Ésta
era una viejita muy pobre. Todo el capital que tenía era una burra.
Un día le dieron a la viejita un niño chiquito. Ella no tenía qué
darle al chico, ni de dónde sacar leche. Lo que hizo la viejita, le
quitó un burrito que tenía la burra, y lo comenzó a criar al
niñito con leche de burra. El niño se crio hasta el tiempo que tuvo
que ir a la escuela. Cuando fue a la escuela todos los chicos de la
escuela le decían al chico el muchacho de la burra. Él no decía
nada, hasta que un día se incomodó y cuando vino de la escuela le
preguntó a la madre -él no conocía más madre que la viejita- que
si era cierto que él era hijo de una burra. La madre le dijo que no,
que era hijo de ella propio, y que no les hiciera juicio a los niños
de la escuela. Y todos los chicos le decían:
Él
les dijo que no le dijieran más así, porque él los iba a embromar.
El chico era muy fortacho y gordo. Bué... Un día le avisó al
maestro que él no quería que le dijieran el muchacho de la burra.
El maestro se reía y le dijo también que no les hiciera juicio. Los
niños de la escuela por hacerlo enojar, más le decían el muchacho
de la burra. Se enojó un día con uno de los chicos y le pegó una
trompada el muchacho de la burra -al otro chico- y lo mató. Al grito
de todos los chicos, salió el maestro corriendo y les dijo que qué
pasaba. Fue a ver adonde estaba el muchacho de la burra y le dijo que
qué había hecho. El muchacho de la burra le contestó que lo había
muerto porque ya lo tenían cansado diciendolé el muchacho de la
burra. Entonce el maestro se enojó y le dijo que porque si le había
dicho el muchacho de la burra, él iba hacer un crimen. Él le dijo
que no dijiera dos veces, porque también lo iba a matar a él.
Entonces el maestro le volvió a decir, y él lo mató también.
Subió a caballo en su burro y trató de darse a la fuga. Fue por una
herrería y le dijo al herrero que le hiciera una espada que pesara
un quintal. Bué... Al otro día temprano, el herrero se fue a la
casa del muchacho de la burra y le llevó la espada que había
pedido. Salió el muchacho de la burra y le recibió la espada. El
muchacho de la burra la manejaba a la espada como manejaba un
tenedor. Bué... Le dijo a la madre que él se iba a ir porque iba a
ser perseguido de la policía. Ensilló su burra y tomó viaje. A los
tres días que anduvo que encontró un hombre que estaba sentado en
un tronco muy grande y le preguntó, que si no había por ahí un
pueblo ande trabajar. El hombre se levantó, y le pegó una patada al
tronco ande estaba sentado y lo sacó de raíz. Y le dijo que para el
lado que se ladió el tronco, había trabajo. El muchacho de la burra
le llamó mucho la atención que era un hombre tan fortacho y le
dijo, que si no quería que fueran a rodar tierra juntos. Bué... El
que estaba sentado en el tronco le dijo qu'él, era con él, con el
único que se juntaría, porque había visto en los diarios qu'él
era fortacho y que era el muchacho de la burra. El muchacho de la
burra le dijo que no dijiera eso dos veces porque lo mataba.
S'hicieron
amigos y se jueron juntos. Siguieron los dos. A los seis días
encontraron un hombre que estaba arando con unos bueyes, y llegaron y
le dijieron que si no sabía adónde había trabajo. El muchacho de
la burra le llamó la atención y lo convidó que jueran
juntos. El hombre contestó que con el único que se juntaría era
con él porque sabía que era el muchacho de la burra. Él le dijo
que no dijiera dos veces porque lo iba a matar. Le dijo que bueno,
que él no sabía porque se ofendía. Se fueron los tres. Al otro día
temprano encontraron un hombre que venía a toda furia y cayó adónde
ellos estaban y les dijo que venía corriendo con el viento.
