En tiempos muy remotos, los
habitantes del valle de Limgpur estaban sufriendo una extrema sequía. Desde
hacía varios años no caía ni una gota de lluvia y las gentes la necesitaban
pues apenas si quedaban ganados y el hambre se cernía sobre la comarca.
El único ser que no carecía de agua
era el gigante Trancón. Con sus largas piernas subía hasta la cumbre de la más
alta de las montañas, donde había un maravilloso y profundo lago de aguas
azules.
Un día, dos hermanitos cuya madre
estaba enferma, intentaron subir a la montaña con sendos odres a la espalda
para recoger agua del lago y llevársela a su madre.
Y sucedió que el gigante les salió
al paso vociferando y les quitó a los pequeños su escasa comida. Pero la niña
protestó:
-Danos agua a cambio de nuestra
comida.
Los dos hermanitos pusieron ante el
gigante sus odres vacíos. Y cuando el gigante los llenó de agua la niña echó
sus bracitos al cuello del grandón y besó sus hirsutas barbas.
Aquel rostro feroz, espantoso, se
conmovió. No sabía lo que era recibir una muestra de afecto. Con voz conmovida,
habló así.
-Llevaos vuestros odres y vuestra
comida. Os daré mucho más.
Y se lanzó montaña arriba y los
niños le vieron apartar, con denodado esfuerzo, un enorme peñasco que dejaba la
montaña cortada y una cascada de agua empezó a caer sobre el reseco valle y el
torrente arrolló al gigante, del que nunca más se supo.
Pero el pueblo recobró la salud y
el bienestar. Y los dos hermanitos, todos los días del año, arrojaban al río
que se había formado las mejores flores del valle, en recuerdo del gigante.
Han pasado cientos de años y el río
sigue su cauce gracias al manantial de la montaña.
999. Anonimo,
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