En un pueblo vivían dos hermanos, Killiong y
Suriong. El primero era pobre. Suriong, en cambio, era rico pero avaro. Se
avergonzaba de su hermano a causa de su pobreza y no quería siquiera
reconocerlo. Cuando se casó su hija, no lo invitó al banquete de bodas.
Killiong se enfermó del disgusto y decidió salir a correr mundo en busca de
fortuna. En efecto, cogió un bastón, y por la noche, para que nadie lo viese,
abandonó su casucha. Ya en camino, oyó una vocecita que le decía:
-Ven conmigo, ven conmigo.
Killiong miró a su alrededor, pero no vio a
nadie. Sólo había una lucecita que parpadeaba frente a él, y de ella parecía
salir la vocecita, que insistía:
-Ven conmigo, ven conmigo.
Killiong siguió a la voz. Después de una buena
caminata, llegó a la cumbre de la colina que rodeaba al pueblo. Sobre la colina
vio volar muchas luces, que daban tanta claridad como si fuese de día. Killiong
oyó de nuevo a la voz, que le decía:
-Todo lo que deseas se realizará. Basta con
que vengas por la noche hasta aquí y golpees en la tierra con tu bastón.
Killiong se sorprendió mucho pero, de todos
modos, decidió hacer una prueba. Y como tenía hambre y sed, golpeó la tierra
con el bastón y dijo:
-Quiero comer y beber.
En el acto apareció frente a él una mesa
preparada con toda clase de alimentos y bebidas, cosas muy buenas que Killiong
no había probado en su vida. Comió y bebió hasta saciarse y volvió a casa.
Desde aquel día, vivió en la abundancia. Cada
vez que necesitaba algo subía hasta la cumbre de la colina, golpeaba la tierra
con su bastón y obtenía lo que deseaba. Construyó una hermosa casa nueva, salía
de paseo en coche de caballos y cada semana ofrecía un gran banquete a todos
los pobres del pueblo. Todos estaban perplejos pensando en cómo se había vuelto
tan rico, y el primer sorprendido era su propio hermano Suriong. Un día,
Suriong decidió hacer una visita a Killiong.
-Eres mi hermano -dijo Killiong, y por ello te
diré la verdad. Cuando era pobre no querías siquiera reconocerme como hermano.
Ahora sólo me reconoces porque soy rico, pero te perdono de corazón.
Y, en efecto, le contó toda la historia de la
luz que lo guió hasta la cumbre de la colina y lo que le había ocurrido allí
arriba. Suriong dijo:
-Querido hermano, no puedo creer eso, si no lo
veo con mis propios ojos.
-Nada más fácil. Aquí tienes el bastón: ve a
la colina, golpea la tierra con él y todos tus deseos se cumplirán.
Suriong cogió el bastón y fue a la cima de la
colina. Dio un golpe en la tierra y exclamó:
-Quiero un lingote de oro grueso como mi puño.
Dijo estas palabras y sintió que su mano se
ponía rígida. La miró y vio que se había vuelto de oro. Presa del terror,
Suriong dejó caer el bastón y acudió a casa de su hermano. Killiong lo consoló:
-No te preocupes. Ahora iré a la cumbre de la
colina, encontraré el bastón, daré un golpe en la tierra y expresaré el deseo
de que tu mano vuelva a ser de carne y hueso.
Killiong volvió a la colina, pero qa no pudo
encontrar el bastón. Cogió otro bastón y golpeó con él la tierra, pero todo fue
inútil: sus deseos ya no se cumplían. Killiong le restó importancia al hecho,
pues ya era bastante rico. Pero Suriong tuvo que resignarse durante toda su
vida a ser un manco con puño de oro.
026. anonimo (corea)
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