Éste
es el cuento de don Juan Sirimbote,
que
mata siete di un golpe,
juera
de los que quedan pataliando.
Resulta
que era un pueblo chico, como si juera aquí. Áhi había un hombre
que era zapatero. Arreglaba zapatos este hombre. Era muy tomador. Le
había dau por tomar. Al principio 'taba bien, pero empezó a tomar y
tanto y tanto tomar este hombre fundió todo lo que tenía. Y ya las
casas de negocios no le fiaban nada. Y a veces, de verse tan jodido,
que no podía disponer de nada, dispuso de irse di áhi. Y empezó a
armar el viaje pal otro día. En eso llegó una señora, en ese
momento, con unos zapatos pa que se los arreglara. Entonce le
preguntó que pa cuando los necesitaba. Ella le dijo que para mañana
a las diez. Y le dijo:
Le
cobró uno cincuenta. Áhi no más le dio cincuenta centavos. Al
retirar el trabajo le iba a pagar lo demás.
Bueno,
en seguida se puso a buscar algunos pedacitos de cuero. Y encontró
un pedazo de suela que había quedau por áhi, y la puso que se
remojase. Y puso los zapatos en l'horma. Se jue entonce al frente, a
la almacén, y compró medio litro 'e vino pa poder trabajar, y un
pan. Claro, el vino le costaba quince centavos y diez centavos el
pan.
Comió
el pan y el vino y en seguida no más se puso a dormir. Ya 'taba
pasau de la bebida. A la tarde se despertó, miró para todos lados y
vio el zapato que 'taba en l'horma. Áhi no más se limpió los ojos
con un trapo y se puso a trabajar. Lo arregló al zapato y ya no le
faltaba más del lustre.
Al
otro día vino la señora como a las nueve a ver si 'taba el trabajo.
Entonce él nu hizo más de que le pasó el lustre y se lo entregó.
Entonce la señora le pagó el uno cincuenta. Los otros cincuenta se
los regalaba porque le había cumplido con el trabajo.
Se
jue la señora y él formó su viaje y ya salió y se jue lejo, a
otro pueblo. Él tomó el camino y no sabía dónde iba, y llegó a
otro pueblo.
A
la oría del pueblo había un almacén. Entró y pidió si tenían
algo qué comer. Áhi se le asentaron las moscas, al olor de la
comida, y dio un manotón y mató siete moscas. Y áhi que él pensó
de decir que era muy valiente porque había matado siete de un golpe.
Él
era un hombre bastante feo, muy huesudo, regular alto, gordo, las
manos y los brazos grandes. Y todos los que lo vían se sosprendían,
pues.
Entonce
él dispuso de comprarse un tarro de pintura y le pidió al dueño
del almacén le permitiera entrar a la güerta. Y le cedieron. Y áhi
se jue con el tarrito 'e pintura. En la gorra que tenía puso un
letrero dando güelta la visera, diciendo:
Éste
es el cuento de don Juan Sirimbote,
que
mata siete di un golpe,
juera
de los que quedan pataleando.
El
mismo letrero lo puso en la espalda del saco.
Como
en ese pueblo había algunos que eran muy curiosos, los que sabían
ler venían a ver esti hombre y le llevaron el parte al Rey, que
había ese dicho hombre en tal almacén. Él era un hombre muy
valiente.
Bué...
Cuando llegó al almacén jue a mirar adentro y al verlo a don Juan
retrocedió para atrás, salió a la calle. De la calle le preguntó:
Entonce
el Rey mandó patrulla doble, un oficial y cinco milicos. Van y le
dicen que lo venían a llevar. Y entonce les dice él:
-Digalén
a su Majestá que si él quere que vaya allá, que me mande el corcel
de él y unas quinientas o mil pesetas.
