274. Cuento popular castellano
Era una muchacha que tenía tres novios. Y les
tenía puestos hora para que fueran a hablar con ella, cada uno a una hora: uno
a las diez, otro a las doce y otro a las dos de la mañana.
Y era el tiempo de las confesiones. Y llegó
el primero, el de las diez, y la encontró llorando. Y la dijo:
-¿Por qué lloras?
-¿Cómo no he de estar llorando? Porque me he
ido a confesar y me ha dado el señor cura de penitencia que en la iglesia hay
una tumba; que vaya y me ponga encima de ella y me haga el muerto.
Y entonces dijo el novio:
-Pues nada, a mí no me da miedo y lo haré en
vez de tú.
Y fue a la iglesia y se puso en la tumba y se
hizo el muerto.
Después llegó el de las doce y la encontró
también llorando. Y la preguntó:
-¿Por qué lloras?
Y le dijo:
-¿Cómo no he de estar llorando? Me he ido a
confesar y me ha dado el señor cura de penitencia que vaya a la iglesia y coja
una vela encendida en la mano y me ponga de rodillas al pie de la tumba.
Y dice él que lo cumpliría. Y fue y cogió la
vela y se puso de rodillas en la iglesia en el sitio que ella le dijo.
Y llega el de las dos de la mañana. Y también
la encontró llorando. La preguntó:
-¿Por qué lloras?
Y dice ella:
-Porque he estado a confesar y me ha dado el
señor cura de penitencia que en la iglesia hay una tumba y en la tumba hay un
muerto; que coja la pala y el azadón y haga un hoyo y entierre al muerto.
Y entonces dijo él:
-Ya lo hago en seguida. No llores por eso.
Y va y coge la pala y el azadón y se marcha a
la iglesia a cumplir la promesa que a la novia la había dado. Llegando a la
iglesia, se encontró con la tumba y el muerto y se puso a hacer el hoyo al pie
de la tumba. Y el de la vela y el de la tumba le estaban cuidando. Hizo el
hoyo y al ir a echarle mano para echarle al hoyo, se levanta el muerto de la
tumba. Los otros se echaron a correr y el muerto tras de ellos hasta que al fin
se descubrieron los tres: se vieron que eran los tres novios que tenía la hija
del mesonero.
Pero luego de descubrirsen, estuvieron con el
sacristán contándole el susto que se habían llevado con la novia. Y para vengarse
les dijo que se vistiera uno de misionero y fuera a casa de la mesonera -la
novia era hija de la mesonera, y fueran los otros dos a subirsen al tejado con
confites, almendras, longaniza y lomo.
Ya llegó la noche y el misionero fue a pedir
posada en casa de la mesonera. Había allí unos arrieros; pero al entrar el
misionero, le cedieron el rincón junto a la chimenea, que era el sitio que él
quería. Se puso a hacer sus oraciones y se llegó la hora de cenar. Y entonces
le preguntó la mesonera que cuándo y qué cenaba aquella noche. Y dijo el
misionero:
-Yo ceno cuando Dios del cielo me lo manda.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria Patri.
Entonces miró por la chimenea y dijo:
-Dios del cielo bendito, ¿qué ceno yo esta
noche? Y respondieron desde arriba:
-¡Lomo y longaniza!
Puso él el hábito y le echaron desde arriba
la longaniza y el lomo. Y les hacía creer que era Dios del cielo. Después de
esa cena, le volvió a preguntar la mesonera:
-Peregrinito, ¿qué cena usted de postres esta
noche?
Y la contestó el peregrino:
-Yo ceno de postres esta noche lo que Dios
del cielo me mande. Padrenuestro, Avemaría, Gloria Patri.
Y entonces miró por la chimenea y dijo:
-Dios del cielo bendito, ¿qué ceno yo de
postres esta noche? Y le contesta-ron:
-¡Confites y almendras!
Y puso el hábito y le echaron confites y
almendras. Y la mesonera y su hija se creían que era Dios del cielo. Y se
decían la madre y la hija:
-Éste es Dios. Éste es Dios.
Después de cenar se puso a hacer sus
oraciones y siempre decía:
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria Patri.
Bueno, ya que terminó las oraciones le
preguntó la mesonera:
-¿Cuándo se acuesta usted, peregrinito, esta
noche? Y contestó el peregrinito:
-Yo no me acuesto hasta que Dios del cielo no
me lo mande.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria Patri.
Entonces miró otra vez por la chimenea y
dijo:
-Dios del cielo bendito, ¿cuándo me acuesto
yo esta noche? Y le contestaron desde arriba:
-Ahora mismo.
Entonces ya pasó un rato de hacer oración él.
Y entonces la mesonera, como se hacía un poco tarde, le volvió a preguntar:
-¿Cuándo se acuesta usted, peregrino? Hay
varias camas. ¿Dónde quiere acostarse?
Y entonces miró por la chimenea y dijo:
-Dios del cielo bendito, ¿cuándo y dónde me
acuesto yo esta noche?
-¡Con la hija de la mesonera! -contestaron.
Y la madre la mandaba que se acostara con él,
que era Dios quien lo mandaba. Y la hija no quería. Pero por fin la ganó la
madre la voluntad, y se acostó con el peregrino. Y así se vengaron los tres
novios.
San
Martín de Mudrián, Segovia. Celestino
Magdaleno Herranz. 9
de abril, 1936. 65
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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