Éste
era que había una vieja que le pedía a Dios que le diera un hijo. Y
siempre le rogaba esta gracia.
Un
día sintió la vieja que se le estaba hinchando un tobillo. Y esta
hinchazón iba cada vez más grande, hasta qui un día se le abrió
l'hinchazón y saltó un muchachito con sombrero. A los pocos días
no más ya era como un grande y hablaba de todo. La acompañaba a la
viejita y li ayudaba en todo.
Un
día, le pidió a la viejita que le comprara dos cabritos. A un
cabrito lo carnió y lo cuerió, y con el cuero hizo un lazo. Al otro
cabrito lo amansó como caballo, para andar. Y andaba en el cabrito
que era su caballito, que le servía para montar.
Un
día le pidió la bendición a la madre, que era la viejita, y le
pidió permiso pa salir a rodar tierra.
Se
jue el muchachito y anduvo mucho. Andando y andando llegó a la casa
de un hombre que era muy rico y le pidió que le diera trabajo. Al
verlo, el hombre, le dijo que era muy chico y que no podía servir
para nada. Entonce el chico le dijo que lo ocupe siquiera para
alcanzarle juego a los piones. Entonce el hombre rico decidió
ocuparlo.
Un
buen día, ningún pión pudo voltiar unos árboles muy grandes, y
entonces el chico pidió el hacha y los derrumbó a los árboles en
un momento. Los piones le empezaron a tener envidia, y le dijieron al
patrón que lo mande para el cerco en donde estaba el toro astas de
oro, que comía la gente, porque ya se vía que ese niño no era alma
de esta vida. Y así lo hizo, para que lo coma al chico el toro.
El
niño jue ande 'taba el toro. Tenía que silbar tres veces para que
aparezca el toro. El chico silbó tres veces. Entonce vino el toro de
astas di oro y al verlo al chico se enfureció. El chico si arrimó y
lu enlazó con el lazo de cabrito. Y el toro se quedó como amansao,
y el chico lo llevó a la casa de la madre.
Cuando
lo vio llegar al chico con el toro asta de oro, la viejita si asustó
mucho. El chico lo voltió al toro, lo carnió y le cortó las astas
di oro. Y áhi le tiró las astas a la viejita pa que le sirvan de
taza. Y así ha tenío la viejita dos tazas di oro.
Ya
se le cumplió el plazo que tenía que irse para el otro mundo porque
era un ángel, y le dijo a la madre que se iba a trabajar. La madre
no quería que se vaya y lloraba sin consuelo, pero no podía
quedarse. Pasaban tres pasajeros por frente de la casa y se acompañó
con ellos que iban en busca de trabajo. Eran tres jóvenes y se
jueron muy contentos con el Chiquillo. Ellos le empezaron a llamar
así, Chiquillo.
Después
de andar mucho, llegaron a la casa de una vieja que era bruja y que
tenía la costumbre de comer a la gente que se alojaba en su casa.
Llegaron y pidieron para apiarse allí. La vieja los recibió muy
contenta y les dio alojamiento con mucho gusto.
En
la noche, les puso cama a los tres jóvenes y les dijo que iban a
dormir con las hijas de ella, porque tenía poca
comodidá. Al Chiquillo, como era
chico, le dijo que podía acomodarse por áhi en su apero.
El
Chiquillo se quedó en la cocina, a la orilla del juego y los jóvenes
y las hijas de la vieja se jueron a dormir. Cuando se durmieron, jue
la vieja despacito y les puso unos bonetes blancos a los jóvenes pa
degollarlos. El Chiquillo, como era ángel, conocía las intenciones
de la vieja.
Al
rato, le dijo a la vieja que se iba a ir a acostar, y que le preste
un poncho porque tenía frío y un peine, pa peinarse. La vieja no lu
atendía, pero después de fregonarla un rato se lo dio.
El
Chiquillo tendió su aperito y si acostó, pero no se durmió. En
cuanto se durmió la vieja, el Chiquillo se levantó despacito, les
sacó los bonetes a los jóvenes y se los puso a las niñas.
A
la media noche se levantó la vieja y jue y tocó a los que tenían
bonete y crendo que eran los paleros, las degolló a las hijas.
Al
rato el Chiquillo jue, los despertó, les contó lo que pasaba, y
entonce ensillaron y salieron rápido.
Al
día siguiente la vieja se levantó muy tempranito y se jue a decir a
las hijas que se levantaran a hacer hervir l'agua para cocinar la
carne humana que tenían para hacer un banquete. Las llamó varias
veces, y viendo que no contestaban y no se levantaban, se arrimó a
verlas y las encontró degolladas. Entonces se puso furiosa y se dio
cuenta que el Chiquillo era el que la había descubierto y había
salvado a los viajeros.
La
vieja ensilló una chancha que tenía, más ligera que el viento, y
salió a perseguirlos a los jóvenes. Pronto no más ya los iba
alcanzando. Y cuando lo iba pillando al Chiquillo, el Chiquillo le
tiró el poncho y se formó un mar. Áhi se quedó la vieja, pero
empezó a procurar pasar. Le costó pasar y en ese tiempo adelantaron
camino los viajeros. Pero al rato ya los iba alcanzando otra vez.
Entonces el Chiquillo le tiró el peine y se formó un pencal que le
costó pasar, pero al fin pasó. Al rato ya los iba alcanzando otra
vez. Entonce no tuvieron más tiempo que subirse en un árbol. Llega
la vieja y no podía verlos. Por fin los devisa y empieza a husmear
el aire. Y empieza a decir.
caete
aquí!
caete
aquí!
Y
uno de los pasajeros miró para abajo y cayó adentro de la bolsa. El
Chiquillo les había dicha que no miraran para abajo, pero no
pudieron resistir. Entonce la vieja vuelve a decir:
caete
aquí!
caete
aquí!
caete
aquí!
Miró
el último y cayó también adentro de la bolsa.
Entonce
se bajó el Chiquillo, le quitó la bolsa a la vieja, los sacó a los
compañeros y la metió a la vieja en la bolsa. Ya agarró a la bolsa
y la puso encima de la chancha. La cosió y la largó a la chancha.
Salió disparando la chancha con la vieja bruja encerrada en la
bolsa.
Entré
por un zapato roto,
y
que usté cuente otro.
Celia
Arévalo, 18 años. Guayamba. El Alto. Catamarca, 1951.
Cuento
932. Fuente: Berta Elena
Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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