Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de febrero de 2015

Bilbao .888

El niño de oro

Era un matrimonio, cuyo esposo sabía salir a trabajar a otros lugares. La esposa era muy buena dueña de casa y muy buena esposa, en todo sentido. No tenían hijos.
Una vez viene de visita a su casa una mujer del lugar, conocida de ellos, trayendolé de regalo dos naranjas, como nunca se habían visto de hermosas.
Cuando se fue la visita, la señora guardó las dos naranjas para comerlas cuando viniera el esposo. Pero no podía resistir la tentación de comer siquiera una, la que le correspondía a ella. La venció la tentación, y comió una. Guardó la otra en el fondo de un baúl.
Después que comió la naranja, la mujer no se sintió bien. Por varios días no sabía qué le pasaba. Se le empezó a hinchar el vientre como si fuera un embarazo. Y al poco tiempo tuvo un niño varón. Todo era de oro. Relumbraba con el sol, y era muy hermoso.
La madre del niño tenía miedo que volviera el esposo y pensara mal de ella. No sabía qué hacer. Resolvió buscar a una mujer de otra parte para que criara el niño. Le puso de nombre Bilbao, y lo llevó a una mujer para que lo criara con toda atención.
Cerca de allí había un Rey que tenía una hija muy hermosa, que era muy regalona del padre y que le daba en todo en el gusto.
Fue tiempo ya que este niño estaba mozo, porque creció muy rápidamente. Este niño de oro era un milagro de Dios.
La hija del Rey sabía ir a pasearse a las playas del mar, y cierto día vio a este joven tan hermoso y dorado y le llamó poderosamente la atención. Se enamoró locamente de él, y siguió yendo con más frecuencia para verlo. Él también se enamoró de ella.
Cierto día que el mozo andaba por la orilla del mar, vino un negro mota a la oreja, y lo invitó a jugar. Jugaron el pelecho. Ganó el joven, y el negro se sacó el pellejo y se lo dio al joven.
El joven se lo puso, y quedó completamente negro. Cuando vino la niña, lo vio al joven renegrido. Le llamó mucho la atención, pero siguió enamorada de él, como antes.
La niña pensando siempre cómo podría hacer para casarse con este joven, ideó una estratagema y le dijo al padre:
-Papá, tengo que hacerle un pedido.
-Lo que guste, hijita. Diga no más -le contestó el Rey.
-Quiero que haga citar, un día, todos los mozos de su reino. Al que yo deje caer un ramo de flores, a ese voy a elegir para esposo.
El Rey le preguntó si le gustaba alguno de los príncipes que él conocía. Ella le contestó que el único que le gustaba era un joven que tal vez él no conociera. El Rey, deseoso de conocer el gusto de su hija, hizo grandes fiestas y ordenó que concurrieran los mozos de su reino. Frente al palacio hizo hacer un arco, y por áhi tenían que desfilar, para que la niña eligiera su esposo.
Una vez dada la orden del Rey y fijado el día de la reunión, comenzaron a llegar los jóvenes, unos en carruajes, otros a caballo, otros a pie. Todos iban llenos de lujo. Ya comenzaron a pasar bajo el arco. Pasaron un día entero, y la niña no tiró su ramo. Al día siguiente, siguieron pasando, y nada. Al tercer día también desfilaron mozos, todo el día, y la niña no tiró su ramo. Ya no quedaban más que los sirvientes, los piones, los leñateros, los vendedores. El Rey se enojó mucho de que la niña no eligiera, y tuvo que dejar que pasaran todos estos mozos, por capricho de la niña. Ya comenzaron a pasar mal vestidos, sucios, en burro unos, otros a pie. Pasaron todo el día, y el Rey ya estaba muy enojado con la hija. Al fin, venía un joven negro, en una burra vieja, con unas tamañas árganas, vendiendo pasas de higos negros. Lo dejaron pasar, y cuál no sería la sorpresa del Rey, cuando vio que la niña le tiró el ramo. El Rey decía que era una broma, pero la niña dijo que ése era su elegido, que era el único que ella quería. Hizo todo lo posible el Rey por convencer a su hija de que no hiciera esa locura, pero no hubo nada que hacer. Al fin, el padre, muy enojado, dijo:
-Bueno, palabra de Rey no puede faltar, que se casen.
Hizo llamar al joven y le preguntó.
-¿Cómo te llamás?
-Bilbao.
-¿Cómo?
-Bilbao.
-Pero... ¿Bilbao de qué?
-Bilbao y nada más, mi Rey.
-¡Pucha!... ni el nombre tiene bueno.
Ya el Rey se enojó más y ordenó que se casaran en seguida. Ya se casaron y el Rey ordenó que le dieran de alojamiento un chiquero de chanchos. Así se hizo, y al chiquero se fue la pareja a pasar su noche de bodas.
La niña le preguntó que cómo se había puesto de ese color si ella lo había conocido tan hermoso y dorado. El joven se sacó el pellejo del negro y quedó, otra vez, como era, deslumbrante como el sol. Tenía él una varillita de virtud y durante la noche la sacó, y le pidió que le hiciera un palacio más grande y mejor que el del Rey. Y se durmieron. Cuando la niña despertó, se encontró en una cama lujosísima y en un palacio todo de oro y de cristal como nunca se había visto otro.
Cuando amaneció, al otro día, la servidumbre del Rey corrieron con la noticia, de que parecía que algo ardía, para el lado que salía el sol. Se levantó el Rey muy apurado, y vio la maravilla del palacio que había aparecido allí, como un sueño. Mandó a los sirvientes, y todos les traían noticias de las riquezas y el lujo que veían por todas partes.
Al fin, el Rey se animó y fue a ver qué era aquello. Entró, y como agasajo le sirvieron mate. En eso que estaba tomándolo, se le desapareció el mate de la mano. Llegaron en eso los dueños de casa, la niña y el joven, y él no sabía qué hacer para pedirles que lo perdonaran porque había sido tan injusto con ellos. Ya comenzaron a buscar el mate, y se lo encontraron en el bolsillo del Rey. El Rey se quería morir, lo que pasaba por ladrón.
Por último, el Rey les ofreció su corona, para que siguieran reinando, en su lugar. El joven le dijo que ellos tenían otras mejores, y sacó y le mostró unas coronas que dejaban ciego de tanto que relumbraban.
Bueno... y la niña le hizo ver que Dios le había mandado ese esposo. Y ahí vivieron por muchos años reinando en lugar del Rey y muy felices.

Luis Jerónimo Lucero, 50 años. Nogolí. Belgrano. San Luis, 1945.

Cuento 888. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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