Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de febrero de 2015

Don juan sirimbote .846

Éste es el cuento de don Juan Sirimbote,
que mata siete di un golpe,
juera de los que quedan pataliando.

Resulta que era un pueblo chico, como si juera aquí. Áhi había un hombre que era zapatero. Arreglaba zapatos este hombre. Era muy tomador. Le había dau por tomar. Al principio 'taba bien, pero empezó a tomar y tanto y tanto tomar este hombre fundió todo lo que tenía. Y ya las casas de negocios no le fiaban nada. Y a veces, de verse tan jodido, que no podía disponer de nada, dispuso de irse di áhi. Y empezó a armar el viaje pal otro día. En eso llegó una señora, en ese momento, con unos zapatos pa que se los arreglara. Entonce le preguntó que pa cuando los necesitaba. Ella le dijo que para mañana a las diez. Y le dijo:
-Digamé si me va a hacer el trabajo urgente si no para llevarlo. Cobremé lo que sea.
Le cobró uno cincuenta. Áhi no más le dio cincuenta centavos. Al retirar el trabajo le iba a pagar lo demás.
Bueno, en seguida se puso a buscar algunos pedacitos de cuero. Y encontró un pedazo de suela que había quedau por áhi, y la puso que se remojase. Y puso los zapatos en l'horma. Se jue entonce al frente, a la almacén, y compró medio litro 'e vino pa poder trabajar, y un pan. Claro, el vino le costaba quince centavos y diez centavos el pan.
Comió el pan y el vino y en seguida no más se puso a dormir. Ya 'taba pasau de la bebida. A la tarde se despertó, miró para todos lados y vio el zapato que 'taba en l'horma. Áhi no más se limpió los ojos con un trapo y se puso a trabajar. Lo arregló al zapato y ya no le faltaba más del lustre.
Al otro día vino la señora como a las nueve a ver si 'taba el trabajo. Entonce él nu hizo más de que le pasó el lustre y se lo entregó. Entonce la señora le pagó el uno cincuenta. Los otros cincuenta se los regalaba porque le había cumplido con el trabajo.
Se jue la señora y él formó su viaje y ya salió y se jue lejo, a otro pueblo. Él tomó el camino y no sabía dónde iba, y llegó a otro pueblo.
A la oría del pueblo había un almacén. Entró y pidió si tenían algo qué comer. Áhi se le asentaron las moscas, al olor de la comida, y dio un manotón y mató siete moscas. Y áhi que él pensó de decir que era muy valiente porque había matado siete de un golpe.
Él era un hombre bastante feo, muy huesudo, regular alto, gordo, las manos y los brazos grandes. Y todos los que lo vían se sosprendían, pues.
Entonce él dispuso de comprarse un tarro de pintura y le pidió al dueño del almacén le permitiera entrar a la güerta. Y le cedieron. Y áhi se jue con el tarrito 'e pintura. En la gorra que tenía puso un letrero dando güelta la visera, diciendo:

Éste es el cuento de don Juan Sirimbote,
que mata siete di un golpe,
juera de los que quedan pataleando.

