Ha nevado, y en el jardín los niños han hecho un gran muñeco de nieve. El
perro «Sultán» le hace compañía.
‑¡Siento un calor en el corazón! ‑exclamó el muñeco‑.
¡Es como si se me quisiera salir del pecho!
‑¿Y por qué te pasa eso? -preguntó «Sultán».
‑Veo una luz por esa ventana que me atrae mucho ‑explicó el muñeco‑. ¿No
podría entrar en la casa? ¿Qué te parece?
‑Pues que lo pondrás todo perdido ‑dijo «Sultán».
El muñeco calló, pero no hacía más que mirar por la ventana de la casa; por
ella se veía una preciosa estufa ardiendo alegremente, y era eso lo que atraía
al muñeco irresistiblemente.
‑¡Tengo como una nostalgia de estar cerca de ella! ‑suspiró.
Pasó el día, luego la noche, y al día siguiente salió el sol. Calentó
tanto, que el muñeco se fue derritiendo poco a poco. Entonces «Sultán» se acercó a olisquear la nieve derretida.
‑¡Ahora lo entiendo! ‑ladró‑.
¡Estaba enamorado de la estufa porque tenía dentro de su cuerpo el viejo
atizador!
¡Así se explica aquel extraño amor!
999. Anonimo
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