Llegan
a lo del Rey. Y hizo llegar hasta la puerta del altío el coche. Y le
preguntó al Rey que para qué lo precisaba. El Rey le dijo que se
baje y pase para el altío, para donde él estaba. Y él le dice:
Se
bajó el Rey y se vino hasta el corcel, y le dice:
Entonce
Juan se bajó y siguió con el Rey al comedor del Rey. Y el Rey hizo
que tomara asiento. Y el Rey le invitó con un vaso de vino. Y áhi
se lo tomó don Juan de un golpe, sin resollar. Ya 'taba un poquito
picado, y más quedó con el vaso que le dio el Rey. Y al ver que el
Rey se demoraba en preguntarle pa qué lo precisaba, le preguntó don
Juan:
Y
entonce le dice el Rey que áhi había una serpiente que le 'taba
comiendo medio pueblo. Que le 'taba terminandolé ya la gente. Que
todas las noches tenía que entregarle una doncella para poderla
sujetar. Tenía que darle una niña que no haiga pecau nunca. Y esa
noche le pertenecía a la del Rey. Las mandaban a las niñas a la
oría del pueblo. Áhi había unas casas grandes, de dos piezas, que
no tenían techo. Entonce le dijo el Rey que si él la salvaba
-palabra de Rey- que se casaría con ella. Y palabra de Rey no puede
faltar.
Le
pidió una bordalesa de vino, lo primero, una vaca carniada y una
bolsa de pan y cinco kilos de sal. Y después de esto, una espada,
pero que juera güena.
El
Rey le dio lo que pedía y le presentó muchas espadas. Y don Juan le
dijo que ninguna servía pa nada. Entonce lo mandó al sótano, que
áhi había muchas, que eligiera la que le pareciera. Y él buscaba y
buscaba, y ninguna le parecía bien. Al fin, al último, descubrió
tres espadas que 'taban herrumbrientas, ya tomadas. Y las vido, y las
limpió bien. Y las empezó a mirar bien y encontró una que tenía
un secreto pa poderla sacar de la vaina. Y entonce él le encontró
el secreto, era un botoncito. La sacó, y 'taba que brillaba adentro.
Y se la enseñó al Rey y le dijo:
Y
le dice que convide con algo que ya se muere de sé. Y ya le dieron
vino y le sirvieron otra vez de comer. Y ya le empezaron a atender
como príncipe.
Y
él a media tarde se retiró. Y s'hizo llevar en el corcel hasta la
casa ande iba a salir la serpiente y 'taba ya la niña. Y lu hizo
esperar al volantero, el del volante, y después subió al coche y se
jue.
Cuando
él llegó a la tapera ésa, ya li habían llevado todo. Y ya se
pusieron a hacer juego para esperar a la serpiente que venía a la
una o a las dos de la madrugada. A la niña, al dentro 'el sol, la
habían llevado.
La
niña 'taba en un solo llanto. Y él le dijo a la niña que dejara de
llorar, que él la iba a salvar.
Se
comió un buen pedazo de asau y se tomó un cántaro de vino. Se vino
a ver las piezas como 'taban y comenzó a acarriar la leña y con los
palos más largos a trancar las puertas. Y le dijo a la niña que se
sentara en una sía, adentro. Y ya bien aseguradas las piezas
ande 'taba la niña. Entonce se largó a pensar:
Y
se subió a los pinos. Les comenzó a cortar los gajos y a dejarlos
como ganchos, a los tres pinos. Y en el pino más alto y más firme
se subió él.
En
eso ya sintió el bramido no más de la serpiente que venía. ¿Qué
hizo él? Se tomó otro cántaro de vino y se encumbró más en el
pino. Era el del medio. Y se pone con su espada adentro ande 'taban
los gajos.
