Cierto lindo gatito
estaba deseando convertirse en cazador. ¿Cuándo atraparía su primer
ratoncillo?
Pensando en ello estaba
una mañana cuando escuchó un ruidito. Alargó la oreja, abrió un ojo y miró en
torno. Entonces vio al ratoncillo que salía de su agujero y empezaba a caminar,
mirando a todas partes, un poco asustado.
Y el gato se dijo:
-¡Ya es mío!
Pero, cuando iba a
lanzarse sobre él, recordó que todavía no se había lavado y pensó que, un gato
tan importante como él no podía ponerse a comer sin lavarse primero. Así que
empezó a lamerse las patitas con todo cuidado. Luego se pasó la lengua varias
veces por el hocico, las orejas y el cuello e incluso el pecho, pero sin
perder de vista al ratoncillo. Este se hinchaba a comer todo cuanto
encontraba, bien que manteniéndose a prudente distancia.
-¡Ea, ya estoy! -exclamó
el gato. ¡Vaya desayuno que me espera!
El ratoncito, listo de
verdad, antes de que su enemigo terminara de prometerse tan feliz banquete, le
dirigió una burlona mirada y, a todo correr, se metió en su agujero.
El gato se quedó con la
boca abierta.
-¡Buen tonto he sido!
-se lamentó. He dejado escapar al ratón cuando le tenía casi en mis garras.
De ahora en adelante seré más precavido: primero comeré y luego me haré el
aseo.
Por eso se dice que,
desde entonces, todos los gatos se asean después de comer.
999. Anonimo,
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