La larga hilera de caravaneros
zigzagueaba por la pradera. Todos los ojos puestos en las montañas nevadas.
Cuando de pronto, unos gritos ululantes llenaron el silencio del valle. El guía
ordenó poner en círculo las carretas y los hombres se aprestaron al combate con
los pieles rojas, mientras las mujeres escondían a los niños y ayudaban a los
hombres.
Nadie se había dado cuenta de que
uno de los niños, de siete años, se había quedado rezagado jugando con su
perro; y cuando los pieles rojas se lanzaron a la lucha, el muchacho, asustado,
se escondió tras una roca.
Se entabló el desigual combate. Por
suerte, los indios no utilizaban más que lanzas y flechas, mientras los colonos
disparaban sus modernos rifles.
Pasado un tiempo interminable y
cuando la noche cubría con sus sombras el valle, los indios se batieron en
retirada.
En el campamento, las mujeres
cuidaban a los heridos. Y de pronto, alguien echó en falta al niño de los
Pelham. La madre empezó a llorar, más de pronto, vieron llegar a un jinete. La
voz del pequeño gritaba:
-¡No disparéis!
Uno de los pieles rojas, al
descubrir al pequeño, lo había recogido y lo devolvía al campamento. Lo puso en
el suelo, cerca de los carros y despidiéndose con una sonrisa, prosiguió su
camino.
999. Anonimo,
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