El mismo letrero lo puso en la espalda del saco.
Como naide lo conocía en ese pueblo, todos los que lo vían se sosprendían al verlo no más.
Como en ese pueblo había algunos que eran muy curiosos, los que sabían ler venían a ver esti hombre y le llevaron el parte al Rey, que había ese dicho hombre en tal almacén. Él era un hombre muy valiente.
El Rey mandó un milico a que lo llevara.
Bué... Cuando llegó al almacén jue a mirar adentro y al verlo a don Juan retrocedió para atrás, salió a la calle. De la calle le preguntó:
-Señor, ¿usté es don Juan?
Le contestó que sí, que qué precisaba.
-Por orden de su Majestá que vaya al palacio, lo vengo a llevar.
Y él le dice:
-Ni usté, ni todos los que vengan no me van a llevá a mí.
Entonce el milico jue allá, a la Majestá del Rey y le dijo lo que el hombre decía.
Entonce el Rey mandó patrulla doble, un oficial y cinco milicos. Van y le dicen que lo venían a llevar. Y entonce les dice él:
-Digalén a su Majestá que si él quere que vaya allá, que me mande el corcel de él y unas quinientas o mil pesetas.
El corcel es un coche con caballos que usaban los reyes di antes.
Y ya jueron y le dijieron, y entonce dice el Rey:
-Pero, ¡ve, que sea tan terrible!
Y que le dice el oficial que era un hombre muy temible que al verlo no más daba miedo.
Y que el Rey le mandó el corcel y el dinero.
-¡Cómo no!, ahora sí puedo ir -dijo.
Entonce le preguntó al almacenero cuánto le debía, y el almacenero le dijo que no le debía nada.
Entonce él le dio las mil pesetas y le dijo que se pague.
-No es tanto -le dijo el almacenero.
-Nu importa, guardemé lo que quede y mañana cuando güelva, quero tener las puertas abiertas.
Ya había agarrado mucha juerza, tanto comer, y era la cumplisión de él para tener bastante recelo.
Llegan a lo del Rey. Y hizo llegar hasta la puerta del altío el coche. Y le preguntó al Rey que para qué lo precisaba. El Rey le dijo que se baje y pase para el altío, para donde él estaba. Y él le dice:
-Bajate vos y vení cerca ande yo 'toy. Si vos me precisás.
Se bajó el Rey y se vino hasta el corcel, y le dice:
-Ya veo que sos don Juan Sirimbote.
-Sí señor, yo soy.
Y junto con lo que dice pega un sopapo al guardabarro y lu abolló un poco al guardabarro.
Entonce Juan se bajó y siguió con el Rey al comedor del Rey. Y el Rey hizo que tomara asiento. Y el Rey le invitó con un vaso de vino. Y áhi se lo tomó don Juan de un golpe, sin resollar. Ya 'taba un poquito picado, y más quedó con el vaso que le dio el Rey. Y al ver que el Rey se demoraba en preguntarle pa qué lo precisaba, le preguntó don Juan:
-¿Para qué me quiere? Yo no 'toy pa perder el tiempo.
Y entonce le dice el Rey que áhi había una serpiente que le 'taba comiendo medio pueblo. Que le 'taba terminandolé ya la gente. Que todas las noches tenía que entregarle una doncella para poderla sujetar. Tenía que darle una niña que no haiga pecau nunca. Y esa noche le pertenecía a la del Rey. Las mandaban a las niñas a la oría del pueblo. Áhi había unas casas grandes, de dos piezas, que no tenían techo. Entonce le dijo el Rey que si él la salvaba -palabra de Rey- que se casaría con ella. Y palabra de Rey no puede faltar.
Entonce le dice don Juan que cómo no, que 'taba bien. El Rey le dijo que pidiera lo que necesitaba.
Le pidió una bordalesa de vino, lo primero, una vaca carniada y una bolsa de pan y cinco kilos de sal. Y después de esto, una espada, pero que juera güena.
