Había una vez una pareja
de ancianos que tenían una hija en edad de merecer. Un día llegó un mocetón a
pedir su mano y, para brindarle una buena acogida, la madre mandó a su hija a
la bodega por cerveza.
La muchacha fue a la
carrera, acercó la botella al barril y abrió el grifo. En cuanto la cerveza
comenzó a salir, la muchacha se puso a pensar: «Si me caso con este hombre -y
seguro que me casaré con él- y tenemos un niño, y este niño se hace daño en la
cabeza, ¿qué medicina le daré?».
Se sentó a pensar y, como
mantenía la botella bajo el grifo abierto, la cerveza se derramó y siguió
derramándose hasta llegar a la altura de sus tobillos. En la habitación de
arriba, la madre, cansada de esperar a su hija, decidió bajar a llamarla. Y en
cuanto la vio, gritó irritada:
-¿Qué estás haciendo
sentada aquí abajo? ¡Date prisa!
-Ay, madre -respondió la
muchacha. Estoy sentada aquí porque hay algo que me atormenta: cuando me case
con este hombre, y seguro que me casaré con él, y tengamos un niño y este niño
se haga daño en la cabeza, ¿qué medicina le daré?
-Tienes razón: ¿qué
medicina le darás? -se preguntó la madre sentándose junto a su hija. Y ambas
se quedaron allí, sin parar de pensar, manteniendo la botella bajo el grifo. Y
la cerveza comenzó a derramarse y siguió derramándose hasta que llegó a
cubrirles las rodillas.
En la habitación de
arriba, el padre se cansó de esperar a las dos mujeres y bajó corriendo a la
bodega para hacerlas subir. En cuanto las vio, gritó encolerizado:
-¿Qué estáis haciendo
sentadas aquí abajo? ¡Daos prisa!
-Ay, esposo mío
-respondió la mujer-. Estamos aquí sentadas porque hay algo que nos atormenta:
si nuestra hija se casa con este joven, y seguro que se casará con él, y tienen
un niño y este niño se hace daño en la cabeza, ¿qué medicina le darán?
-Tienes razón: ¿qué
medicina le darán? -observó el hombre y también él se sentó junto a las dos
mujeres. Y se quedaron allí, sentados los tres, sin parar de pensar, mientras
que la garrafa seguía bajo el grifo del barril. Y la cerveza se derramaba y
siguió derramándose hasta que les llegó hasta la cintura. El pretendiente, en
la habitación de arriba, se cansó de esperar a sus anfitriones y bajó a la
bodega a buscarlos. Los miró, estupefacto, y preguntó:
-Pero ¿por qué estáis
sentados aquí abajo frente al barril de cerveza? ¿Por qué no subís?
-Ah, querido yerno
-respondió el padre-. Estamos aquí sentados porque hay algo que nos atormenta:
si nuestra hija se casa contigo, y seguro que se casará, y tenéis un niño, y
este niño se hace daño en la cabeza, ¿qué medicina le daremos?
El mocetón, visto lo
visto, se guardó sus pensamientos para sí y se fue sin decir palabra. No volvió
nunca más.
Fuente: Gianni Rodari
031. anonimo (dinamarca)
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