Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 30 de julio de 2012

La cacerola mágica que hacía polenta


Había una vez una humilde viuda que tenía sólo una hija. Las dos se las arreglaban para sobrevivir con dificultad: la viuda ya no podía trabajar debido a su edad, y la joven hacía un poco de todo. En invierno iba al bosque a cortar leña; en verano recogía fresas silvestres. Un día, la hija cogió un canastillo y un trozo de pan negro y se fue a recoger fresas. A mediodía se sentó cerca de un manantial y comenzó a comer. De repente, apareció a su lado una anciana, con un cazo en la mano, que le dijo:
-¡Oh, hermosa joven, qué hambre tengo! Desde ayer no pruebo un bocado. ¿Podrías darme un poco de pan?
-¿Por qué no? -respondió la muchacha. Cójalo todo. Al fin y al cabo, dentro de poco tengo que volver a casa. Sólo espero que no esté demasiado duro para usted.
-¡Dios te bendiga, joven, Dios te bendiga! -exclamó agrade­cida la anciana. Tomó un trozo de pan y después dijo:
-Ya que eres tan amable, quiero darte algo a cambio. Mira, coge este cazo. Ponlo encima de la mesa de tu casa y dile: «¡Cazo, hierve!» y el cazo te hará toda la polenta que quieras. Cuando te parezca que ya es suficiente, dile: «¡Cazo, basta!», y el cazo se cerrará. ¡Pero trata de no olvidar las palabras exactas!
La viejo entregó el cazo a la muchacha g se desvaneció en el aire. Cuando la muchacha llegó a su casa, puso el cazo sobre la mesa y gritó:
-¡Cazo, hierve!
-Y de inmediato la polenta de rica harina de maíz comenzó a subir desde el fondo. Crecía cada vez más y, en menos que canta un gallo, el cazo estaba lleno.
Entonces la chica volvió a gritar:
-¡Cazo, basta!
-Y el cazo dejó de hacer polenta que estaba caliente y sabrosa, como debe estar toda polenta.
Al día siguiente, la muchacha volvió a coger fresas. Cuando salió, su madre tuvo ganas de comer polenta. Cogió el cazo, lo puso sobre la mesa y gritó:
-¡Cazo, hierve!
-Y, en un abrir y cerrar de ojos el cazo esta­ba lleno.
«Debo coger un plato y una cuchara», pensó la mujer y salió de la cocina. Pero, cuando volvió, estuvo a punto de desmayar­se: la polenta rebosaba de la cacerola a la mesa, de la mesa a las sillas, de las sillas al suelo. La mujer había olvidado, del susto, las palabras que debía decir para detener la cacerola mágica. La cubrió con una tapadera pero ésta saltó hasta el techo y la po­lenta continuó corriendo como un denso río. La cocina se llenó de tal manera la vieja se habría ahogado si se hubiese quedado allí, por lo que se refugió en el desván.
El río de polenta avanzó de la sala a la entrada, después sa­lió por las ventanas e invadió las calles del pueblo. Quién sabe cómo habría terminado todo si la hija no hubiese vuelto a casa. Al regresar, gritó:
-¡Cazo, basta!
-Y el cazo se detuvo.
Había tal montaña de polenta por las calles y en los alrede­dores del pueblo que los campesinos, al volver del trabajo, no pudieron hacer el recorrido de costumbre hacia su casa. ¡Tuvie­ron que abrirse camino comiendo!

012. anonimo (alemania)

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