El
muchacho de la burra lo convidó a rodar tierra con ellos, y se
juieron. Llegaron a la casa de un Rey adonde les habían dicho que
áhi ocupaba gente el Rey, pero que estaba de guerra. Llegaron los
cuatro a pedir trabajo. El Rey les dijo que si querían entrar en la
guerra que él tenía, que les podía pagar cien pesos por día para
que pelearan contra los moros que en esos días antes le habían
llevado al Rey tres hijas que tenía. El muchacho de la burra, el del
tronco y el de los bueyes, aceptaron, y aquel hombre ligerón dijo
que no, porque no se encontraba capaz. Entonce le dijo el muchacho de
la burra al Rey que si no tenía él algún hombre que fuera ligero,
que podían hacer una carrera. Entonce le dijo el Rey que tenía una
negra que era muy ligera, que hicieran una carrera. Entonce hicieron
la carrera. Jugaron todo lo que tenían. El Rey mandó la negra y al
hombre pión del muchacho de la burra. El hombre ligero era un pión
del muchacho de la burra. La carrera era de ir a la mar y traer una
copa con agua. La negra era bruja. Bué... Salieron corriendo la
carrera. El pión del muchacho de la burra la dejó muy lejos para
atrás, áhi cerca no más, cuando salieron de la raya. Fue ligero,
alzó el agua y pegó la vuelta. Cuando venía a mitad del camino
recién la encontró a la negra que iba. Cuando vino a las casas el
ligero, la negra tuavía no había llegado. Le ganó muy lejos la
carrera.
El
muchacho de la burra y el de los bueyes y el del tronco, se ganaron
muchos pesos. Bué... El ligero no quiso entrar en la guerra y se fue
ya con sus pesos. El muchacho de la burra le pidió al Rey dos
espadas como la que él tenía, que pesaran un quintal. Una era para
el de los bueyes y otra para el del tronco. Al otro día el Rey los
hizo llevar al campo de batalla. El muchacho de la burra y los dos
compañeros se pusieron de acuerdo que cuando empezaran a pelear, se
pusieran retirados uno de otro, porque las espadas eran muy grandes y
podían pelearse entre ellos. Y ya entraron a pelear y a golpear
moros todo el día. Esa tarde ya habían quedado poquitos. Dejaron de
pelear y dijieron entre ellos que al otro día, antes de las diez,
terminaban. Al otro día cuando fueron otra vez al campo de batalla
encontraron miles sobre miles. Y así pasó una semana entera. El día
sábado, en la noche, el del tronco y el de los bueyes se acostaron a
dormir muy cansados y el muchacho de la burra se sentó a pensar que
no debían ser tanto los moros, y se puso a mirar para el lado del
campo de batalla, y devisó una lucesita que andaba en el campo. Alzó
su espada, calladito, y se fue a ver qué era esa luz. Cuando fue
allá encontró una viejita con un cuernito en las manos, que se lo
pasaba por todas las heridas a los muertos y que así se levantaban
vivos los moros. Bué... Llegó él y ya se habían parado muchos
moros, y los volvió a matar a todos. Y la agarró a la viejita y la
hizo hincar y le preguntó quién era ella y ella le dijo que era la
madre de los diablos y le pedía por favor que no la fuera a matar.
Él le dijo que le confesara adónde estaban las hijas del Rey. La
viejita le dijo que estaban en un galpón que se vía en un bajo, que
ahí estaba lleno de cueros de vaca y que había un pozo de balde muy
hondo. El muchacho de la burra le preguntó cómo podía hacer para
llegar adonde estaban las niñas. La vieja le dijo que tenía que
hacer un lazo de todos los cueros de vaca que había en el galpón y
un noque, y largarse con una rondana. Cuando le confesó todo eso le
quitó él el cuernito de la mano a la vieja y la mató. Al otro día
vinieron los tres a ese mismo lugar y había todavía tres o cuatro
moros vivos y los terminaron y se fueron a ver en el galpón.
Encontraron los cueros de vaca y el pozo 'e balde. Se pusieron entre
los tres a trenzar el lazo y hacer el noque. Echaron dos meses.
Tuvieron todo listo y se largó en el noque el del tronco, y dijo el
del tronco que cuando él cimbrara la soga, que lo sacaran para
arriba porque había peligro. A la mañana temprano lo largaron al
del tronco y áhi como a las doce, cimbró la soga de abajo, y los
otros lo sacaron arriba. Y les dijo que había ido para abajo hasta
donde estaban dos liones peliando, y no se animó a seguir más. Al
otro día se fue el de los bueyes a la misma hora. Cimbró la soga
otra vez para que lo sacaran y lo sacaron arriba y les dijo cuando se
juntó con ellos, que había ido hasta donde estaban dos piedras
chocandosé. Al otro día se fue el muchacho de la burra. Llegó ande
estaban los liones, les pegó una patada y los mató. Pasó y jue
ande estaban las piedras, les pegó una patada y las despachó abajo.
