Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 30 de julio de 2012

La bella durmiente


Había una vez un rey y su esposa, la reina, que no tenían niños. Un día, ella fue a darse un baño a un pequeño lago y, de repente, una rana saltó a la orilla y comenzó a croar:
-Tu deseo se cumplirá. Antes de que acabe el año, parirás un niño.
Y ocurrió tal como había dicho la rana. Antes de acabar el año, la reina dio a luz una hermosísima niña. El rey, fuera de sí por la alegría, dio una gran fiesta e invitó a amigos y conocidos de todas las partes del reino. Invitó también a las hadas, para que pudiesen predecir una vida feliz a la pequeña princesa. En su reino había trece hadas, pero el rey tenía sólo doce platos de oro, por lo que sólo invitó a doce de ellas.
Al final de la fiesta, las hadas predijeron el futuro de la princesita. La primera dijo que sería buena y amable; la segunda, que sería hermosa, q así sucesivamente. Todas predijeron cosas buenas. Pero en el preciso instante en que acababa de hablar la undécima, la puerta se abrió de par en par q entró en la sala la decimotercera, aquella a la que el rey no había invitado, que dijo:
-Cuando la princesa cumpla quince años, se pinchará con un huso y morirá.
Y, dicho esto, desapareció como si se la hubiese tragado la tierra. Todos estaban asustados, pero se adelantó la duodécima hada, que aún no había hecho ninguna predicción, y dijo:
-La princesa no morirá, sino que se quedará dormida durante cien años.
Todo ocurrió como lo habían predicho las hadas. La princesa creció buena y amable, bella como una rosa. Era una gran alegría para sus padres, pero también motivo de gran preocupación. Tenían siempre un miedo terrible, en efecto, por lo que había predicho la decimotercera hada. El rey, incluso, para impedir que la predicción se cumpliese, había hecho quemar todos los husos y todas las devanaderas del reino.
La princesa llegó finalmente a cumplir sus quince años y, en esos días, precisamente, el rey y la reina tuvieron que emprender un viaje y ella se quedó sola. Después de haber deambulado de un lado al otro por el castillo, subió a una alta torre en la que nunca había estado antes. Allí vio una portezuela, en la que había una llavecita. Hizo girar la llave, la portezuela se abrió y la princesa entró en una pequeña habitación en la que estaba hilando una anciana.
-Buenos días, señora -dijo la princesa, ¿qué estas haciendo?
-Estoy hilando, querida.
La princesa se acercó. Jamás había visto una devanadera y le gustaba mucho ver cómo giraba el huso. Preguntó:
-¿Cómo se llama ese extraño objeto que gira de manera tan graciosa?
-Es un huso -respondió la vieja y se lo entregó a la princesa; pero, en cuanto ésta lo tuvo en su mano, se pinchó, cayó sobre un banco y se durmió en el acto.
En el mismo instante, se durmió todo el castillo. Se durmieron el rey y la reina, que acababan de regresar; se durmieron todos los cortesanos, los caballos en el establo, las palomas en el tejado, las moscas en el techo, los perros en el patio. En las cocinas, el fuego se retiró bajo las cenizas g el cocinero se durmió mientras le tiraba de los pelos al pinche, y también el pinche se durmió. Los vientos cesaron de soplar alrededor del castillo y creció en los muros un espeso seto de escaramujos.
Pasaron cien años. Un día pasó un príncipe por allí y se quedó muy sorprendido al descubrir ese castillo encantado al que rodeaba un seto florecido con miles de rosas. De improviso apareció una viejecita, que le dijo:
-Bienvenido, príncipe. Hace cien años que te espera la Bella Durmiente.
-¿La Bella Durmiente? ¿De quién me hablas?
-Entra en el castillo y tú mismo lo verás.
La viejecita desapareció y el príncipe desenvainó la espada para abrirse paso a través del seto espinoso. Pero, en cuanto lo tocó, el seto se dividió frente a él y pudo entrar en el castillo encantado. Completamente sorprendido, el príncipe comprobó que allí todo estaba dormido. Dormían los perros en el patio, los caballos en el establo, las palomas en el tejado y las moscas en el techo. En la cocina, el fuego dormía bajo las cenizas, dormía el pinche y dormía el cocinero que tiraba al pinche de los pelos. En el salón, el rey estaba sentado en el trono dormido, dormía también la reina y dormían todos los cortesanos. Finalmente, el príncipe llegó a la torre y, en la pequeña habitación, en un banco rodeado de rosas, vio a la princesa, que dormía. Era tan hermosa que el príncipe se inclinó sobre ella y la besó.
Y en aquel momento se deshizo el encanto. Los vientos comenzaron enseguida a soplar, los perros a ladrar, las palomas a arrullar, los caballos a relinchar y las moscas a volar. El rey, desde el trono, abrió los ojos; la reina se despertó y también se despertaron los cortesanos. El cocinero volvió a tirar de los pelos al pinche y el pinche a chillar, el fuego brotó debajo de las cenizas y los alimentos comenzaron a cocerse en las ollas. La hermosa princesa se levantó del banco y dirigió al príncipe una sonrisa tan tierna que él acudió de inmediato a la sala del trono y le pidió la mano de la muchacha al rey.
El rey dio su consentimiento y se prepararon enseguida las bodas del príncipe y de la Bella Durmiente. Bodas tan espléndidas como no se han visto en ninguna parte desde que el mundo es mundo, y probablemente nunca se las llegue a ver.

012. anonimo (alemania)

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