Había una vez tres
hermanos que decidieron salir a rodar tierras.
Uno de ellos se llamaba
Segundo. Caminaron todo el día y, por la noche, llegaron a la única posada que
había en el camino, la casa del ogro Herrera. Los hermanos, que no sabían que
al ogro le gustaba comerse a las personas que llegaban a su casa, le pidieron
permiso para quedarse ahí a dormir.
El ogro les invitó a
pasar, pero les dijo que tendrían que pasar la noche en la misma habitación que
sus hijas. Cuando pensó que los tres hermanos dormían, el ogro entró en la
habitación y les puso a las hijas un gorro rojo, para distinguirlas de los
jóvenes cuando tuviera que matarlos.
Segundo, que estaba
despierto, vio lo que el ogro había hecho y les sacó los gorros a las hijas.
Después, se colocó uno en la cabeza y les puso los otros dos a sus hermanos.
Pasada la medianoche, el ogro entró de nuevo en la habitación, degolló a sus
hijas pensando que eran los jóvenes, y fue a acostarse.
Segundo, que seguía sin
dormir, despertó a sus dos hermanos y les contó todo lo que había pasado.
Decidieron escapar antes de que se hiciera de día, y Segundo se llevó los
gorros.
A amanecer, el ogro se
levantó contento pensando en los fiambres exquisitos que iba a comerse ese día.
Pero la alegría le duró poco, porque, cuando fue a despertar a sus hijas, se
dio cuenta de que estaban muertas y, enfurecido, salió corriendo a atrapar a
los jóvenes.
Los hermanos acababan de
atravesar un río muy crecido que el ogro no pudo pasar, y, desde la otra
orilla, le gritó a Segundo:
-¡Ah, Segundo, pícaro! Me
has hecho matar a mis tres hijas y me has robado mis tres gorros. ¡Ah, como
vuelvas...!
Segundo le contestó:
-Tal vez vuelva, tal vez no,
tal vez venga para llevarme a vos.
El ogro regresó furioso y
triste a su casa.
Los hermanos siguieron su
camino y llegaron a la casa de un rey. Allí Segundo se ocupó de cuidar los
patos, otro hermano se encargó de los corderos y el tercero se empleó como
criado.
Segundo se dio cuenta de
que si se ponía uno de los gorros del ogro se juntaban los patos y, como los
cuidaba bien, pronto se pusieron gordos, lindos y grandes.
El rey estaba muy
contento con los servicios de Segundo, pero los otros hermanos le tenían mucha
envidia y buscaron la manera de deshacerse de él.
Así que un día fueron
hasta donde el rey y le contaron que Segundo había dicho que era capaz de traer
la colcha «campanillas de oro» con la que dormía el ogro Herrera.
El rey tuvo enseguida
deseos de poseer la colcha del ogro, pues este era muy temido y nunca había
sido vencido. Al día siguiente, temprano por la mañana, mandó el rey llamar a
Segundo y le preguntó si había dicho que era capaz de traerle la colcha «campa-nillas
de oro» del ogro Herrera. Segundo le dijo que no, que él nunca había dicho nada
parecido.
-Pues lo hayas dicho o
no, tienes que ir, porque la voluntad del rey no se puede contrariar.
Segundo ya estaba
pensando cómo se las arreglaría cuando, al salir del palacio, le llamó la hija
del rey. Esta le recomendó que llevara una carga de pan y vino para entretener
al loro adivino que el ogro tenía en su casa y no avisara a su amo.
Después de agradecer el
consejo a la hija del rey, Segundo salió de viaje y llegó ya de noche a la casa
del ogro, cuando todos dormían.
Todos, menos el loro
adivino, que en cuanto le vio, comenzó a gritar:
-¡Ogroooo, Ogroooo! ¡Aquí
está el pícaro Segundo!
Segundo le dijo:
-Cállate, loro tonto, y
toma pan con vino.
-A ver, trae acá -dijo el
loro.
Y Segundo le dio pan con
vino hasta emborracharlo.
-Humm, sí que está rico,
¡dame más! -decía el loro.
Segundo le preguntó
entonces si sabía cómo podía robarle la colcha «campanillas de oro» al ogro.
-¡Uy! ¡Eso es de lo más
fácil! El ogro tiene el sueño bien pesado, así que métete despacito debajo de
la cama, ata las campanillas para que no suenen y tira de la colcha hasta que
salga de la cama.