Y
se vino ande 'taba él. Y pegaba unos tremendos saltos sobre los
pinos. Y en eso se quedó encajada. Y él le tiró un hachazo con la
espada y le cortó una cabeza. Y cayó al suelo y áhi se le juntó
la cabeza. Y siguió dando saltos. Y otro salto se volvió a quedar
encajada en otra cabeza. Y él se la cortó en el aire, pero le pegó
un tajo en cruz. Esa cabeza ya no se le juntó. Y pegó otro salto y
se quedó enganchada otra vez y le cortó otra cabeza con un tajo en
cruz. Y así hizo hasta que le cortó seis cabezas. Y la serpiente
tiraba cada vez más arriba los saltos y ya le iba a tocar los
pieses. Y él ya no se podía sostener arriba, ya se caiba. Y en una
de ésas le cortó la última cabeza, la principal, y ya no se juntó
y cayó el cuerpo de la serpiente al suelo.
Y
ya li abrió las puertas a la niña. La niña no había pegau los
ojos de miedo porque 'taba esperando que la coma la serpiente.
Y
le dijo a la niña que él se iba a ir por otro lado y que ella se
juera al palacio. Ella le regaló un pañuelito y el anío que tenía
en el dedo. Los dos eran de virtú. El pañuelito lo podía tender en
el suelo y en seguida iba a tener la mesa tendida. Y el anío lo
ayudaba en cualquier trabajo peligroso y lo trasladaba de un lugar a
otro.
En
eso vino el corcel del Rey para llevar los muertos, porque se creía
que también lo había muerto la serpiente a don Juan. El pueblo
'taba todo enlutado.
Y
ya llegó el negro con el coche, a ver si 'taba muerta la niña. Y
vio la serpiente y llegó asustandosé el negro. Y vido que la
serpiente 'taba muerta. Y juntó las siete cabezas y las echó en una
bolsa y llevó a la niña al palacio. Y jue y dijo que él había
muerto la serpiente. Y dijo:
Y
áhi no más echaron el bando que al día siguiente se casaba el
negro con l'hija 'el Rey. Y ya empezaron a aprontarlo al negro. Y lo
pusieron en remojo a ver si se blanquiaba un poco.
Sigamos
con don Juan. A eso de la oración se despertó. Se lavó bien, se
arregló, y era buen mozo, y más buen mozo 'taba ahora lo que 'taba
contento con lo que había hecho. Y áhi tomó rumbo al palacio. Y a
la oría del pueblo encontró un ranchito y llegó. Y áhi 'taba una
señora vieja, y le dice:
-Bueno,
'tá cerca l'almacén. Tome pa que compre azúca, yerba, carne y pan.
Vaya, yo la voy a esperar con juego.
Y
la esperó a la viejita con una jogata. Y hizo de comer y él se
quedó áhi esa noche. Al otro día le dice ella:
Al
rato no más vino la viejita con la noticia que a la noche se casaba
el negro con la hija 'el Rey, que se presentaba todo el pueblo al
palacio y que les iban a servir un almuerzo, y a la noche que iba a
ser el casamiento. Y entonce él le dice:
-Güeno,
mama vieja, aprontesé que vamos a ir al casamiento.
Cuando
ya era hora de las doce, salió ajuera y raspó el anío, y pidió
ropas y zapatos para la viejita y para él. Al momento ya se
presentaron unos esclavos con unas cajas con unos trajes y unos
zapatos muy lindos.
Y
ya se vistieron y se jueron al palacio. Y empezaron a orillar,
orillar, hasta que entraron al palacio.
-¡Ah,
señore!, como palabra de Rey no puede faltar, así que ahora cumple,
y yo me voy a casar con la Princesa, porque yo hi muerto la serpiente
de siete cabezas, que devoraba el medio pueblo. Y aquí traje la
siete cabeza para prueba.
-Permiso,
Majestá, para aplaudirlo a Francisco lo qui ha hecho, y que ha
traído las siete cabezas. Sabe, mi señor Rey, quisiera ver si cada
cabeza tiene su lengua. A ver, que las traigan para acá.
-Se
la habrán comido la hormiga -dijo el negro. Hay mucha hormiga ande
maté la serpiente.
