273. Cuento popular castellano
Había en un pueblo una beata que tenía
engañados a tres estudiantes. A los tres les había dado palabra de casamiento.
Para ello iban todas las noches a su casa a horas distintas, pues así los
citaba ella, para que no se encontraran.
Ya llegó un día en que uno de ellos la dijo:
-Mira, yo quería casarme contigo.
-Sí -dijo ella; pero antes quiero probarte
si eres o no valiente. Para ello quiero que la Noche de los Santos vayas a
la iglesia y te escondas debajo el tumbo y estés allí toda la noche. A ver si
tienes valor para hacerlo.
-¡Bah! ¡Vaya una cosa! Si no es mas que eso,
chica, me parece que no hay ningún inconveniente.
Después vino el otro estudiante. Y en las
conversaciones que tuvieron, también la dijo que quería casarse con ella.
Entonces ella le dijo que antes de casarse con ella, tenía que probarle si era
o no valiente.
-Y ¿qué quieres con eso?
-Nada. Mira. Quiero que la Noche de los Santos vayas a
la iglesia y con dos velas encendidas te pongas delante del tumbo toda la
noche.
-Si no es más que eso, ¡bah!, iré allí esa
noche.
Después que se marchó éste, vino el otro
estudiante y también la dijo que quería casarse con ella. A éste le dijo lo
mismo, que antes quería probarle si era cobarde o valiente; que para ello tenía
que ir el Día de los Santos por la noche con unas cadenas grandes, subirse a
la torre y después bajar arrastrando las cadenas y diciendo: «Yo soy el diablo,
que voy a por el que está debajo el tumbo y el que lo está alumbrando.»
-¡Bah, si no es más que eso, no tengo
inconveniente! Esa noche voy. Verás como voy.
Para ello les dijo que habían de ir el uno a
las nueve, el segundo a las nueve y media, y el otro a las diez.
Llegada esa noche, cada uno fue a ocupar su puesto:
el primero, a las nueve, se colocó debajo el tumbo; el segundo, a las nueve y
media, con las dos velas encendidas, se puso frente al tumbo; y el tercero, con
las cadenas, se subió a la torre. A poco de subir, comenzó a bajar arrastrando
las cadenas -¡rar, rar!-, y diciendo :
-Yo soy el diablo, que voy a por el que está
debajo el tumbo y el que lo está alumbrando.
Así llegó hasta la iglesia y dirigiéndose al
tumbo volvió a arrastrar las cadenas, diciendo:
-Yo soy el diablo, que voy a por el que está
debajo el tumbo y el que lo está alumbrando.
Como éste se acercara ya, el de debajo el
tumbo, con el miedo que tenía, salió de debajo el tumbo. El de las velas, que
le ve salir, tira las velas y echa a correr también para la calle. El de las
cadenas, que ve que sale uno de debajo el tumbo y que otro viene hacia él, tira
las cadenas y también ése echa a correr.
Cada uno se escapa para su casa sin que se
conocieran. Del susto que recibieron, tuvieron que estar ocho días en cama. El
día que se vieron juntos, se preguntaban el uno al otro:
-¿Dónde has andada, que no te hemos visto?
-He estao en la cama y no me habéis ido a
ver.
-Pues, yo también he estao en la cama -dijo
el otro. Si supieras lo que me ha pasao.
-¿Qué te ha pasao, hombre, qué te ha pasao?
-Que fui una noche ande la beata y me dijo
que si me quería casar con ella, que tenía que ir a la iglesia el Día de los
Santos y metérme debajo el tumbo.
-De modo que tú eras -le dijo el otro- el que
estabas debajo el tumbo. Pues yo era el que estaba con las velas encendidas. Y
dijo el otro:
-Pues yo era el que bajaba por las escaleras
arrastrando -las cadenas y diciendo que era el diablo. También a mí me dijo esa
tía que fuera. ¡Hay que armársela! ¡Hay que armarla una!
Para ello acordaron escribirla una carta que
quería Jesucristo, con San Pedro y San Juan, ir a su casa; que preparara cena.
La mandaron la carta, y ella preparó la cena. Ellos se disfrazaron de
Jesucristo, San Pedro y San Juan y fueron allá. Llamaron.
-¿Quién? -respondió ella.
-Somos Jesucristo, San Pedro y San Juan, que
venimos a cenar contigo.
Les abrió la puerta.
-Entren, entren ustedes.
Subieron a su casa, les puso la cena y
cenaron. Después de cenar dijo el que hacía de Jesucristo:
-A ésta hay que beatificarla esta noche.
-¡Por Dios! -dijo ella, no me merezco yo
tanto, señor Jesucristo.
-Sí, hay que hacerlo. Y para ello que la coja
Juan a las costillas.
La levantaron las sayas y la pegaron una
azotina que la dejaron rendida.
Y una vez así, cogieron y se marcharon. Ya se
vengaron de lo que había hecho con ellos.
Peñaranda
de Duero, Burgos.
Amalio Hernán.
16
de julio, 1936. Sastre,
60 años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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