Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de febrero de 2015

El chiquillo .933

Dice que había un señor que tenía tres hijos. El mayor, el menor y el Chiquillo, juguetón, inquieto. Los dos mayores, dice, de ver la pobreza en que vivían salen a rodar tierra. Y el Chiquillo dice.
-Llevemén. Yo les voy a servir, dice. Lo que ustedes quieran voy hacer, dice. Llevemén.
-¡No! ¡Cómo te vamos a llevar! Que va a ser para estorbo, en fin.
No lu habían querido llevar. Si habían ido.
Esa noche si había disparau el Chiquillo y se les había echau por atrás.
Habían ido lejos, dice, los hombres y ya lu habían visto al Chiquillo, al otro día. Había caminau toda esa noche y al otro día los había alcanzáu. Lu habían castigado pero ya no había cómo volverlo.
Habían llegado, dice, a una casa grande. Salió una señora con tres chicas hermosas, a cual más linda. Les habían dado de comer, arroz blanco, dice. Y después, que les dice la señora:
-Acá es costumbre que cada uno de los jóvenes tiene que dormir con mis hijas.
Los había hecho acostar, al mayor con la hija mayor, al menor con la menor y al Chiquillo, con la shulca.
Más tarde, cuando si habían dormido los hermanos, había ido la vieja y les había colocado un gorro di oro a cada una de las niñas.
Si había levantau el Chiquillo, les había sacau el gorro a las niñas, si había puesto él uno y les había puesto a los hermanos los otros.
Más tarde es que había venido la vieja, los cazó del jopo y les metió ¡taj! con un machete a los que no tenían gorro. La había decapitado a las tres hijas, crendo que eran los jóvenes.
El Chiquillo, ¡chis! ¡chis! que les dice:
-Levanten, dice, ve, la vieja las ha degollado a las chicas creyendo que somos nosotros. ¡Disparen!
Se levantaron con cuidadito y si habían disparáu.
Dice que había un río que era límite, para el otro lado los dominios de un rey católico y para acá los dominios que había establecido la vieja bruja. Cuando iban llegando que dice:
-¡Apuremos!, ya viene la vieja bruja -que dice el Chiquillo; y es que la vieja, cuando si había recordado, había visto las hijas degolladas y que dice:
-¡Ah!, ¡Chiquillo pícaro!, esto es culpa de él.
Había tenido un chancho, dice, lu había sacado de la pesebrera, había subido en el chancho, y agarró una espada grandísima y los siguió.
-Ya viene la vieja, corramos -dice el Chiquillo.
Habían corrido, si han metido al agua y han pasado, han pasado el río.
-¡Ah, Chiquillo! -que dice. Si volverás.

-Tal vez que sí,
tal vez que no,
tal vez por vos.