Entonce
el Rey dijo que don Juan s'iba a casar con su hija. Y mandó a que lo
castigaran al negro. Mandó a trair del campo cuatro potros ariscos,
los más malos que haiga y mandó que le ataran al negro cada brazo y
cada pierna de un potro. Y que así los largaran al campo. Y así lu
hicieron y lo decuartizaron.
El
Rey dijo que se case don Juan con la Princesa, pero que tenía que
hacerle otro trabajito, y le dijo:
-Mañana
a la madrugada hay que salir al frente de una pelea. Los moros me
vienen a quitar el palacio.
Los
moros tenían que pasar el río. Y entonce le dijo él que cómo no.
Y entonce le dijo que elija caballo. Y había un potro culero en la
pesebrera, y él le dijo:
Le
dijo que se juera, al ejército, que él iba a seguir di atrás.
Llegaron a un punto y ahí acamparon. Y él llegó con su espada. Ya
cuando viniera blanquiando el día tenía que 'tar la tropa a la oría
del río.
La
tropa se demoró. Él salió y se jue en el potro. Como los moros
acostumbran a andar en yeguas y él iba en potro, empezó a correr de
una oría a la otra. Y el potro corría, claro, atrás de las yeguas,
y él con l'espada echaba al suelo no más di un solo golpe. Y áhi
los redotó él solo a los moros. Y los que quedaron salieron huyendo
y no volvieron más. Y cuando él los había redotado a los moros, la
tropa recién iba llegando, y no tuvo nada qui hacer, y las hizo
volver. Él ya había tomado la bandera de los moros tamén. Y siguió
la tropa, y a la noche, se tendieron a dormir. Entonce don Juan
Sirimbote les dice:
-Yo
les daré el redote de los moros y la bandera tamén, pero áhi, ande
'tán tendidos mi potro les va a asentar la mano en las nalgas.
-Áhi
tiene su ejército, que no sirve pa nada. Si la batalla la hi ganau
yo. Y hasta los hi marcau a todos. Y si no, que se saquen la ropa, y
vea que ya no son suyos sino míos.
Cuando
jueron a dormir, se le apareció el genio del anío y le dijo, que
por tres noches, pusiera la espada entre él y la niña, y que no le
hablara para nada. Que recién cuando saliera el sol la podía hablar
y que tenían que guardar los dos ese secreto.
A
la primera noche él soñaba que era un triste zapatero borracho, que
no valía nada. A la segunda noche soñaba que él no había muerto
nada a la serpiente, que era la espada la que la había muerto porque
tenía una virtú. A la tercera noche soñaba que él no había
redotado nada a los moros, que era el potro el que los había
redotado porque tamén tenía una virtú.
Bueno,
a la cuarta noche, le dice el genio que no se descuide, que el Rey se
va a poner debajo de la cama, para ver bien quién era él. Y entonce
que él diga qui ha hecho todas esas hazañas y que es muy valiente.
Güeno,
se jueron a dormir. Y el Rey 'taba abajo de la cama. Y entonce él le
comienza a decir a la Princesa:
-Yo
hi sido un hombre muy valiente, muy temible. Por donde venga soy
feroz. Hi venido a este pueblo y hi salvau a todo el pueblo de la
serpiente de siete cabezas. Yo solo hi muerto a los moros y solo, sin
que nadie me ayude hi librau el palacio de que lo agarren los moros.
Y si el Rey se presenta, al Rey lo voy a matar.
Y
güeno, ya el genio le dijo que él ya iba a ser un mozo muy bueno y
que iba a ser muy feliz con la Princesa, y que ya era su esposo y que
nada temiera.
Al
otro día el Rey le dijo que lo dejaba como Rey de ese pueblo que él
había salvado y así quedó hasta la fecha.
Lorenzo
Calderón, 80 años. El Durazno Alto. Pringles. San Luis, 1960.
Campesino
oriundo de la región en donde vivió siempre.
Al
motivo de la serpiente de siete
cabezas se han amalgamado, en el
cuento, otros motivos que no corresponden al cuento fundamental.
Cuento
846. Fuente: Berta Elena
Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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