Una vez, hace mucho tiempo, un leñador vivía
en una cabaña de troncos en medio del bosque. Se dedicaba a talar árboles y
ganaba bastante para mantenerse a sí mismo y mantener a su mujer. Una mañana,
como tantas otras, salió de su casa para cumplir con su trabajo de siempre.
Había decidido derribar una gran encina y calculaba ya, muy contento, cuántas
tablas y cuánta leña obtendría. Cogió su hacha, se echó a sus espaldas la bolsa
con un trozo de pan y una cantimplora con agua y se puso en marcha.
En cuanto llegó junto a la encina, dejó la
bolsa en el suelo, se quitó la chaqueta, se escupió las manos y alzó el hacha
como si quisiese derribar la encina de un solo golpe. Pero no hubo ningún
golpe. De la encina salió una vocecita muy fina y, de inmediato, apareció una
prodigiosa hada ante el leñador, que se quedó boquiabierto y tan sorprendido
que el hacha se le escapó de las manos.
El hada le suplicó:
-Buen hombre, no le hagas daño a este árbol y
tendrás tu recompensa.
El leñador, compadecido y confuso, respondió:
-Haré lo que desees, hermosa hada.
Se puso la chaqueta, recogió el hacha y la
bolsa e hizo ademán de marcharse. Pero la hermosa hada lo retuvo:
-Te lo agradezco, buen hombre. Quiero premiar
tu buen corazón. Expresa tres deseos y lo que desees ocurrirá.
Dicho esto, el hada desapareció.
El leñador se encaminó hacia su casa. En el
camino, sintió mucha hambre y, antes de trasponer el umbral, le dijo a su
mujer:
-Querida, sírveme enseguida el almuerzo, que
tengo un hambre de lobos.
-¿El almuerzo? Querido, tendrás que esperar
por lo menos una hora, sé paciente. No te esperaba tan pronto. ¿Y qué te
apetece comer?
-Arroz con pollo. Pero quiero una olla tan
grande como esta mesa.
No bien acabó de hablar, apareció en la mesa
una olla humeante llena de arroz con pollo. Al leñador y a su mujer se les
desorbitaron los ojos. Sólo entonces el hombre se acordó de la buena hada del
bosque y se dio con un canto en los dientes.
-¡Ah, qué tonto soy!
Y le contó a su mujer lo que le había
sucedido.
-¡Eres francamente un tonto, el rey de los
tontos! -lo reprendió su mujer. Me gustaría que esta olla se te enganchase en
la nariz.
No bien acabó de decir estas palabras, la olla
se enganchó en la nariz del leñador y lo hizo doblarse hasta tocar el suelo con
la cabeza.
Al leñador y a su mujer se les desorbitaron
los ojos aún más y comenzaron a tirar de la olla para desengancharla, pero no
había manera de lograrlo.
-¿Ahora qué hacemos? -se preguntaron el uno al
otro, dejando caer flojos los brazos de cansancio.
¿Qué hacer? Ya no quedaba otra opción que
pronunciar el tercer deseo:
-Que la olla se desprenda de la nariz.
En cuanto lo dijeron, la olla cayó sobre la
mesa con gran estruendo.
El leñador y su mujer se sentaron a la mesa y
comieron el arroz con pollo.
Estaba delicioso, en toda su vida no habían
comido un plato tan bueno. Y no era para menos: ¡lo había guisado el hada!
039. anonimo (inglaterra)
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