Andaba cierto día un león por un
bosque de zarzas y se clavó una espina en la mano, de modo que apenas podía
caminar. En esto apareció un pastor y el león alzó la mano, como mostrándola y
empezó a mover la cola.
El pastor creyó llegada su última
hora y, para salvarse, puso algunas reses ante la fiera, de modo que pudiera
saciar su hambre. Pero- el león no tocó ninguna, pues sólo quería que le sacase
la espina. Tan lastimero era su aspecto, que el pastor comprendió al fin lo que
el animal deseaba, y se acercó y le arrancó la dolorosa espina.
Al sentirse aliviado, el león se
sentó junto a su bienhechor y le lamió las manos con agradecimiento y al cabo
de un rato, se marchó.
Habían pasado algunos años, cuando
este mismo león fue cogido en una trampa. Se le traspasó a una jaula y se le
envió junto a otras fieras a devorar a los cristianos en el circo de Roma.
Precisamente, nuestro antiguo
amigo, el pastor, figuraba entre los condenados. Y sucedió que, cuando los
espectadores aguardaban que el león hambriento se arrojara sobre él, se puso
ante el hombre y le defendió de las demás fieras.
Se admiraron los espectadores y se
contó en el circo el increíble suceso de la relación entre el hombre y el león,
y todos entonces pidieron al emperador que perdonara la vida al pastor.
Y el emperador accedió y regaló el
león a nuestro amigo.
999. Anonimo,
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