Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 30 de julio de 2012

La caldera mágica


Había una vez una viuda que vivía con su hijo en una pobre choza y cuya única riqueza era una vaca. Pero también esta riqueza se esfumó. Un día, se presentó el casero a reclamar el pago del alquiler, así que la viuda tuvo que mandar a su hijo a la feria para que vendiese la vaca y consiguiese el dinero que le hacía falta para saldar la deuda.
El muchacho se puso en marcha muy temprano. A mitad de camino, se encontró con un viejo que llevaba una caldera toda oxidada.
-¿Adónde vas con esa vaca?
-Voy al mercado a venderla -respondió tristemente el muchacho, y le contó al viejo lo que había ocurrido.
-No te aflijas -lo consoló el viejo. Yo mismo te compraré la vaca. Te daré a cambio esta caldera.
-No puedo hacer este cambio. Mi madre necesita dinero contante y sonante.
-No tengas miedo -sonrió el viejo. Esta caldera también te traerá dinero, créeme. Cuando llegues a casa, ponla al fuego y ya veras.
El muchacho se fió de lo que el viejo le decía. Le entregó la vaca, cogió la caldera oxidada y volvió deprisa a su casa. La pobre viuda, al verlo, se llevó las manos a la cabeza:
-¿Qué has hecho, hijo insensato? ¿Has cambiado la vaca por una vieja caldera? Ni siquiera tenemos comida para meter dentro de ella.
Y lloraba y se lamentaba. El chico bajó la cabeza, pero enseguida recordó lo que el viejo le había dicho y puso la caldera al fuego. En cuanto la tocaron las llamas, la caldera tembló y dijo:
-Op-lá, op-lá, yo salgo ya.
-¿Adónde? -preguntó el joven.
-A la cocina del casero -respondió la caldera y desapareció, pero no por mucho tiempo.
Muy pronto se oyó en la chimenea un gran estruendo y la caldera se colocó delante de ellos en la mesa, llena de sopa de cocido. Madre e hijo cogieron las cucharas y comieron hasta saciarse, como hacía mucho tiempo que no les ocurría. Después, sin embargo, la vieja volvió a lamentarse:
-¿Qué has hecho, hijo insensato? Has cambiado la vaca por una vieja caldera. Hoy ya hemos comido bastante, pero ¿qué sucederá mañana?
El muchacho bajó la cabeza, pero enseguida se acordó de lo que le había dicho el viejo y puso la caldera al fuego por segunda vez. En cuanto las llamas la calentaron, la caldera comenzó a temblar y dijo:
-Op-lá, op-lá, yo salgo ya.
-¿Adónde?
-A la despensa del casero.
La caldera desapareció pero, sin que diese tiempo a mirar alrededor, se ogó un gran estruendo en la chimenea y de nuevo el recipiente se colocó en la mesa, lleno de carne, tocino y patatas.
Madre e hijo llenaron todo el armario con estos víveres. Pero después la viuda volvió a lamentarse:
-¿Qué has hecho, hijo insensato? Has cambiado la vaca por una vieja caldera. Tenemos comida por lo menos para una semana, pero ¿con qué le pagaremos el alquiler al casero?
El muchacho bajó la cabeza, pero enseguida se acordó de lo que le había dicho el viejo y puso la caldera al fuego por tercera vez. En cuanto las llamas la calentaron, la caldera comenzó a temblar y dijo:
-Op-lá, op-lá, yo salgo ya.
-¿Adónde?
-A la sala del tesoro del casero -dijo la caldera y desapareció.
En cuanto se volvieron para ver dónde estaba, se oyó un gran estruendo en la chimenea y la caldera reapareció sobre la mesa, esta vez llena de monedas de oro.
Antes de que la viuda y su hijo pudiesen contar el dinero, un grito terrible brotó de la chimenea. Era el casero, que estaba en la campana y no podía ir ni hacia arriba ni hacia abajo.
¿Qué había ocurrido? El casero había sorprendido a la caldera mientras escapaba por la ventana después de haberse llenado de monedas de oro. Entonces, sin perder tiempo, la había cogido por el asa y no se desprendió de ella ni siquiera cuando la caldera salió volando por el aire. Así, voló él también hasta la chimenea de la pobre viuda. La caldera había bajado por el tubo de la chimenea, pero el casero era demasiado gordo para pasar por él y había quedado prisionero.
En cuanto se repuso un poco, comenzó a gritar:
-¡Ayudadme a bajar, maldición! Si no, me las pagaréis.
La viuda estaba muerta del susto, pero el hijo respondió riendo:
-Quédate donde estás.
Y echó un poco de leña mojada para que saliese más humo.
El casero comenzó a sofocarse y gritó:
-Ayudadme a bajar y os perdonaré todas vuestras deudas. La viuda quería ayudar al casero a bajar, pero el hijo respondió riendo:
-Quédate donde estás.
El casero, metido en la campana de la chimenea, estaba a punto de achicharrarse y gritó:
-Agúdame a bajar y te daré a mi hija como esposa y todo el dinero que quieras.
Sólo entonces el hijo se apiadó, subió al tejado y sacó al casero de la chimenea.
Una semana después se celebró la boda del hijo de la pobre viuda con la hija del casero, que era la más rica y la más hermosa muchacha de esas tierras.
El día de la boda, la caldera le preparó a su amo diez pasteles, los más sabrosos que nadie haya comido jamás. Pero después desapareció, esa vez para siempre. ¡Qué lástima, porque una caldera así haría feliz también hoy a mucha gente!

031. anonimo (dinamarca)

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