, decidió llevar una noche una vela con luz para verlo. A
medianoche, sintió unos pasos y se quedó quietita quietita. Cuando pensó que
estaba dormido, encendió la vela y lo alumbró. Vio que estaba tendido boca
abajo y que tenía el pelo como de oro. Del miedo de que el sapo se diera cuenta
de que le estaba mirando, se le cayó la vela y le quemó la pelecha [1].
El marido, entonces, se
despertó y, como vio que ella había roto su promesa, le dijo que se iría y que,
si quería encontrarlo, debía buscar al águila de los tres picos de amor. Sapo y
palacio desapa-recieron, y la muchacha quedó descalza en un desierto de dunas.
Con mucha pena, comenzó a
caminar. En eso, se encontró con la chuña [2].
-¿Usted sabe dónde está
el águila de los tres picos de amor?
-No, no la conozco.
La niña iba a seguir
caminando cuando la chuña le dijo:
-Ven, niña, te voy a
regalar este peine para que te entretengas.
La muchacha siguió
caminando y se encontró con el zorro:
-¿Usted no sabe dónde
está el águila de los tres picos de amor?
-No, no sé. Pregunte a
los vecinos, tal vez ellos sepan.
La niña ya se iba cuando
el zorro le dijo:
-Vuelva, niña, que le voy
a dar estos pericotes [3]
para que se entretenga y se le pase la tristeza.
Al poco, se encontró con
el quirquincho [4],
que le regaló un espejo, y después, con la iguana, que le regaló una guitarra.
El último de los animalitos que encontró le dijo:
-Niña, ya está cerca de
la casa del águila de los tres picos de amor.
Por fin llegó, y allí
estaba un águila vieja, sola. La niña le preguntó:
-¿Es esta la casa del
águila de los tres picos de amor?
-Para servirle -contestó
el águila-. Ahora no trabajo porque estoy muy vieja. Mis tres hijas salen a
buscarme comida, pero no están porque se casa el príncipe de cabellos de oro y
me van a traer tripas de corderitos.
La muchacha dijo:
-Yo estoy invitada a ese
casamiento y quiero ir, pero no puedo llegar. ¿Puede alguien llevarme hasta
allí?
El águila vieja sacó una
corneta y tocó tres veces llamando a sus hijas. Vinieron las hijas, pero se
demoraron un rato, pues estaban en plena preparación de los chivitos y de los
corderitos para la fiesta. El águila vieja les dijo a las hijas que llevaran a
la muchacha a la fiesta.
-Bien, pero ¿sabe que
nosotras comemos mucha carne?
-No importa -dijo la
niña-, yo les daré la carne que quieran con tal que me lleven al lugar del
casamiento.
-Bueno, creo que con una
pata de cordero alcanzará -dijo una de las águilas.
La muchacha aceptó, y le
dijeron que se montara en el lomo de una de las águilas. Se despidió del águila
vieja y salió para el lugar de la fiesta. El águila que la llevaba comió mucho
antes del viaje, pero le dijo a la niña:
-Cuando yo le pida, me
tiene que dar carne.
Por fin salieron. Y
después de volar un buen rato, el águila dijo:
-Deme de comer.
La muchacha sacó un
pedazo de carne y se lo puso en el pico. Así fue pasando el viaje: cada tanto
el águila pedía de comer y la muchacha le daba, hasta que la carne se acabó
justo poco antes de llegar al lugar. La muchacha se cortó entonces un pedazo de
nalga y se lo puso en el pico.
Cuando llegaron, el águila,
viendo lo que la muchacha había hecho para darle de comer, dijo:
-Veo que es usted una
persona muy buena.
Entonces abrió el pico,
largó el pedazo de carne y ella se lo puso en la nalga de nuevo.
Al llegar al lugar de la
fiesta, apareció una vieja, que dijo a la patrona:
-Señora, ha llegado una
invitada.
-Que pase.
Le dieron una habitación
para que esperara. Entonces la niña comenzó a peinarse, y el pelo cada vez
brillaba más. La vieja, que estaba espiándola, le dijo a la patrona:
-Señora, ¿por qué no le
compra el peine a la niña?
-Bueno, pregúntale que
por cuánto lo vende.
La vieja le quiso comprar
el peine, pero la muchacha le dijo:
-No, no quiero dinero,
quiero hablar con el joven que se va a casar.
La señora aceptó, pero la
niña no pudo hablar con él, porque estaba dormido. Así fue entregando sus
prendas y, cuando dio la guitarra, el joven se despertó, y ella comenzó a
hablarle:
-Yo soy tu mujer, ¿no te
acuerdas de que rompí mi promesa de no mirarte y de que quemé sin querer tu
pelecha?
La muchacha terminó de
contar la historia, y esto hizo que el joven saliera del encantamiento en el
que estaba. La reconoció y se quedó con ella para siempre. Y fueron felices y
comieron perdices.
015. anonimo (argentina)
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