Llegó al fondo del piso, ande se terminaba el piso, y llegó a una
casa que pa'ande miraba había oro. Abrió una puerta. Áhi estaba la
hija mayor del Rey. La niña le dijo que se retirara por favor que él
era perdido, que a ella la tenían los diablos y que la cuidaba un
chancho muy malo, que tenía una cruz negra en la paleta. A todo eso,
el muchacho de la burra sintió unos ruidos como si arrastraran
cadenas, y eran los dientes del chancho. Y ya entró a la pieza y se
agarraron a peliar. Pelió como una hora hasta que lo mató. Agarró
la niña, vino ande 'staba el noque, y la despachó para arriba.
Cimbró la soga, y la sacaron. Fue a otra pieza. Encontró la otra
niña. A ésta la cuidaba una serpiente con siete cabezas. Siguió
peliando. Le cortaba una cabeza a la serpiente y en el aire se volvía
a juntar. Pero como Dios le ayudó logró matar a la serpiente. Vino
ande 'staba el noque que lo habían vuelto a bajar, y la despachó
también. Descansó un rato y siguió buscando la otra niña, que era
la menor. Había una pieza muy segura que no la podía abrir. Rompió
la puerta y entró. A esa niña la cuidaba el diablo más malo.
Cuando entró el muchacho de la burra se agarraron a peliar a
cuchillo. Peliaron como una hora adentro y salieron para ajuera, muy
cansados los dos. El diablo viejo amagó retroceder para el lado de
una laguna de agua que tenía allá, en el otro mundo. Tocando
siquiera con un pie el diablo el agua, quedaba muy descansado como si
no hubiera peliado. Entonce la niña, le gritó al muchacho de la
burra que no lo dejara llegar al agua. Entonce el muchacho de la
burra lo comenzó a atajar de aquel lado, hasta que por áhi le cortó
un pedazo de oreja y se lo manotió en el aire y se lo metió al
bolsillo. El diablo comenzó a ir a menos hasta que se rindió. El
muchacho agarró una cadena y lo ató, y se puso a descansar. El
diablo le pedía por favor que le entregara el pedazo de oreja. Él
no lo atendía. Se jue y habló con la niña y le dijo que la iba a
sacar en el noque. La niña era bruja, y le dijo que los compañeros
d'él que estaban arriba lo iban a traicionar, que cuando ella
saliera en el noque y lo mandaran al noque de vuelta para que subiera
él, cuando fuera a la mitada del pozo, l'iban a cortar la soga pa
que se matara de un golpe, que no subiera nada en el noque, que para
que viera que era cierto, que en vez de subir él que echara una
piedra pesada. Que ella le iba a dar una virtú, que en tres palabras
que hablara, él iba a subir arriba. La niña le dio un anillo y
dijo, que dijiera:
La
niña la mandó en el noque, y él guardó el anillo. El noque vino
de vuelta y él, en vez de subir, echó una piedra pesada, y se puso
a escuchar. Al rato no más sintió un ruido. Era la soga que la
habían cortado, y la piedra que caiba. Los compañeros habían
cortau la soga, como dijo la niña. Llegó la piedra al suelo y se
enterró como diez metros para abajo. Él sacó el anillo y tuvo la
poca suerte cuando dijo:
Se
jue ande estaban unos hombres muy chiquititos, que eran enanos. A él
le decían Dios y lo miraban para arriba cuando le querían ver la
cara. Ahí anduvo unos ochos días, muy triste. Y el diablo viejo lo
iba a buscar siempre; no lo dejaba de molestar para que le entregara
el pedazo de oreja. El muchacho de la burra le hizo un trato al
diablo viejo. Le dijo que le iba a entregar el pedazo de oreja, si lo
sacaba arriba adonde estaban los galpones con cuero de vaca. El
diablo viejo le dijo que como no. Qu'él lo iba a llevar. Lo alzó en
el hombro, y lo llevó volando, y lo asentó allá. El muchacho de la
burra sacó el pedazo de oreja y se lo entregó. Se jue para la casa
del Rey. Los otros ya 'staban allá y habían dicho que ellos habían
hecho las hazañas. Entonce la hija menor salió llorando y lo
encontró, y lo trajo del brazo adonde 'staba el Rey y le dijo al Rey
que ése era el hombre que había salvado la vida a las tres niñas.
Entonce el Rey lo hizo casar con la niña menor, y a los otros les
pagó el dinero que habían ganado por día y los despachó. Yo
'stuve en ese casamiento, había zapallo asado y mate en jarro.
Zapatito roto que usté me cuente otro.
José
Chaves, 26 años. San Martín. San Luis, 1939.
Buen
narrador. Aprendió el cuento de viejos de su comarca.
Cuento
850. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 069
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