El Rey le dio lo que pedía y le presentó muchas espadas. Y don Juan le dijo que ninguna servía pa nada. Entonce lo mandó al sótano, que áhi había muchas, que eligiera la que le pareciera. Y él buscaba y buscaba, y ninguna le parecía bien. Al fin, al último, descubrió tres espadas que 'taban herrumbrientas, ya tomadas. Y las vido, y las limpió bien. Y las empezó a mirar bien y encontró una que tenía un secreto pa poderla sacar de la vaina. Y entonce él le encontró el secreto, era un botoncito. La sacó, y 'taba que brillaba adentro. Y se la enseñó al Rey y le dijo:
-Acá hi encontrau una que me gusta.
Y le dice que convide con algo que ya se muere de sé. Y ya le dieron vino y le sirvieron otra vez de comer. Y ya le empezaron a atender como príncipe.
Y él a media tarde se retiró. Y s'hizo llevar en el corcel hasta la casa ande iba a salir la serpiente y 'taba ya la niña. Y lu hizo esperar al volantero, el del volante, y después subió al coche y se jue.
Lo que más encargaba era que no le jueran a dejar de llevar una carrada de leña.
Cuando él llegó a la tapera ésa, ya li habían llevado todo. Y ya se pusieron a hacer juego para esperar a la serpiente que venía a la una o a las dos de la madrugada. A la niña, al dentro 'el sol, la habían llevado.
La niña 'taba en un solo llanto. Y él le dijo a la niña que dejara de llorar, que él la iba a salvar.
Se comió un buen pedazo de asau y se tomó un cántaro de vino. Se vino a ver las piezas como 'taban y comenzó a acarriar la leña y con los palos más largos a trancar las puertas. Y le dijo a la niña que se sentara en una sía,  adentro. Y ya bien aseguradas las piezas ande 'taba la niña. Entonce se largó a pensar:
-Si viene la serpiente me devora a mí que 'toy ajuera.
Y se subió a los pinos. Les comenzó a cortar los gajos y a dejarlos como ganchos, a los tres pinos. Y en el pino más alto y más firme se subió él.
En eso ya sintió el bramido no más de la serpiente que venía. ¿Qué hizo él? Se tomó otro cántaro de vino y se encumbró más en el pino. Era el del medio. Y se pone con su espada adentro ande 'taban los gajos.
Y en eso llegó la serpiente bramando. Y ya dio un coletazo por las puertas. Y ya le gritó él:
-¡Aquí 'toy yo!
Y se vino ande 'taba él. Y pegaba unos tremendos saltos sobre los pinos. Y en eso se quedó encajada. Y él le tiró un hachazo con la espada y le cortó una cabeza. Y cayó al suelo y áhi se le juntó la cabeza. Y siguió dando saltos. Y otro salto se volvió a quedar encajada en otra cabeza. Y él se la cortó en el aire, pero le pegó un tajo en cruz. Esa cabeza ya no se le juntó. Y pegó otro salto y se quedó enganchada otra vez y le cortó otra cabeza con un tajo en cruz. Y así hizo hasta que le cortó seis cabezas. Y la serpiente tiraba cada vez más arriba los saltos y ya le iba a tocar los pieses. Y él ya no se podía sostener arriba, ya se caiba. Y en una de ésas le cortó la última cabeza, la principal, y ya no se juntó y cayó el cuerpo de la serpiente al suelo.
Güeno... Ya se bajó, porque jedía más él que la serpiente, del julepe.
Y ya li abrió las puertas a la niña. La niña no había pegau los ojos de miedo porque 'taba esperando que la coma la serpiente.
Entonce él le sacó las siete lenguas de la serpiente. Y las tenía en el bolsillo.
Y le dijo a la niña que él se iba a ir por otro lado y que ella se juera al palacio. Ella le regaló un pañuelito y el anío que tenía en el dedo. Los dos eran de virtú. El pañuelito lo podía tender en el suelo y en seguida iba a tener la mesa tendida. Y el anío lo ayudaba en cualquier trabajo peligroso y lo trasladaba de un lugar a otro.
En eso vino el corcel del Rey para llevar los muertos, porque se creía que también lo había muerto la serpiente a don Juan. El pueblo 'taba todo enlutado.
Él se retiró por una montaña, por un bañado, para poder descansar y dormir.
