Una vez, Till
Eulenspiegel llegó a Leiden sin un céntimo en el bolsillo y con una sed
tremenda. Encontró dos botellas pero, qué pena, estaban vacías. Es difícil
aplacar la sed con una botella vacía. Pero Till era un hombre de muchos
recursos. Llenó una de las botellas con agua y la escondió bajo su abrigo.
Después, empuñando la segunda botella, entró en una taberna.
-Señor tabernero -dijo
extendiéndole la botella vacía, llénemela con el mejor vino que tenga.
El tabernero llenó la
botella y se la entregó. Till la colocó bajo su abrigo g se dirigió a la
salida.
-Oiga -dijo el tabernero,
hay que pagar.
-Lo siento, he salido sin
dinero. Se la pagaré otro día.
-Ya conozco esa historia.
Si te doy el vino al fiado, seguro que no te volveré a ver nunca más.
-No temas, te traeré el
dinero mañana por la mañana.
-Ni hablar, o pagas ahora
o me devuelves el vino.
-Paciencia -dijo Till,
eres terriblemente desconfiado.
Y, metiendo la mano bajo
el abrigo, le entregó al tabernero la botella, pero no la que estaba llena de
vino, que acababa de recibir, sino la llena de agua, que había llevado consigo.
El tabernero, sin
sospechar nada, cogió la botella y vació su contenido en el tonel.
Cuando se aseguró de que
nadie lo veía, Till bebió alegremente la botella de vino a la salud del
cándido tabernero.
012. anonimo (alemania)
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