Si habían ido. Y ha vuelto la vieja, llorando, muy triste. Había quedado, dice, sin hijas, pero para no desperdiciarlas, dice, las había hecho hervir. Tenía fiambre para rato, como bruja.
Siguieron y llegaron al palacio de un rey y pidieron trabajo. Les dieron trabajo y al Chiquillo lo pusieron a cuidar los gansos.
El Rey tenía una hija y la Princesa se empeñó en hablar con el Chiquillo que era muy lindo y educado.
Y bueno, en eso, ya la niña si había enamorado del Chiquillo y él de ella. Pero como no correspondía un noviazgo entre un cuidador de gansos y una princesa, los vigilaban. Ya la niña pasiaba casi todos los días por áhi. Conversaba con el Chiquillo.
Ya los hermanos del Chiquillo, celosos, que le dicen al Rey que el Chiquillo ha dicho y si ha dejado decir, que era capaz de ir y robarle la colcha campanillas di oro de la vieja bruja.
Lo llama el Rey, y se lo dice.
-No, nunca hi dicho -le dice el Chiquillo.
-Diga o no diga, dice, palabra de Rey no puede faltar.
Si había ido el Chiquillo muy triste. Si había sentau a llorar en la orilla del río. En eso dice que había veníu, dice, una viejita, dice, vestida de luto.
-¿Porque lloras, hijito?
-Vea lo que me pasa -dice. Que mis hermanos li han dicho al Rey esto y esti otro. ¡Y qué lo voy hacer!
-Ve -que le dice-, yo te voy a enseñar cómo vas hacer. Tomá -que le dice. Le había dado un pedazo de pan y unas  galletas riquísimas y una botella de vino dulce-. Ve, la vieja tiene un loro adivino. Vos vas a ir... -y li ha dado todas las instrucciones cómo iba hacer.
Si había ido el Chiquillo. Había entrado.
-¡Ve! -que dice el loro-, ¡el Chiquillo!
Ya corta el Chiquillo el pan. Había echau el vino y había sopau el pon y las galletitas. Li hacía señas:
-¡Tomá!
-¿Qué es?
-Son galletitas dulces sopadas en vino dulce, probá.
Le saca un poquito di azúcar y li había echau en el vino.
-Vengo a robarle la colcha de campanillas di oro a la vieja.
-Yo le guá avisar a la vieja -dice.
-No, si li avisás a la vieja, me va a matar. ¿Y qué vas a remediar vos?
-Pero, sinó me va matar a mí la vieja, lo mismo.
Lu había hecho machar al loro y si había callau.
-Bueno, entrá.
Había entrau el Chiquillo. Dice que la vieja tenía un gato muy juguetón. Le gustaba ir a jugar con las campanillas di oro de la colcha.
Dice el loro:
-Ve, en aquella pieza hay una bolsa con lana. Andá sacala a la bolsa y metela por la cabecera o por los pies de la cama, bajo la cama, y empezá a sacar lana y envolveles los badajitos. La vieja tiene un gato, va crer que el gato 'tá jugando.
Li había envuelto los badajitos y li había dejado uno que sonaba.
-¡Mishi! -que dice la vieja y lo corre al gato. ¡Pero no me va dejar dormir este mischi, caramba!
Y entre todos los badajos li había dejado unito, ¿no? Y cada momento lu hacía sonar, y cada momento lu hacía sonar al badajo.
-¡Ay!, ¡esti animal! -dice- no me va dejar dormir -y ha sacau la colcha y la había tirau allí lejos, la vieja.
Lo que esperaba el Chiquillo, dice. Había salido con cuidadito, li había envuelto la lana al último badajito, la había sacau a la colcha y había salíu disparando. Dice:
-¡Chau!, Mamerto -al loro.
-Dispará porque ya le guá avisar a la vieja.
'Taba medio machau el loro, dice. Pegaba unos gritos. Lu había dejau que se retire un poco el Chiquillo, y dice:
-Pij... dice. ¡Vieja! ¡Vieja loca, dormilona! ¡El Chiquillo lleva la colcha de campanillas di oro! ¡Y vos durmiendo! Ya 'toy ronco tanto gritarte.
Y ha salíu, dice, la vieja como bala. Había sacau un chancho, y si había subíu.
Dice que el Chiquillo si ha apurao y antes que lu alcance si ha metíu en el río.
-¡Ah, Chiquillo! -que dice. Mi has hecho matar mis tres hijas y ahora me llevás la colcha campanillas di oro. ¿Si volverás?

-Tal vez que sí,
tal vez que no,
tal vez por vos.
Si había ido...

Había desenvuelto los badajos y li había dado la colcha al Rey. La había hecho extender el Rey. Que se acostaba y se daba vueltas. ¡Tilín!, ¡Tilín!, sonaban las campanillas. Chocho el Rey ya no se quería levantar de la cama.
Había pasado poco tiempo; los hermanos, más celosos por el favor de la Princesa y del Rey hacia el Chiquillo, porque lu habían trasladado para director de los cuidadores de gansos. Ya tenía puesto directivo. Ya le dicen al Rey qui había dicho el Chiquillo que era capaz de ir y robarle el loro adivino a la vieja bruja.
-Que nu hi dicho -dice.
-Que diga u no diga, palabra de Rey no puede faltar.
Si había ido...
Lo mismo había venido la señora, y dice:
-Andá, llevale mucho pan, mucha azúcar y mucho vino al loro. Hacelo machar y convencelo.
Bué...
El loro:
-¿Qué es lo que quiere decir eso, Chiquillo?
Ve, un atau así de cosas li había llevau.
-¡Tomá!
Que le daba galletas con azúcar y vino. Y meta vino y galletitas y pan, y todos los manjares para un loro.
-Vamos, hombre, qui aquí la vieja ni de comer te da. Ve las mazorca de maíz duro que te da. Allá en el palacio vas estar como un rey. Allá vas a comer galletas finas, vas a tomar vino, vas a vivir bien, y al fin vas a botar esas lagañas, esas plumas fieras que tenís. Allá vas a remozar, hombre. Que esta vieja ni de comer te da, ¡esta pícara!
-Y cierto es -dice. ¿Pero, no nos alcanzará?
-No -dice, no nos hái di alcanzar.
-Bueno, vamos -que dice. Pero yo le tengo que gritar a la vieja y avisarle porque ese es mi deber, mi juramento.
Han ido un trecho y ya ha gritado el loro:
-¡Vieja!... ¡El Chiquillo me lleva! ¡Ya mi has de favorecer!
Ya había ensillau la vieja el chancho.
Y dice que ya el Chiquillo había disparau más juerte.
-¡Vieja! ¡Favoreceme! El Chiquillo me lleva.
La vieja había llegau al río y ya no podía seguir. El Chiquillo había entrau al río, y le dice la vieja:
-¡Ah!, Chiquillo, mi has hecho matar mis tres hijas, mi has robau la colcha campanillas di oro y me llevás el loro adivino. ¿Si volverás?

