Había una vez una humilde
viuda que tenía sólo una hija. Las dos se las arreglaban para sobrevivir con
dificultad: la viuda ya no podía trabajar debido a su edad, y la joven hacía un
poco de todo. En invierno iba al bosque a cortar leña; en verano recogía fresas
silvestres. Un día, la hija cogió un canastillo y un trozo de pan negro y se
fue a recoger fresas. A mediodía se sentó cerca de un manantial y comenzó a
comer. De repente, apareció a su lado una anciana, con un cazo en la mano, que
le dijo:
-¡Oh, hermosa joven, qué
hambre tengo! Desde ayer no pruebo un bocado. ¿Podrías darme un poco de pan?
-¿Por qué no? -respondió
la muchacha. Cójalo todo. Al fin y al cabo, dentro de poco tengo que volver a
casa. Sólo espero que no esté demasiado duro para usted.
-¡Dios te bendiga, joven,
Dios te bendiga! -exclamó agradecida la anciana. Tomó un trozo de pan y
después dijo:
-Ya que eres tan amable,
quiero darte algo a cambio. Mira, coge este cazo. Ponlo encima de la mesa de tu
casa y dile: «¡Cazo, hierve!» y el cazo te hará toda la polenta que quieras.
Cuando te parezca que ya es suficiente, dile: «¡Cazo, basta!», y el cazo se
cerrará. ¡Pero trata de no olvidar las palabras exactas!
La viejo entregó el cazo
a la muchacha g se desvaneció en el aire. Cuando la muchacha llegó a su casa,
puso el cazo sobre la mesa y gritó:
-¡Cazo, hierve!
-Y de inmediato la
polenta de rica harina de maíz comenzó a subir desde el fondo. Crecía cada vez
más y, en menos que canta un gallo, el cazo estaba lleno.
Entonces la chica volvió
a gritar:
-¡Cazo, basta!
-Y el cazo dejó de hacer
polenta que estaba caliente y sabrosa, como debe estar toda polenta.
Al día siguiente, la
muchacha volvió a coger fresas. Cuando salió, su madre tuvo ganas de comer
polenta. Cogió el cazo, lo puso sobre la mesa y gritó:
-¡Cazo, hierve!
-Y, en un abrir y cerrar
de ojos el cazo estaba lleno.
«Debo coger un plato y
una cuchara», pensó la mujer y salió de la cocina. Pero, cuando volvió, estuvo
a punto de desmayarse: la polenta rebosaba de la cacerola a la mesa, de la
mesa a las sillas, de las sillas al suelo. La mujer había olvidado, del susto,
las palabras que debía decir para detener la cacerola mágica. La cubrió con una
tapadera pero ésta saltó hasta el techo y la polenta continuó corriendo como
un denso río. La cocina se llenó de tal manera la vieja se habría ahogado si se
hubiese quedado allí, por lo que se refugió en el desván.
El río de polenta avanzó
de la sala a la entrada, después salió por las ventanas e invadió las calles
del pueblo. Quién sabe cómo habría terminado todo si la hija no hubiese vuelto
a casa. Al regresar, gritó:
-¡Cazo, basta!
-Y el cazo se detuvo.
Había tal montaña de
polenta por las calles y en los alrededores del pueblo que los campesinos, al
volver del trabajo, no pudieron hacer el recorrido de costumbre hacia su casa.
¡Tuvieron que abrirse camino comiendo!
012. anonimo (alemania)
No hay comentarios:
Publicar un comentario