Un buen leñador, con
mucha paciencia, crió un jilguerillo. Tanto fue el afecto que la avecilla llegó
a sentir por su amo que, aunque no carecía de libertad para volar por los
jardines vecinos, siempre regresaba a la hora de dormir a la casa del leñador.
Hasta que una noche, el
jilguerillo no regresó. Pasaron días y semanas y el leñador decía a los suyos:
-Os aseguro que no es
ingrato. Algo ha tenido que sucederle. Seguro que está muerto.
Mas pasado algún tiempo,
entró por su ventana una bandada de pajaritos. Uno de ellos, se posó en el
hombro del leñador y empezó a cantar alegres trinos, mientras los demás
continuaban sus revoloteos sobre la mesa.
El pajarillo domesticado
había hecho su cría en el campo y regresaba ahora a casa del leñador con todos
sus hijos.
999. Anonimo,
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