Un día en que la culebra se
deslizaba silenciosamente por el césped de un jardín, levantó su cabeza sin
acordarse de ser astuta y vio a un niño cojo y enfermo, cuyo triste semblante
reflejaba el dolor.
-¡Pobre niño! -pensó el hada.
El niño enfermo no hizo el menor
ademán de levantar su bastón para golpearla. Miró, sí, aquella cabeza herida
por los golpes crueles y sólo tuvo palabras de compasión para la serpiente:
-¡Pobre animal! -dijo el niño con
un suspiro.
Ella sintió que, en aquel momento,
se cerraban sus heridas. La piedad del niño bueno había sido como un bálsamo.
-Yo buscaré la manera de aliviar tu
dolor -pensó la culebra.
Como por milagro, aumentaron el
cariño y la bondad de sus compañeros para con él. El Hada inspiraba palabras dulces
a los niños que iban a visitarlo y llenaba de bondad los corazones de cuantos
le rodeaban. Y no le faltaron medicinas, alimentos y cuidados y el niño se
sintió cada día mejor, y creció como por encanto. Pero siempre conservando su
dulce expresión, hacia los infortunados, que le predisponía a las buenas obras.
De modo que vivió querido por
todos.
999. Anonimo,
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