El
niño de oro
Era
un matrimonio, cuyo esposo sabía salir a trabajar a otros lugares.
La esposa era muy buena dueña de casa y muy buena esposa, en todo
sentido. No tenían hijos.
Una
vez viene de visita a su casa una mujer del lugar, conocida de ellos,
trayendolé de regalo dos naranjas, como nunca se habían visto de
hermosas.
Cuando
se fue la visita, la señora guardó las dos naranjas para comerlas
cuando viniera el esposo. Pero no podía resistir la tentación de
comer siquiera una, la que le correspondía a ella. La venció la
tentación, y comió una. Guardó la otra en el fondo de un baúl.
Después
que comió la naranja, la mujer no se sintió bien. Por varios días
no sabía qué le pasaba. Se le empezó a hinchar el vientre como si
fuera un embarazo. Y al poco tiempo tuvo un niño varón. Todo era de
oro. Relumbraba con el sol, y era muy hermoso.
La
madre del niño tenía miedo que volviera el esposo y pensara mal de
ella. No sabía qué hacer. Resolvió buscar a una mujer de otra
parte para que criara el niño. Le puso de nombre Bilbao, y lo llevó
a una mujer para que lo criara con toda atención.
Cerca
de allí había un Rey que tenía una hija muy hermosa, que era muy
regalona del padre y que le daba en todo en el gusto.
Fue
tiempo ya que este niño estaba mozo, porque creció muy rápidamente.
Este niño de oro era un milagro de Dios.
La
hija del Rey sabía ir a pasearse a las playas del mar, y cierto día
vio a este joven tan hermoso y dorado y le llamó poderosamente la
atención. Se enamoró locamente de él, y siguió yendo con más
frecuencia para verlo. Él también se enamoró de ella.
Cierto
día que el mozo andaba por la orilla del mar, vino un negro mota a
la oreja, y lo invitó a jugar. Jugaron el pelecho.
Ganó el joven, y el negro se sacó el pellejo y se lo dio al joven.
El
joven se lo puso, y quedó completamente negro. Cuando vino la niña,
lo vio al joven renegrido. Le llamó mucho la atención, pero siguió
enamorada de él, como antes.
La
niña pensando siempre cómo podría hacer para casarse con este
joven, ideó una estratagema y le dijo al padre:
-Quiero
que haga citar, un día, todos los mozos de su reino. Al que yo deje
caer un ramo de flores, a ese voy a elegir para esposo.
El
Rey le preguntó si le gustaba alguno de los príncipes que él
conocía. Ella le contestó que el único que le gustaba era un joven
que tal vez él no conociera. El Rey, deseoso de conocer el gusto de
su hija, hizo grandes fiestas y ordenó que concurrieran los mozos de
su reino. Frente al palacio hizo hacer un arco, y por áhi tenían
que desfilar, para que la niña eligiera su esposo.
Una
vez dada la orden del Rey y fijado el día de la reunión, comenzaron
a llegar los jóvenes, unos en carruajes, otros a caballo, otros a
pie. Todos iban llenos de lujo. Ya comenzaron a pasar bajo el arco.
Pasaron un día entero, y la niña no tiró su ramo. Al día
siguiente, siguieron pasando, y nada. Al tercer día también
desfilaron mozos, todo el día, y la niña no tiró su ramo. Ya no
quedaban más que los sirvientes, los piones, los leñateros, los
vendedores. El Rey se enojó mucho de que la niña no eligiera, y
tuvo que dejar que pasaran todos estos mozos, por capricho de la
niña. Ya comenzaron a pasar mal vestidos, sucios, en burro unos,
otros a pie. Pasaron todo el día, y el Rey ya estaba muy enojado con
la hija. Al fin, venía un joven negro, en una burra vieja, con unas
tamañas árganas, vendiendo pasas de higos negros. Lo dejaron pasar,
y cuál no sería la sorpresa del Rey, cuando vio que la niña le
tiró el ramo. El Rey decía que era una broma, pero la niña dijo
que ése era su elegido, que era el único que ella quería. Hizo
todo lo posible el Rey por convencer a su hija de que no hiciera esa
locura, pero no hubo nada que hacer. Al fin, el padre, muy enojado,
dijo:
Ya
el Rey se enojó más y ordenó que se casaran en seguida. Ya se
casaron y el Rey ordenó que le dieran de alojamiento un chiquero de
chanchos. Así se hizo, y al chiquero se fue la pareja a pasar su
noche de bodas.
La
niña le preguntó que cómo se había puesto de ese color si ella lo
había conocido tan hermoso y dorado. El joven se sacó el pellejo
del negro y quedó, otra vez, como era, deslumbrante como el sol.
Tenía él una varillita de virtud y durante la noche la sacó, y le
pidió que le hiciera un palacio más grande y mejor que el del Rey.
Y se durmieron. Cuando la niña despertó, se encontró en una cama
lujosísima y en un palacio todo de oro y de cristal como nunca se
había visto otro.
Cuando
amaneció, al otro día, la servidumbre del Rey corrieron con la
noticia, de que parecía que algo ardía, para el lado que salía el
sol. Se levantó el Rey muy apurado, y vio la maravilla del palacio
que había aparecido allí, como un sueño. Mandó a los sirvientes,
y todos les traían noticias de las riquezas y el lujo que veían por
todas partes.
Al
fin, el Rey se animó y fue a ver qué era aquello. Entró, y como
agasajo le sirvieron mate. En eso que estaba tomándolo, se le
desapareció el mate de la mano. Llegaron en eso los dueños de casa,
la niña y el joven, y él no sabía qué hacer para pedirles que lo
perdonaran porque había sido tan injusto con ellos. Ya comenzaron a
buscar el mate, y se lo encontraron en el bolsillo del Rey. El Rey se
quería morir, lo que pasaba por ladrón.
Por
último, el Rey les ofreció su corona, para que siguieran reinando,
en su lugar. El joven le dijo que ellos tenían otras mejores, y sacó
y le mostró unas coronas que dejaban ciego de tanto que relumbraban.
Bueno...
y la niña le hizo ver que Dios le había mandado ese esposo. Y ahí
vivieron por muchos años reinando en lugar del Rey y muy felices.
Luis Jerónimo Lucero, 50 años. Nogolí. Belgrano. San Luis, 1945.
Cuento
888. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 069
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