277. Cuento popular castellano
Ésta era una señora muy rica y viuda de un
médico, que vivía en un castillo con su criada. Y la criada se llamaba María
Sibidí. La criada, desde el castillo, observó que parecía que se veía una cueva
enfrente del castillo, y como era muy atrevida, se decidió ir a ver lo que era
aquello.
Y un día talió a tirar la ceniza de la lumbre
por ese sitio y se llegó a ver lo que era aquello. Y se encontró con una puerta
medio vuelta en el suelo. La abrió, bajó por una escalera y se encontró con
que era una cueva de ladrones. Entró y vio que tenían preparada la comida para
ocho o diez hombres. Y como era muy mala, tuvo la idea de echar la ceniza en la
comida. Fue y echó la ceniza en la comida, subió y se volvió a su casa. Y se lo
contó a su señora.
-Ahora sé dónde tienen su guarida los
ladrones.
Cuando volvieron los ladrones a cenar, vieron
que estaba estropeada la cena y dijeron:
-Aquí ha andao una persona, y hay que saber
quién ha sido. Ya acordaron que se quedase uno de centinela a ver si la cogían.
Y efectivamente, al día siguiente, se quedó
uno de los ladrones de centinela. Y la criada volvió a hacer la misma
operación. Vuelve a la cueva; pero al ir a echar la ceniza en la comida de los
ladrones, el que estaba allí escondido la cogió de la mano y la dijo:
-Ah, tuna, ¿eres tú la que nos estropeabas la
comida? Ahora nos las vas a pagar todas juntas.
Y la cogió y la ató. La criada, mientras
tanto, estaba pensando cómo se salvaría. Y según estaba atada, le pidió
permiso al ladrón para que la dejara ir a hacer una necesidad. Y el ladrón la
dijo que la hiciera allí, delante de él. Y ella dijo que la daba mucha
vergüenza, que la atara por la muñeca y que la diera siquiera un poco de
cuerda para irlo a hacer detrás de la cueva.
Y ella, al dar la vuelta a la esquina de la
cueva, desató la cuerda de la muñeca y la ató a una encima que había detrás de
la cueva y escapó para el castillo. Y el que la tenía atada, de vez en cuando
tiraba de la cuerda. Y como no venía el cordel, decía para sí:
-Está ahí. Está ahí.
Bueno. Pero ya cansao de que no venía, fue a
mirar y se encontró con que estaba sola la cuerda atada al pino.
Vinieron los compañeros por la noche. Y se lo
contó el que se había quedado -que era la criada del castillo, que la había
tenido atada; pero que le había engañao y se le había escapao. Y le dijeron los
compañeros que cómo había sido tan tonto para dejarla otra vez escapar.
Entonces el capitán decidió fingirse de pobre
para ir a pedir en casa de la señora del castillo y así poder robar y matar a
la criada. Llegó a pedir limosna y preguntó si le daban -posada para pasar allí
la noche. La señora, temerosa, no quería recibirle; pero la criada se empeñó y
hizo a la señora que le recibiera en el pajar.
Pero estando cenando, a la criada la entró
compasión del pobre y la dijo a la señora que daba lástima que ellas
estuvieran calentándose al fuego y que el pobre estuviera muerto de frío en el
pajar. Y rogó a la señora que le dejara que entrara con ellas. Y la señora no
quería; pero la criada insistía y por fin la convenció. Y le mandaron pasar a
cenar con ellas. Y después de cenar, el pobre las dijo:
-Como han sido ustedes tan caritativas
conmigo, yo también quiero darlas estos higos de postre.
Y las dio unos higos que eran dormideros. La
señora los comió y al punto quedó dormida; y la criada sospechó que aquellos
higos eran para adorme-cerlas y hizo como que los comía y los metió en el
pecho. Pero fingió que se quedaba dormida como su señora.
Y el pobre, en cuanto vio que estaban
dormidas, subió por la escalera de la sala de la señora y salió al balcón y
tocó un pito. Pero la criada, que veía lo que hacía, se descalzó y subió tras
de él. Y estando tocando el pito, pues le cogió de una pierna y le tiró por el
balcón.
Vinieron los compañeros -que eran una
cuadrilla de bandoleros- y se encontraron con su compañero tendido en el suelo,
lleno de heridas. No tuvieron más remedio que cogérsele y llevársele a su
cueva.
Bajó la criada y contó a la señora lo que
había sucedido. Y la dice:
-¡Ay, señora, que comería usted los higos que
nos dio el pobre! Pues era un ladrón, que se había fingido de pobre para
matarnos. Si yo hubiera hecho lo mismo, nos hubieran matao. Pero yo me fingí la
dormida. Y nada más ver que estábamos dormidas, se subió al balcón para llamar
a sus compañeros. Pero yo me fui tras de él y le tiré por el balcón. Vinieron
sus compar ñeros y le recogieron y se le llevaron.
Y el ama la reprendió por haber querido ella
recoger al pobre.
Al día siguiente dice la criada:
-Me voy a vestir con el traje del señorito y
voy a ver cómo está el herido que tiré por el balcón.
Y se vistió de médico, con la ropa de su amo.
Y se montó en el caballo de su señorito. Y se fue por la cueva donde vivían los
ladrones. Y les preguntó si le hacían el favor de decirle la senda que llevaba
a un pueblo cercano, que iba a visitar a un enfermo.
Y al enterarse los ladrones que era médico,
le rogaron que bajara del caballo y entrara a visitar a un enfermo muy grave
que tenían. Pasó a hacerle la visita. Y le hizo unas rajas en la espalda de
arriba abajo y les mandó echar sal y vinagre en las heridas. Y le vendó muy
bien.
Y se volvió a montar en el caballo. Los
ladrones le preguntaron que cuánto eran sus derechos. Y él les dijo que nada.
Pero los ladrones insistieron y le metieron en las alforjas dos talegas de
dinero. Ella hizo como que tomaba la senda del pueblo, dio media vuelta y se
volvió para el castillo. Y contó a la señora todo lo ocurrido. La señora la
decía que la iban a matar por andar haciendo esas cosas con gentes de mal
vivir.
Pasaron unos días y el enfermo se agravó y
murió. Los ladrones entonces sospecharon que aquél que le había curao no sería
médico; que sería la criada del castillo, vestida de médico, que se habría
disfrazao de médico. Y entonces acordaron vengarse de ella. Y inventaron de qué
modo lo harían.
Y uno ideó hacerse novio de ella. Y llegó a
la puerta del castillo y la enamoró. Ella le conoció; pero le aceptó, aunque
conoció que era uno de los ladrones.
Se celebró la boda y como ella tenía mucho
miedo, pensó que por la noche la mataría. Y a la noche metió un pellejo de miel
en la cama y ella se metió debajo de la cama. Y vino el ladrón a meterse en la
cama y fue a clavar un cuchillo en su mujer. Y al clavarla el cuchillo, le
saltó un chorro de miel a la boca. Y dijo el ladrón:
-¡María Sibidí de mi vida! ¡Dulce en la
muerte y agria en la vida!
Y contestó ella desde debajo de la cama:
-¿Sí, mi vida?
Y entonces, al ver el ladrón que era tan
lista, se abrazaron. Se quedó a vivir con ella, y fueron felices y comieron
perdices y a mí no me dieron porque no quisieron.
Mota
del Marqués, Valladolid. Ciselia
Menéndez. 30
de abril, 1936. 43
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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