-Tal vez que sí,
tal vez que no,
tal vez por vos.

Habían llegau al palacio, dice, y el Rey admirado con el loro porque adivinaba todo.
A los pocos días, ya los hermanos, que dicen que el Chiquillo había dicho que era capaz de llevarla a la vieja bruja para que salven toda esa comarca, dice, rica, a favor del Rey.
-Que nu hi dicho.
-Que diga o no diga, palabra de Rey no puede faltar.
Lu había mandau.
Si había ido y si había sentau a llorar.
Había veníu, dice, la mujer ésta, que siempre le salía, la viuda, tapada con un manto, y que dice:
-Ve, esta vieja cuando joven ha teníu un hermano, que casi lu ha muerto a pesadumbre. Y era carpintero. Y si ha ido hace más de veinte años y nu ha vuelto, dice. Vení, yo te guá pintar y vos te vas a ir con estas herramientas de carpintería y vas a llegar a la casa.
Li había dado las instrucciones cómo iba hacer.
Si había ido el Chiquillo, de barbita, patilla, un hombre como de sesenta años.
Había llegado y ha salido la vieja ya...
Claro, la mujer ésta li había explicado cómo iba hacer.
Había ido él con las maletas de las herramientas y todo...
-¡Oh!, ¡hermana! -que le dice- ¿ti acordás de mí? Yo soy José, tu hermano, que vive -que le dice.
-¡Hermano querido! -que le dice. ¡Tantos años! Si habré sufrido -dice, lo que te boté de la casa. Si habré llorado añorando que vuelvas algún día para que me perdonés.
Si había hincado la vieja.
-Sí, te perdono todo el mal que mi has hecho. Yo ya me he jubilado -dice. Ya me he retirado en una ciudá muy lejana -dice. He sido carpintero. Y vengo -dice, a pasar los últimos días con vos. Y vengo porque quiero hacerte un cajón digno de vos, para que tengás el descanso eterno.
-¡Ay!, ¡hermano! -dice. Voy a ir a preparar una comidita.
Él, mientras tanto, había pasado. Había voltiado un árbol, había hecho las tablas y había empezado a fabricar el cajón. Mientras tantos los tornillos los había asegurado bien asegurados. Era una madera gruesa.
-¡Ya 'tá! -que le dice al otro día. Vení, medite, hermana. A ver si vas a poder descansar tranquila.
Había entrau la vieja.
-A ver si no te aprieta la tapa -le dice.
Y li había empezau a ceñir unos tornillos. Cuando ya le faltaba poco, ya li había ceñíu con fuerza.
-Ahora ¡sonó!, ¡vieja pícara!
-¡Aj!... -que gritaba la vieja.
La había llevau, dice, al hombro. Que gritaba la vieja. Había llegau al palacio y todos gritaban:
-¡Ya la trae a la bruja, el Chiquillo!...
Habían hecho una pila de leña y la habían quemau en plaza pública y habían tirado las cenizas al viento.
Y entonces que le dice esta mujer al Chiquillo:
-Ve -que le dice, yo soy -dice, la Virgen, que te he querido ayudar. Y tus hermanos te van a fundir. Decile al Rey que ellos han dicho que son capaces de meterse en un horno ardiendo, y así vas a terminar vos con tus sufrimientos y te vas a casar con la hija del Rey.
Dicho y hecho. Li había dicho al Rey. Los ha llamado a los hombres, y han dicho que ¡no!, que nu han dicho nunca.
-Diga o no diga, palabra de Rey no puede faltar -dice.
Los han hecho meterse en el horno. De más está decir que habían quedau cenizas.
El Chiquillo si había casado con la Princesa y había quedau a vivir feliz en el palacio de la bruja.

Perfecto Bazán, 49 años. Belén. Catamarca, 1968.

Excelente narrador.

Cuento 933. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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