Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 7 de julio de 2012

Los tres consejos .238

238. Cuento popular castellano

Éste era un matrimonio recién casaos, y vivían tan pobres, tan pobres, que un día la dice el marido a la mujer:
-Mira, mujer, así con esta miseria no podemos hacer nada. Me voy a ir por el mundo a ver si puedo hacer fortuna. Ya te es­cribiré y sabrás a menudo de mí.
Se despidieron los dos esposos con mucha pena, sobre todo la mujer, que quedaba encinta.
Se fue el marido, y a fuerza de andar llegó a una capital, don­de encontró a un señor. Le preguntó el señor si quería ir a servir con él, y le dijo el pobre que bueno, que él iba a buscarse su vida y siempre que fuese un trabajo honrao, que se sujetaría, aunque fuese por poco. Le llevó el señor a su casa. Era un señor muy rico y bueno. Y el criao también era muy bueno. Tan bien con­geniaron los dos que no acertaban a separarse el uno del otro. De tal manera se encontraba a gusto el buen hombre, que sólo escribió a su mujer un par de años. Pasados éstos, la mujer nun­ca volvió a saber nada del marido.
Así trascurrían los años hasta que ya había pasado más de treinta años al servicio de aquel señor. Y una noche el pobre hombre, el criao, se acostó en su cama y empezó a pensar qué sería de su joven esposa. Con tanto hincapié lo cogió que a otro día por la mañana le dice al amo:
-Mire ustez, señor; mucho siento lo que le voy a decir. Yo soy casao. Cuando me vine con ustez, dejé a mi esposa sola y en la última miseria. Tan a gusto me he encontrao a su lado que nunca me he vuelto a acordar de ella. Pero hoy desearía de que ustez me diese la cuenta para volverme a mi tierra, y si es que encuentro a mi mujer -que no ha muerto, quiero pasar con ella los últimos días de mi existencia.
-Muy bien -le dice el señor. Eso es ser bueno. Y en pre­mio de tu buena conduzta, pídeme la soldada que quieras, que nada te negaré.
-Yo me conformo con lo que ustez me dé, señor -dice el hombre. Nunca he sido usurero. Por consiguiente, con lo que me dé me conformo.
El buen señor, viendo la nobleza del criao, sacó un bolsillo repleto de oro, y le dice:
-Toma, y que Dios te haga feliz. Ahora que antes de despe­dirte de mí, te voy a dar tres consejos. El primero va a ser, que nunca dejes caminos para ir por sendas; el segundo, que en lo que no te importa, nunca te metas; y el tercero, que antes de que vayas a hacer una cosa, la pienses tres veces.
Se despidieron amo y criao. Y tomando su camino el criao, después de andar dos leguas o tres, se encontró con unos arrie­ros y le preguntaron:
-¿Para dónde va ustez, buen hombre?
-Pues yo quiero ir a dormir a ese pueblo más próximo.
-Pues ahí vamos también nosotros.
Siguieron caminando y encontraron un sendero que atravesa­ba un monte. El buen hombre seguía su camino, y los arrieros le dicen:
-Véngase ustez con nosotros por este sendero, porque por aquí aguantamos mucho más, y mientras ustez anda la metá del camino, ya estamos nosotros en el pueblo.
Y dice el hombre:
-No, no; yo no dejo el camino para ir por sendas. Y ¡vayan ustedes con Dios!
Cuando había andao. él como cosa de media legua, oyó mu­chos gritos y voces en demanda de auxilio. Atravesó el monte y se fue para allá, y se encontró con que unos ladrones habían sa­lido a los arrieros, les habían robao el dinero, y les habían dejao amarraos a los árboles. Al llegar el hombre allí y ver aquello, les dice:
-¿Qué es lo que os ha paso?
-Pues, ¿qué nos va a pasar? -dice uno de ellos. Que han salido unos ladrones y nos han robao todo el dinero que traíamos. Y entonces dice el hombre:
-¡Vaya, vaya, que el primer consejo no me ha salido mal!
Si me pescan a mí los ladrones, me quitan también el dinero, y lo servido, perdido.
Bueno, pues soltó a los arrieros, y siguieron el camino hasta el pueblo adonde iban. Allí cada uno se dispersó; los arrieros se fueron para sus posadas, y él se fue a una fonda que había en el pueblo. Preguntó que si tendrían para él cama y cena, y le dijeron que sí, que precisamente era una fonda que no reco­gían nada más que un güspede cada noche.