Y ya llegó el negro con el coche, a ver si 'taba muerta la niña. Y vio la serpiente y llegó asustandosé el negro. Y vido que la serpiente 'taba muerta. Y juntó las siete cabezas y las echó en una bolsa y llevó a la niña al palacio. Y jue y dijo que él había muerto la serpiente. Y dijo:
-Acá traigo las siete cabezas.
Entonce dijo el Rey:
-Palabra de Rey no puede faltar: usté se va a casar con m'hija.
Y áhi no más echaron el bando que al día siguiente se casaba el negro con l'hija 'el Rey. Y ya empezaron a aprontarlo al negro. Y lo pusieron en remojo a ver si se blanquiaba un poco.
Sigamos con don Juan. A eso de la oración se despertó. Se lavó bien, se arregló, y era buen mozo, y más buen mozo 'taba ahora lo que 'taba contento con lo que había hecho. Y áhi tomó rumbo al palacio. Y a la oría del pueblo encontró un ranchito y llegó. Y áhi 'taba una señora vieja, y le dice:
-¿Qué hace mama vieja?
Y ella le dice:
-Aquí 'tamos, hijito.
-¿Tiene algo de comer?
-No, nada, nada.
-Bueno, 'tá cerca l'almacén. Tome pa que compre azúca, yerba, carne y pan. Vaya, yo la voy a esperar con juego.
Y áhi raspa el anío y le pide pesetas y le pasa plata a la señora. Y claro, tamén l'encargó vino.
Y la esperó a la viejita con una jogata. Y hizo de comer y él se quedó áhi esa noche. Al otro día le dice ella:
-Tengo que ir al palacio del Rey, que se casa Francisco con la hija del Rey.
Francisco se llamaba el negro, porque todos los negros se llamaban Francisco.
Entonce él le dice:
-Vaya no más y venga en seguida y digamé lo que pasa en el palacio.
Al rato no más vino la viejita con la noticia que a la noche se casaba el negro con la hija 'el Rey, que se presentaba todo el pueblo al palacio y que les iban a servir un almuerzo, y a la noche que iba a ser el casamiento. Y entonce él le dice:
-Güeno, mama vieja, aprontesé que vamos a ir al casamiento.
Y la viejita le dice:
-Yo no puedo ir, hijito, que no tengo ni ropa, ni zapatos.
-Usté no se apure, todo lo que necesite yo le voy a procurar.
Cuando ya era hora de las doce, salió ajuera y raspó el anío, y pidió ropas y zapatos para la viejita y para él. Al momento ya se presentaron unos esclavos con unas cajas con unos trajes y unos zapatos muy lindos.
Y ya se vistieron y se jueron al palacio. Y empezaron a orillar, orillar, hasta que entraron al palacio.
Ya 'taban todos en la mesa. Entonce tenía que hablar el novio, y habló el negro, y dijo:
-¡Ah, señore!, como palabra de Rey no puede faltar, así que ahora cumple, y yo me voy a casar con la Princesa, porque yo hi muerto la serpiente de siete cabezas, que devoraba el medio pueblo. Y aquí traje la siete cabeza para prueba.
Y todos aplaudían y decían que 'taba bien.
Y entonce don Juan Sirimbote pidió la palabra. Pidió la palabra y dijo:
-Permiso, Majestá, para aplaudirlo a Francisco lo qui ha hecho, y que ha traído las siete cabezas. Sabe, mi señor Rey, quisiera ver si cada cabeza tiene su lengua. A ver, que las traigan para acá.
Y ya las trajieron a presencia de todos. Áhi las registraron, y ninguna cabeza tenía lengua.
Y entonce dijo:
-¿Y las lenguas de estas cabezas?
-Se la habrán comido la hormiga -dijo el negro. Hay mucha hormiga ande maté la serpiente.
Entonce don Juan sacó el pañuelito con las lenguas y le dice al Rey:
-Mire, señor Rey, aquí 'tán todas las lenguas de la serpiente.
Entonce la niña gritó:
Ése es el hombre que me ha salvado. Él mató la serpiente y yo le regalé mi pañuelito de virtú.
Entonce el Rey dijo que don Juan s'iba a casar con su hija. Y mandó a que lo castigaran al negro. Mandó a trair del campo cuatro potros ariscos, los más malos que haiga y mandó que le ataran al negro cada brazo y cada pierna de un potro. Y que así los largaran al campo. Y así lu hicieron y lo decuartizaron.
El Rey dijo que se case don Juan con la Princesa, pero que tenía que hacerle otro trabajito, y le dijo:
-Mañana a la madrugada hay que salir al frente de una pelea. Los moros me vienen a quitar el palacio.
Los moros tenían que pasar el río. Y entonce le dijo él que cómo no. Y entonce le dijo que elija caballo. Y había un potro culero en la pesebrera, y él le dijo:
-Yo voy a ir en este potro.
Le dijo que se juera, al ejército, que él iba a seguir di atrás. Llegaron a un punto y ahí acamparon. Y él llegó con su espada. Ya cuando viniera blanquiando el día tenía que 'tar la tropa a la oría del río.
La tropa se demoró. Él salió y se jue en el potro. Como los moros acostumbran a andar en yeguas y él iba en potro, empezó a correr de una oría a la otra. Y el potro corría, claro, atrás de las yeguas, y él con l'espada echaba al suelo no más di un solo golpe. Y áhi los redotó él solo a los moros. Y los que quedaron salieron huyendo y no volvieron más. Y cuando él los había redotado a los moros, la tropa recién iba llegando, y no tuvo nada qui hacer, y las hizo volver. Él ya había tomado la bandera de los moros tamén. Y siguió la tropa, y a la noche, se tendieron a dormir. Entonce don Juan Sirimbote les dice:
-Yo les daré el redote de los moros y la bandera tamén, pero áhi, ande 'tán tendidos mi potro les va a asentar la mano en las nalgas.
Y en la mano del potro tenía un letrero que decía: don Juan Sirimbote.
Bueno, ya llegaron al palacio y le dice al Rey:
-Áhi tiene su ejército, que no sirve pa nada. Si la batalla la hi ganau yo. Y hasta los hi marcau a todos. Y si no, que se saquen la ropa, y vea que ya no son suyos sino míos.
Y el Rey vido que era cierto, que 'taban todos marcados.
En la noche no más si hacía el casamiento. Se casó don Juan con la hija del Rey.
Cuando jueron a dormir, se le apareció el genio del anío y le dijo, que por tres noches, pusiera la espada entre él y la niña, y que no le hablara para nada. Que recién cuando saliera el sol la podía hablar y que tenían que guardar los dos ese secreto.
A la primera noche él soñaba que era un triste zapatero borracho, que no valía nada. A la segunda noche soñaba que él no había muerto nada a la serpiente, que era la espada la que la había muerto porque tenía una virtú. A la tercera noche soñaba que él no había redotado nada a los moros, que era el potro el que los había redotado porque tamén tenía una virtú.
Bueno, a la cuarta noche, le dice el genio que no se descuide, que el Rey se va a poner debajo de la cama, para ver bien quién era él. Y entonce que él diga qui ha hecho todas esas hazañas y que es muy valiente.
Güeno, se jueron a dormir. Y el Rey 'taba abajo de la cama. Y entonce él le comienza a decir a la Princesa:
-Yo hi sido un hombre muy valiente, muy temible. Por donde venga soy feroz. Hi venido a este pueblo y hi salvau a todo el pueblo de la serpiente de siete cabezas. Yo solo hi muerto a los moros y solo, sin que nadie me ayude hi librau el palacio de que lo agarren los moros. Y si el Rey se presenta, al Rey lo voy a matar.
Y áhi salió el Rey, despacito, y se mandó a mudar.
Y güeno, ya el genio le dijo que él ya iba a ser un mozo muy bueno y que iba a ser muy feliz con la Princesa, y que ya era su esposo y que nada temiera.
Al otro día el Rey le dijo que lo dejaba como Rey de ese pueblo que él había salvado y así quedó hasta la fecha.

Lorenzo Calderón, 80 años. El Durazno Alto. Pringles. San Luis, 1960.

Campesino oriundo de la región en donde vivió siempre.

Al motivo de la serpiente de siete cabezas se han amalgamado, en el cuento, otros motivos que no corresponden al cuento fundamental.

Cuento 846. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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