238. Cuento popular castellano
Éste era un matrimonio recién casaos, y
vivían tan pobres, tan pobres, que un día la dice el marido a la mujer:
-Mira, mujer, así con esta miseria no podemos
hacer nada. Me voy a ir por el mundo a ver si puedo hacer fortuna. Ya te escribiré
y sabrás a menudo de mí.
Se despidieron los dos esposos con mucha
pena, sobre todo la mujer, que quedaba encinta.
Se fue el marido, y a fuerza de andar llegó a
una capital, donde encontró a un señor. Le preguntó el señor si quería ir a
servir con él, y le dijo el pobre que bueno, que él iba a buscarse su vida y
siempre que fuese un trabajo honrao, que se sujetaría, aunque fuese por poco.
Le llevó el señor a su casa. Era un señor muy rico y bueno. Y el criao también
era muy bueno. Tan bien congeniaron los dos que no acertaban a separarse el
uno del otro. De tal manera se encontraba a gusto el buen hombre, que sólo
escribió a su mujer un par de años. Pasados éstos, la mujer nunca volvió a
saber nada del marido.
Así trascurrían los años hasta que ya había
pasado más de treinta años al servicio de aquel señor. Y una noche el pobre
hombre, el criao, se acostó en su cama y empezó a pensar qué sería de su joven
esposa. Con tanto hincapié lo cogió que a otro día por la mañana le dice al
amo:
-Mire ustez, señor; mucho siento lo que le
voy a decir. Yo soy casao. Cuando me vine con ustez, dejé a mi esposa sola y en
la última miseria. Tan a gusto me he encontrao a su lado que nunca me he vuelto
a acordar de ella. Pero hoy desearía de que ustez me diese la cuenta para
volverme a mi tierra, y si es que encuentro a mi mujer -que no ha muerto,
quiero pasar con ella los últimos días de mi existencia.
-Muy bien -le dice el señor. Eso es ser
bueno. Y en premio de tu buena conduzta, pídeme la soldada que quieras, que
nada te negaré.
-Yo me conformo con lo que ustez me dé, señor
-dice el hombre. Nunca he sido usurero. Por consiguiente, con lo que me dé me
conformo.
El buen señor, viendo la nobleza del criao,
sacó un bolsillo repleto de oro, y le dice:
-Toma, y que Dios te haga feliz. Ahora que
antes de despedirte de mí, te voy a dar tres consejos. El primero va a ser,
que nunca dejes caminos para ir por sendas; el segundo, que en lo que no te
importa, nunca te metas; y el tercero, que antes de que vayas a hacer una cosa,
la pienses tres veces.
Se despidieron amo y criao. Y tomando su
camino el criao, después de andar dos leguas o tres, se encontró con unos arrieros
y le preguntaron:
-¿Para dónde va ustez, buen hombre?
-Pues yo quiero ir a dormir a ese pueblo más
próximo.
-Pues ahí vamos también nosotros.
Siguieron caminando y encontraron un sendero
que atravesaba un monte. El buen hombre seguía su camino, y los arrieros le
dicen:
-Véngase ustez con nosotros por este sendero,
porque por aquí aguantamos mucho más, y mientras ustez anda la metá del camino,
ya estamos nosotros en el pueblo.
Y dice el hombre:
-No, no; yo no dejo el camino para ir por
sendas. Y ¡vayan ustedes con Dios!
Cuando había andao. él como cosa de media
legua, oyó muchos gritos y voces en demanda de auxilio. Atravesó el monte y se
fue para allá, y se encontró con que unos ladrones habían salido a los
arrieros, les habían robao el dinero, y les habían dejao amarraos a los
árboles. Al llegar el hombre allí y ver aquello, les dice:
-¿Qué es lo que os ha paso?
-Pues, ¿qué nos va a pasar? -dice uno de
ellos. Que han salido unos ladrones y nos han robao todo el dinero que
traíamos. Y entonces dice el hombre:
-¡Vaya, vaya, que el primer consejo no me ha
salido mal!
Si me pescan a mí los ladrones, me quitan
también el dinero, y lo servido, perdido.
Bueno, pues soltó a los arrieros, y siguieron
el camino hasta el pueblo adonde iban. Allí cada uno se dispersó; los arrieros
se fueron para sus posadas, y él se fue a una fonda que había en el pueblo.