Llegó la hora de la comida, se puso a la mesa, y le sirvieron de comer bastante bien. Y después de terminada la comida, sale un hombre con una señorita con una cadena al pescuezo, ata­da y desnuda, y la maltrataba sin cesar con una tralla. La me­tió debajo de la mesa, y aquel ser desgraciao se atropó todos los buesos y las migas de pan que había tirao el güéspede. Des­pués que atropó los buesos y se comió el pan, la retiraron otra vez a esconderla en una habitación.
El hombre se quedó pasmao al ver aquello, con unas ganas de preguntar que qué era aquello, que le costaba trabajo resis­tirse. Pero se acordó del consejo del amo, que en lo que no le importaba nunca se metiese, y se calló la boca.
Por la noche Ocurrió lo mismo. Sacaron a la pobre mujer a atropar las sobras que habían quedao por la mesa, las comió como un ser salvaje después de pegarla ellos cuatro palos, y la volvieron a retirar. Entonces el güéspede dijo que quería acostarse, y le enseñaron la habitación donde tenía que dormir. Pero en toda la noche no pudo pegar los ojos pensando en lo que había visto.
Se levantó por la mañana, se fue al comedor y mandó que le pusieran la cuenta del gasto que había hecho. Antes de po­nerle la cuenta le cogió un criao y le dice:
-Venga ustez conmigo, caballero.
Y le llevó a una habitación que estaba rodeada toda de gan­chos de hierro, y en cada gancho había un cuerpo humano col­gao, hombres y mujeres. Y le dice el criao:
-Mire ustez, caballero. Todos éstos que ve ustez aquí col­gaos han sido curiosos, que sólo por sacar esa mujer que ustez ha visto han preguntao que qué significaba eso, qué hacíamos con ella, y la contestación era colgarles en esos ganchos, por meterse donde no les importaba.
Y entonces dice el hombre para sus adentros:
-¡Vaya, vaya, que el segundo consejo de mi amo tampoco ha ido mal empleao! Si se me ocurre a mí preguntar también, ahí me cuelgan como a ésos.
Y en agradecimiento al señor de la fonda le entregó su bol­sillo lleno de oro.
Siguió el buen hombre su camino, y después de andar mu­cho, mucho, llegó al pueblo donde nació y donde tenía a la mu­jer. Como hacía tanto tiempo que faltaba, pues nadie le co­nocía.
Llega a su puerta y ve que hay una señora como de unos cin­cuenta años sentada en una silla, y al lado de ella un señor cura que la hacía miles de caricias, a las que ella correspondía, be­sándole las manos y la frente. El buen hombre de seguida reco­noció que era su mujer, pero los celos se le subieron a la cabeza y sacó la pistola con intención de matarles a los dos -al señor cura y a la señora que estaba con él.
Ya iba a disparar cuando se acordó del tercer consejo de su amo, y dice:
-No; no disparo. Mientras no lo pienso tres veces, no disparo. Y entonces se acercó a su mujer, que ella no le conocía ya, y la dice:
-Buenas tardes, señora. ¡Qué bien se lo están pasando uste­des! Deben de ser muy felices.
Y dice la buena señora:
-Sí, señor, sí; somos felices. Después de treinta años de dis­gustos y calamidades pidiendo limosna, he conseguido que este mi hijo que tengo aquí pudiera coger la carrera que tiene, de sacerdote. Porque ha de saber el buen señor que yo, al año de casada, me abandonó mi marido, contando con esta fecha trein­ta años que no he vuelto a saber de él. Pero hoy sí; hoy no me acuerdo de lo que ha pasao, porque tengo aquí a mi hijo que me sostiene, y nada me falta.
Entonces el marido dice para sus adentros:
-¡Hola! ¡Hola! Si no me acuerdo del consejo del amo, la hago gorda. Mato a la mujer y al hijo.
Y al darse a conocer a ellos recibieron una grande alegría. Y yo me vine y los dejé, y no sé qué habrá sido de ellos.

Morgovejo (Riaño), León. Ascaria Prieto de Castro. 19 de mayo, 1936.  Obrera, 51 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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