Había una vez una viuda que vivía con su hijo
en una pobre choza y cuya única riqueza era una vaca. Pero también esta riqueza
se esfumó. Un día, se presentó el casero a reclamar el pago del alquiler, así
que la viuda tuvo que mandar a su hijo a la feria para que vendiese la vaca y
consiguiese el dinero que le hacía falta para saldar la deuda.
El muchacho se puso en marcha muy temprano. A
mitad de camino, se encontró con un viejo que llevaba una caldera toda oxidada.
-¿Adónde vas con esa vaca?
-Voy al mercado a venderla -respondió
tristemente el muchacho, y le contó al viejo lo que había ocurrido.
-No te aflijas -lo consoló el viejo. Yo mismo
te compraré la vaca. Te daré a cambio esta caldera.
-No puedo hacer este cambio. Mi madre necesita
dinero contante y sonante.
-No tengas miedo -sonrió el viejo. Esta
caldera también te traerá dinero, créeme. Cuando llegues a casa, ponla al fuego
y ya veras.
El muchacho se fió de lo que el viejo le
decía. Le entregó la vaca, cogió la caldera oxidada y volvió deprisa a su casa.
La pobre viuda, al verlo, se llevó las manos a la cabeza:
-¿Qué has hecho, hijo insensato? ¿Has cambiado
la vaca por una vieja caldera? Ni siquiera tenemos comida para meter dentro de
ella.
Y lloraba y se lamentaba. El chico bajó la
cabeza, pero enseguida recordó lo que el viejo le había dicho y puso la caldera
al fuego. En cuanto la tocaron las llamas, la caldera tembló y dijo:
-Op-lá, op-lá, yo salgo ya.
-¿Adónde? -preguntó el joven.
-A la cocina del casero -respondió la caldera
y desapareció, pero no por mucho tiempo.
Muy pronto se oyó en la chimenea un gran
estruendo y la caldera se colocó delante de ellos en la mesa, llena de sopa de
cocido. Madre e hijo cogieron las cucharas y comieron hasta saciarse, como
hacía mucho tiempo que no les ocurría. Después, sin embargo, la vieja volvió a
lamentarse:
-¿Qué has hecho, hijo insensato? Has cambiado
la vaca por una vieja caldera. Hoy ya hemos comido bastante, pero ¿qué sucederá
mañana?
El muchacho bajó la cabeza, pero enseguida se
acordó de lo que le había dicho el viejo y puso la caldera al fuego por segunda
vez. En cuanto las llamas la calentaron, la caldera comenzó a temblar y dijo:
-Op-lá, op-lá, yo salgo ya.
-¿Adónde?
-A la despensa del casero.
La caldera desapareció pero, sin que diese
tiempo a mirar alrededor, se ogó un gran estruendo en la chimenea y de nuevo el
recipiente se colocó en la mesa, lleno de carne, tocino y patatas.
Madre e hijo llenaron todo el armario con
estos víveres. Pero después la viuda volvió a lamentarse:
-¿Qué has hecho, hijo insensato? Has cambiado
la vaca por una vieja caldera. Tenemos comida por lo menos para una semana,
pero ¿con qué le pagaremos el alquiler al casero?
El muchacho bajó la cabeza, pero enseguida se
acordó de lo que le había dicho el viejo y puso la caldera al fuego por tercera
vez. En cuanto las llamas la calentaron, la caldera comenzó a temblar y dijo:
-Op-lá, op-lá, yo salgo ya.
-¿Adónde?
-A la sala del tesoro del casero -dijo la
caldera y desapareció.
En cuanto se volvieron para ver dónde estaba,
se oyó un gran estruendo en la chimenea y la caldera reapareció sobre la mesa,
esta vez llena de monedas de oro.
Antes de que la viuda y su hijo pudiesen
contar el dinero, un grito terrible brotó de la chimenea. Era el casero, que
estaba en la campana y no podía ir ni hacia arriba ni hacia abajo.
¿Qué había ocurrido? El casero había
sorprendido a la caldera mientras escapaba por la ventana después de haberse
llenado de monedas de oro. Entonces, sin perder tiempo, la había cogido por el
asa y no se desprendió de ella ni siquiera cuando la caldera salió volando por
el aire. Así, voló él también hasta la chimenea de la pobre viuda. La caldera
había bajado por el tubo de la chimenea, pero el casero era demasiado gordo
para pasar por él y había quedado prisionero.
En cuanto se repuso un poco, comenzó a gritar:
-¡Ayudadme a bajar, maldición! Si no, me las
pagaréis.
La viuda estaba muerta del susto, pero el hijo
respondió riendo:
-Quédate donde estás.
Y echó un poco de leña mojada para que saliese
más humo.
El casero comenzó a sofocarse y gritó:
-Ayudadme a bajar y os perdonaré todas
vuestras deudas. La viuda quería ayudar al casero a bajar, pero el hijo
respondió riendo:
-Quédate donde estás.
El casero, metido en la campana de la chimenea,
estaba a punto de achicharrarse y gritó:
-Agúdame a bajar y te daré a mi hija como
esposa y todo el dinero que quieras.
Sólo entonces el hijo se apiadó, subió al
tejado y sacó al casero de la chimenea.
Una semana después se celebró la boda del hijo
de la pobre viuda con la hija del casero, que era la más rica y la más hermosa
muchacha de esas tierras.
El día de la boda, la caldera le preparó a su
amo diez pasteles, los más sabrosos que nadie haya comido jamás. Pero después
desapareció, esa vez para siempre. ¡Qué lástima, porque una caldera así haría
feliz también hoy a mucha gente!
031. anonimo (dinamarca)
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