Preguntó que si tendrían para él cama y cena, y le dijeron que sí, que
precisamente era una fonda que no recogían nada más que un güspede cada noche.
Llegó la hora de la comida, se puso a la
mesa, y le sirvieron de comer bastante bien. Y después de terminada la comida,
sale un hombre con una señorita con una cadena al pescuezo, atada y desnuda, y
la maltrataba sin cesar con una tralla. La metió debajo de la mesa, y aquel
ser desgraciao se atropó todos los buesos y las migas de pan que había tirao el
güéspede. Después que atropó los buesos y se comió el pan, la retiraron otra
vez a esconderla en una habitación.
El hombre se quedó pasmao al ver aquello, con
unas ganas de preguntar que qué era aquello, que le costaba trabajo resistirse.
Pero se acordó del consejo del amo, que en lo que no le importaba nunca se
metiese, y se calló la boca.
Por la noche Ocurrió lo mismo. Sacaron a la
pobre mujer a atropar las sobras que habían quedao por la mesa, las comió como
un ser salvaje después de pegarla ellos cuatro palos, y la volvieron a retirar.
Entonces el güéspede dijo que quería acostarse, y le enseñaron la habitación
donde tenía que dormir. Pero en toda la noche no pudo pegar los ojos pensando
en lo que había visto.
Se levantó por la mañana, se fue al comedor y
mandó que le pusieran la cuenta del gasto que había hecho. Antes de ponerle la
cuenta le cogió un criao y le dice:
-Venga ustez conmigo, caballero.
Y le llevó a una habitación que estaba
rodeada toda de ganchos de hierro, y en cada gancho había un cuerpo humano colgao,
hombres y mujeres. Y le dice el criao:
-Mire ustez, caballero. Todos éstos que ve
ustez aquí colgaos han sido curiosos, que sólo por sacar esa mujer que ustez
ha visto han preguntao que qué significaba eso, qué hacíamos con ella, y la
contestación era colgarles en esos ganchos, por meterse donde no les importaba.
Y entonces dice el hombre para sus adentros:
-¡Vaya, vaya, que el segundo consejo de mi
amo tampoco ha ido mal empleao! Si se me ocurre a mí preguntar también, ahí me
cuelgan como a ésos.
Y en agradecimiento al señor de la fonda le
entregó su bolsillo lleno de oro.
Siguió el buen hombre su camino, y después de
andar mucho, mucho, llegó al pueblo donde nació y donde tenía a la mujer.
Como hacía tanto tiempo que faltaba, pues nadie le conocía.
Llega a su puerta y ve que hay una señora
como de unos cincuenta años sentada en una silla, y al lado de ella un señor
cura que la hacía miles de caricias, a las que ella correspondía, besándole
las manos y la frente. El buen hombre de seguida reconoció que era su mujer,
pero los celos se le subieron a la cabeza y sacó la pistola con intención de
matarles a los dos -al señor cura y a la señora que estaba con él.
Ya iba a disparar cuando se acordó del tercer
consejo de su amo, y dice:
-No; no disparo. Mientras no lo pienso tres
veces, no disparo. Y entonces se acercó a su mujer, que ella no le conocía ya,
y la dice:
-Buenas tardes, señora. ¡Qué bien se lo están
pasando ustedes! Deben de ser muy felices.
Y dice la buena señora:
-Sí, señor, sí; somos felices. Después de
treinta años de disgustos y calamidades pidiendo limosna, he conseguido que
este mi hijo que tengo aquí pudiera coger la carrera que tiene, de sacerdote.
Porque ha de saber el buen señor que yo, al año de casada, me abandonó mi
marido, contando con esta fecha treinta años que no he vuelto a saber de él.
Pero hoy sí; hoy no me acuerdo de lo que ha pasao, porque tengo aquí a mi hijo
que me sostiene, y nada me falta.
Entonces el marido dice para sus adentros:
-¡Hola! ¡Hola! Si no me acuerdo del consejo
del amo, la hago gorda. Mato a la mujer y al hijo.
Y al darse a conocer a ellos recibieron una
grande alegría. Y yo me vine y los dejé, y no sé qué habrá sido de ellos.
Morgovejo
(Riaño), León. Ascaria
Prieto de Castro. 19
de mayo, 1936. Obrera, 51 años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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