423. Cuento popular castellano
El patrón de mi pueblo es el glorioso San
Roque. Y el día del Santo, que, como ustedes saben, cae el 16 de agosto, se
celebra allí con una fiesta morrocotuda. Hay de todo, bailes, corridas de
toros, carreras de burras, procesión y romería; pero hay que ver la iglesia
cuajada de luces y de flores: el santo parece un ascua de oro.
El perro también, a temporadas, muy majo,
pues han de saber ustedes que los dos caciques que eran por turno alcalde, el
uno conservador y el otro liberal, le tomaron con el chucho, y hubo cosas de
risa. El primero le puso un collar con cascabeles de plata; el otro pescó la
vara, le quitó el adorno, y le puso un bozal. El cura párroco, muy anciano, y
sin mieja de carázter, tuvo que escribir a su ilustrísima para que prohibiera
aquella profanación.
Pero eso no viene al caso. Sí viene el decir
que el cura anciano no estaba al tanto de las teologías y retóricas necesarias
para decir un sermón en honor del santo; así que el municipio mandaba siempre
a llamar a un predicador de fuera, y le pagaba a respetive del mérito del
sermón.
Se terció un año que vino un señor clérigo de
la catedral, persona muy leída, y que estaba falto de conquibus, o sea, de
metal. Dijo un sermón regularcito; el ayuntamiento le gratificó con doce duros,
con lo cual quedó muy satisfecho, prometiendo volver al año siguiente, como así
lo hizo, trayéndose un sermoncito de encargo, que quitaba el sentido. Porque
es lo que él decía:
-Si por un sermoncillo de nada me han dado
doce duros, ¿qué no me darán por éste lleno de letras, de latín de los Santos
Padres?
Pues, se llevó el gran chasco el buen señor.
Cuando fue a cobrar, le puson encima de la mesa diecinueve pesetas limpias y
peladas. Le daban ganas de llorar al verlas tan solas. Él no se atrevió a
protestar. Luego que alvirtió mis miradas, me llamó aparte y me dijo:
-No comprendo cómo me han pagado de un modo
tan mezquino el sermón de este año, que era magno, siendo que el año pasado me
pagaron espléndidamente un sermoncillo de nada, hecho de mogullón (de
cualquiera manera).
-Precisamente por eso -le dije yo-. Ahí está
el toque.
-¿Cómo? -me dijo. ¿Pagan aquí los sermones
mejor cuanto peor son?
-No, señor -le dije. Mire ustez, en este
pueblo no hay ninguno que sepa apreciar el mérito de un sermón, así que el
municipio se ha dignado pagar una pesetas por cada vez que el predicador
nombre al santo.
-Y ¿cómo se saben las veces que el predicador
nombra al santo para sacar la cuenta?
-Pues, muy bien -le dije. ¿Ustez conoce al
tío Murria, el zapatero?
-No, señor.
-Pues, es un viejecito que por encargo del
ayuntamiento se sienta todos los años en el primer escalón del púlpito. Y lleva
una caña larga y la cuchilla del oficio, y cada vez que oye el nombre del
santo, hace una señal en la caña...
Y comprendido. Al año siguiente volvió a
predicar trayéndose un sermoncito de encargo capaz de dejar más limpia que la
patena la caja de ahorros del municipio. ¡Señor mío, aquello era un chaparrón
de San Roques! Empezó diciendo:
-¡Bendito San Roque! ¡Sapientísimo San Roque!
¡San Roque arriba! ¡San Roque abajo! Todos a San Roque adoran. Todos a San
Roque claman. Todos a San Roque gritan. ¡Qué más! ¡La naturaleza misma, y hasta
las ranas desde sus charcas te alaban! «Roque, Roque, Roque», dicen; «Roque,
Roque, Roque», claman; «Roque, Roque, Roque», gritan...
Salta el alcalde, furioso:
-¡Basta, basta! ¡Ustez sí que está buen rana!
¡No miente ustez más al santo, o salimos a las malas!
Pues, si le dejamos, no tenemos mala plaga.
Sigue el predicador:
-¿Dónde pondremos hoy a San Roque? Y dice el
tío Murria:
-¡En tus narices, que aquí ya no cabe!
El tío Murria, muy enfadado, tiró la caña,
que se hizo mil pedazos. Y se fastidió la propina con que yo contaba.
Peñafiel,
Valladolid. Mariano Ruiz Salinero.
29 de abril, 1936. Dulzainero,
58 años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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