371. Cuento popular castellano
Había una vez uno muy tonto en un pueblo, que
se llamaba Juan. Y su madre estaba deseando de casarle. Había en el pueblo una
muchacha pobre que se llamaba María, y la madre le decía que la cortejase. Y él
decía que no sabía qué decirla, y la madre le decía:
-Pues, échala una flor. Y si está haciendo
algo, pues la dices: «De ésos, muchos y gordos».
Y pasó él por delante de la casa de ella, y
se estaba curando unos granos, y la dijo:
-¿Qué haces, María?
-Pues, mira: curándome unos granos. Y él la
contestó:
-Pues, de ésos, ¡muchos y gordos!
-¡Qué burro eres! -le dijo ella. No sabes
más que decir burradas.
Él se fue a casa y la dijo a su madre:
-¿Ve, madre? Siempre lo hago mal. Y su madre
le dijo:
-Pues ¿qué estaba haciendo?
-Pues, curándose unos granos, y la dije lo
que ustez me,habfa dicho.
-Pues, tú debías haberla dicho: «que ésos se
sequen y otros no nazcan».
Salió el mozo y pasó otra vez por casa de
María. Y la encontró en el huerto sembrando unos pepinos, y la preguntó:
-¿Qué estás haciendo ahora?
-Pues, sembrando unos pepinos.
-Pues ¡que ésos se sequen y otros no nazcan!
-Pero ¡qué pedazo animal eres, que no sabes
decir más que disparates!
El mozo se fue a su casa y dijo a su madre:
-Ya no la vuelvo a decir nada, porque no hace
más que llamarme animal.
-Pues ¿qué estaba haciendo? -le preguntó la
madre.
-Pues, sembrando unos pepinos. Y la he dicho
lo que ustez me dijo, y me ha llamao animal.
-A otra vez no la digas nada; no la eches más
que una ojeadita.
Y fue y sacó los ojos a unos cuantos
carneros, les puso en un pañuelo y pasó por la casa de ella, que estaba en un
portal. Y se los echó encima. La muchacha se puso muy enfadada y le llamó mil
veces animal, pues la había manchado toda de sangre. Y él entonces va y dice a
la madre:
-¡Buena se ha puesto la María , buena, porque dice
que la he manchao toda!
-Pues ¿qué hicistes, bruto?
-Pues, echarla la ojeada que ustez me dijo.
-Pero ¿cómo la echastes la ojeada para
mancharla? -pregunta la madre.
-Pues, saqué los ojos a unos carneros y se
los eché encima, y claro, pos la manché.
-¡Ay, qué bruto eres, hijo! Déjame arreglar a
mí la boda, que si no, no te casas nunca.
Convenció la madre a la muchacha y se
casaron. Y la novia le dijo el día de la boda que para que no se atracase
mucho, cuando ella le pisara el pie, que ya no comiera más. Estando en la
mesa, le pisó ella inadvertidamente, y luego, aunque le decían que comiera, ya
no quiso comer.
Se acostaron y empezó él a decir que tenía
mucha hambre, y entonces ella le dijo que fuera a la alacena, que algo habría
que comer. Fue él y se atracó tanto que le dio luego un gran cólico. Se levanta
y se fue al corral. Y entonces, como se había manchao, se tuvo que ir a lavar;
pero como era tan burro, metió la mano en un cántaro estrecho, y luego no la
podía sacar. Sale al corral, ve un bulto blanco, y creyendo que era una piedra,
da un golpetazo para romper el cántaro contra la piedra, y resulta que era su
suegra que había salido en enaguas al corral. Y allí se armó aquella noche un
gran jollín.
Después de unos días de casaos, le mandó ella
al mercado a comprar dos cochinillos, un saco de paja y unas agujas. Compró los
cochinos los primeros, y les preguntó si sabrían ir a casa; y como ellos
gruñían, creyó que le decían que sí, y les mandó que se fueran a casa.
