Vivía en la ciudad de Bremen un
acaudalado comerciante que se había prendado de una bella muchacha. Pero el
hombre andaba preocupado, temiendo que ella no correspondiera a sus
intenciones, ya que se había quedado calvo. Así que decidió comprarse una
peluca y luego de mirarse repetidamente en el espejo, se encontró lo
suficientemente apuesto como para pretender a la joven.
Un día, caracoleando en brioso
alazán, fue a exhibirse ante los balcones de su amada, y la saludó quitándose
el sombrero adornado por larga pluma. Mas, ¡oh, desventura!, una ráfaga de
viento le arrancó la peluca de la cabeza.
Todos los que andaban por allí se
echaron a reír, incluida la joven del balcón. Pero el caballero hizo frente al
ridículo diciendo:
-¿De qué os extrañáis, amigos míos?
Si no pude impedir la caída de los cabellos propios, ¿cómo evitar que se me
caigan los ajenos?
Y el ingenio del rico comerciante
hizo mella en la joven, que se casó con él.
999. Anonimo,
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