Era
un joven muy bien parado. Invitaba a los amigos que vengan a almorzar
o cenar con él. Los obsequiaba muy bien. Un día les presenta su
novia. Era una niña que se llamaba Celina, y había sido una maga
consumada, de éstas que estudian la magia.
Se
casó y ésta le había sabido dar unos polvos preparados para
hacerlo dormir, y se había sabido ir al cementerio a comer dijuntos,
con otras brujas. Con las uñas largas, sacaban y comían.
Una
noche él se hizo el dormido. Estaba roncando, y entonces ella lo
vio, se vistió y salió. Él la vio y la siguió. Y la vio lo que
hacía.
Después
se vino y luego cayó ella. Él se hizo el dormido. Al otro día, en
la mesa, como siempre, ella no comía. Apenas si pinchaba unos
fideítos para comer porque, es claro, ella comía de nochi. Entonces
el hombre le dijo:
Entonces
ella se enojó y se fue al cuarto. Sacó unos polvos, echó en una
copa con agua, los meció, y vino donde él estaba y le dijo:
Allí
no más se hizo perro. Le daba de comer y de nochi lo encer-raba en
un cuarto para que no se vaya. Todos los días le pegaba, y un día
se disparó el perro y entró en la casa de un panadero. El panadero
al verlo al perro tan lindo, le dio pan y lo hizo quedar. Lo llamaba
Rosquizo. Lo cuidaba mucho. Un día va una señora a comprar pan y le
pagó con una moneda falsa. Entonces el panadero le dice que no.
Lo
llama al perro y la separa. Como vio que el perro la conocía a la
moneda falsa, en cuanto sale el panadero ajuera, la vieja le dice:
Cuando
viene el panadero no lo halla al perro, ni a la vieja. Lo busca por
todos lados y no lo encuentra.
La
vieja llegó a la casa donde la hija había sido otra de las brujas
finas, y la conocía a Celina, a la mujer del hombre. Entonces la
mujer le dice:
Y
la hija le dice:
-Si
se va a la casa, joven, su mujer lo va a volver a convertir en animal
y maltratarlo. Pero vea, yo le voy a dar unos polvos. Usté se va a
la casa, abre la puerta, y ella no se va dar cuenta que usté va dir,
entonces despacito entra, y le dice:
-Si
no sos cristiana, volvéte yegua, y todos los días usté la castiga.
Así le va a pagar lo que le ha hecho.
El
joven se fue, entró despacito y le echó la agua con los polvos, y
al ratito se convirtió en yegua.
Un
día ve el Rey lo que le hacía a la yegua, y lo hizo llamar y le
preguntó porque trataba, así a ese animal. Entonces el joven le
contó y el Rey le dijo:
-Güeno,
está bien, pero dejala aquí, yo la voy a tener, y tené cuidado
porque si se te dispara te va a embromar a vos.
Laureano
de la Fuente, 66 años. Pinchas. Castro Barros. La Rioja, 1950.
Cuento
897. Fuente: Berta Elena
Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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