Después compró la paja y las.agujas. Y por si
acaso se le perdían las agujas, las echó a la paja. Se fue a casa y cuando le
preguntó la mujer si la había hecho los encargos, la dijo que sí, que se
figuraba que los cochinos ya habrían llegao. La mujer dijo:
-Pero ¿no les traes tú?
-No, porque les pregunté que si sabían venir
a casa, y me dijeron que sí, y por eso los he mandao.
-¡Ah, bruto! -le dijo la mujer. Conque ellos
solos iban a saber venir. Bueno, ¿traes lo demás?
-Sí, ahí te traigo la paja y las agujas.
-Bueno, pues ¿dónde están las agujas?
-Pues, pa que no se me perdieran, las eché en
la paja. Búscalas ahí.
-Ya no te volveré a mandar al mercado Otra
vez tendré que ir yo.
Pasó algún tiempo y ya tenían un niño. Y
necesitando ir al mercado, decidió la mujer ir ella, y dejó a Juan al cuidado
de la casa. Y le dijo que lo que más la cuidara era el niño; y le encargaba
que si lloraba, le diera la sopa.
Bueno, lo primero que se ocupó, cuando ella
se fue, fue en bajar a tomarse un vaso de vino. Después de tomar el vino, se le
olvidó de cerrar la llave del pellejo. Cuando se dio cuenta de que la despensa
estaba encharcada, empezó a pensar qué pondría de pasaderas para poder cerrar
la llave. Y cogió unos cuantos quesos que había en la despensa y los puso de
pasaderas. Pero cuando fue a cerrar, ya no quedaba casi vino. Después el niño
empezó a llorar, y él cogió y pa terminar más pronto a darle la sopa, le dio
las sopas con el cucharón. Y cuando el niño no lloraba, más le atragantaba él,
hasta que le ahogó y se calló. Entonces él, creyendo que se había dormido, le
echó a la cama. Llegó la noche y vino la mujer, y le preguntó al marido:
-¿Qué tal has pasao el día?
-¡Te voy a decir que he hecho una!
-Pues ¿qué has hecho, hombre?
-Que por sacar un vaso de vino, se me ha ido
todo el pellejo.
-Bueno, hombre, bueno. Te lo tendré que
perdonar. ¿No has hecho más?
-Sí, que también puse unos quesos en el suelo
para pasar, y se han espachurrado.
-Bueno, hombre, bueno, con tal que has
cuidado bien el niño.
Ah, eso sí; está muy dormidito.
Fue la mujer a la cama. Al encontrar al niño
muerto, se puso con él como una furia. Y le dijo que ya no quería vivir con él,
que se marchaba a casa de su madre. Y él entonces empezó a ir detrás de ella, y
ella le dijo:
-Si te vienes tú también, te traes acá la
puerta.
Y él la entendió que la cogiese a cuestas. Y
así lo hizo. Y ella, como iba tan desesperada, ni le miraba, y no veía cómo él
iba. En esto que vieron venir a unos ladrones, y la mujer, asustada, se subió a
un árbol. Y entonces él hizo lo mismo, pero con la puerta a cuestas. Y
entonces la mujer se dio cuenta de que había cargao con la puerta. Los
ladrones se pusieron a contar el dinero debajo del árbol. Y él la decía a la
mujer que ya no podía sostener la puerta:
-¡Ay, que no puedo más con la puerta! ¡Ay,
que no puedo más con la puerta!
Y ella le decía:
-Aguanta, por Dios, que nos van a descubrir.
Hasta que él no pudo más y soltó la puerta. Y
cayó encima de los ladrones, cogiendo a uno de ellos por el pescuezo. Y los
otros, asustados, se echaron a correr. El que estaba atrampado se había mordido
la lengua con el golpe, y les gritaba:
-¡No corráis, que son doz! ¡No corráis, que
son doz!
Los otros le entendían «que son doce», y no
pararon de correr. Entonces la mujer y el bobo bajaron del árbol, le acabaron
de espachurrar, y se cogieron el dinero. Se volvieron a su casa, y ya, por
aquella vez, le perdonó.
Burgos,
Burgos. Ecequiela
Manero. 2
de junio, 1936. 50
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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