Así lo hizo Segundo y, en
cuanto tuvo la colcha, montó en su caballo y salió a trote hacia el castillo.
El loro, mientras tanto,
se había comido todo el pan y bebido todo el vino, y tenía una gran cogorza.
Empezó a cantar:
-¡Ogro, ogrito, el pícaro
Segundo se ha llevado tu colcha...!
Y así cantó y gritó hasta
que, finalmente, el ogro se despertó.
El ogro, cuando vio lo
que había pasado, montó a caballo y salió tras de Segundo, que ya había
conseguido atravesar el río. Desde la otra orilla -le gritó:
-¡Ah, Segundo, pícaro! Me
has hecho matar a mis tres hijas, me has robado mis tres gorros y ahora te
llevas mi colcha «campanillas de oro». ¡Ah, como vuelvas...!
-Tal vez vuelva, tal vez no,
tal vez venga para llevarme a vos.
Segundo llegó entonces al
castillo y le entregó al rey la colcha. Este quedó todavía más contento con él.
Pero los hermanos, al día
siguiente, al ver que Segundo había sobrevivido, fueron al rey y le contaron
que Segundo había dicho que podía traerle la borrega «lana de oro» del ogro
Herrera.
Llamó el rey a Segundo y
le preguntó si era cierto, y el joven respondió que no.
-Pues hayas lo dicho o
no, tienes que ir, porque la voluntad del rey no se puede contrariar.
Segundo se fue y,
nuevamente, llevó pan y vino para el loro adivino. Cuando llegó a la casa por
la noche, el ogro dormía. El loro, al verle, comenzó a gritar:
-¡Ogroooo! ¡Ogroooo!
¡Aquí está el pícaro Segundo!
Segundo le dio pan y
vino, y el loro pronto calló. Cuando se emborrachó, le preguntó dónde se
encontraba la borrega «lana de oro».
-¡Uy! ¡Eso es de lo más
fácil! Allí está, asomando la cabeza en el corralito detrás de la casa -le dijo
el loro.
Fue Segundo hasta la
oveja, la cargó en su caballo y salió a trote. El loro, al ratito, comenzó a
cantar:
-¡Ogro, ogrito, el pícaro
Segundo se ha llevado la borrega...!
El ogro se levantó, pero
ya era tarde, porque Segundo ya había pasado el río cuando lo alcanzó. El ogro
le dijo:
-¡Ah, Segundo, pícaro! Me
has hecho matar a mis tres hijas, me has robado mis tres gorros, me has quitado
la colcha «campanillas de oro» y ahora te llevas la borrega «lana de oro». ¡Ah,
como vuel-vas...!
Y el joven contestó:
-Tal vez vuelva, tal vez no,
tal vez venga para llevarme a vos.
Cuando le entregó la
borrega al rey, este se puso muy contento y premió al joven.
Los hermanos, entonces,
le contaron al rey que Segundo les había dicho que era capaz de traer al ogro
Herrera en persona. El rey lo llamó y de nuevo le preguntó. Segundo dijo que él
no había dicho tal cosa, pero el rey contestó:
-Pues hayas dicho o no,
tienes que ir, porque la voluntad del rey no se puede contrariar.
Entonces Segundo, para
que el ogro no lo reconociera, se disfrazó y mandó hacer un carruaje cerrado y
de hierro, con una sola puerta. Fue hasta donde el ogro y este no lo reconoció.
Pero el loro adivino, sí, y empezó a gritar:
-¡Ogroooo! ¡Ogroooo!
¡Aquí está el pícaro Segundo!
El ogro miró a todos
lados, pero como no vio nada, le dijo al loro:
-Cállate, loro tonto.
Segundo le dijo que si
quería ver el carruaje por dentro, que era muy lindo. El ogro le creyó y entró
a ver el coche. Segundo cerró con rapidez la puerta y la trancó para que no
pudiera salir. Montó en el caballo y salió trotando con el carruaje hasta donde
el rey.
Cuando llegaron, como el
rey ya estaba advertido de que llegaba el ogro, lo atraparon nada más salir del
carruaje.
A Segundo, como premio,
le dio la mano de su hija, y a los hermanos, cuando descubrió que todo lo que
habían dicho habían sido mentiras, los expulsó del reino por envidiosos.
015. anonimo (argentina)
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