Erase un mujik muy pobre, pero
también muy astuto. Apenas tenía un trozo de tierra para subsistir, pero estaba
decidido a mejorar dé suerte; haciéndose adivino.
Un día robó las sábanas que una
mujer tenía puestas a secar, y la, mujer robada se enteró de que en la aldea
vivía un adivino y fue a consultarle.
-¿Qué me darás por mi trabajo? -le
preguntó él.
-Una medida de harina y una libra
de manteca.
El mujik aceptó la oferta y simuló
murmurar palabras misteriosas mientras trazaba signos cabalísticos.
-¡Ya está! -exclamó al rato. Tus
sábanas no han sido robadas, sino que las tienes escondidas en el pajar.
Y la mujer fue al lugar indicado
por el mujik y encontró sus sábanas.
La fama del adivino comenzó a
crecer y él a mejorar su fortuna.
999. Anonimo
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