279. Cuento popular castellano
Este era un padre que tenía mucha familia y
no tenían posibles para mantenerles. Y el hijo mayor dice:
-Padre, yo me voy a ganar la vida por el
mundo.
-¡Oy, mío hijo! ¡Eres algo pequeño todavía!
Tienes diecisiete años. ¿Dónde vas a ir?
-Pues, que busco un amo y me pongo a servir.
-Bueno, bueno, pues si te empeñas, vete con
Dios, y que Dios te dé buena suerte.
Se marchó el muchacho. Después de andar
pidiendo por unos cuantos pueblos, tuvo que atravesar un monte. Y al atravesar
el monte se le apareció un señor muy feo, horrible, con una barbona y unos
bigotones, que le dice al chico :
-¿Dónde vas, muchacho?
-Por ahí alante, a ganarme la vida, a ver si
encuentro un amo y me pongo a servir.
-Bueno, bueno; ¿quieres venirte conmigo?
-Sí, señor; no tengo inconveniente. Y el
señor le dice entonces:
-Bueno, bueno; pero antes tienes que aceztar
las proposiciones que te ponga.
-Ya me las puede ustez decir -dice el
muchacho.
-Pues en primer lugar, en mi casa no se paga
a ningún criao hasta San Pedro, que canta el cuco, y en segundo lugar, que en
mi casa no se tiene que incomodar nadie, porque el día que te incomodes, te
mando sacar la correa, y la correa es sacar un cacho de la espalda desde
arriba abajo. Y si me incomodo yo, pues igualmente me la sacas tú.
-Bueno; y ¿salario? ¿Qué salario me va ustez
a dar? -dice el chico.
-Por salario no te apures -dice el señor,
porque te tengo
de dar todo lo que me pidas. Por el salario
no hemos de reñir.
-¡Bueno, pues aceztada la propuesta!
-Pues vámonos a mi casa.
Se marcharon a la casa del señor, que era el
diablo. Su casa era mu antigua y mu fea, con unas cuadras mu grandísimas y con
unas mulas mu falsas y mu malas. Y el chico tenía que ir a trabajar con ellas,
a arar, y lo que fuese. Esas mulas eran demonios todas, que estaban con el
cuerpo de mulas. Y el ama del diablo era una vieja mu fea y mu gruñona.
-Bueno -le dice el amo al chico, lo primero
que vas a hacer es ir a arar una huerta que tengo. Vas a la cuadra, enganchas
las dos mulas que mejor te parezcan y... ¡a arar!
Fue el chico para la cuadra. Las mulas, al
ver al muchacho, se revolvían contra él a mordiscos y a ancazos, que le querían
matar. El chico estaba ya que no sabía qué hacer. Y en medio de la penuria que
tenía, se le apareció una señora muy guapa, con un niño en los brazos, y le
dice:
-Mira, muchacho, estas mulas están
endemoniadas. Pero no temas. Te voy a dar esta cajita que sólo tiene dos
palitos dentro. Cuando las mulas se rebelen no tienes más que decir, «¡Garabato,
a sujetar! ¡Porra, a dar!».
Tan pronto como la señora desapareció, coge
el chico la caja, la abre y ve que tiene dos palitos, uno con un garabato, y
otro, un palito con una bolita, una camorra. Y al ver que las mulas seguían
soberbias, decidió experimentar a ver si lo que la señora le había dicho era
verdaz. Y dice:
-¡Garabato, a sujetar! ¡Porra, a dar!
Inmediatamente se engancha el garabato de las
mulas y las sujeta, y el otro, la porra, las descargaba tan tremendos palos que
las dejó rendidas. Entonces el muchacho las coge y las engancha al ugo, las
pone el arao, y le dice al amo:
-Oiga ustez, que ya puede venir a enseñarme
el camino a la huerta, que ya están las mulas enganchadas.
El señor se reía y lo echaba de broma, como
sabía que ningún criao había podido tocar las mulas, y se creía que éste era
lo mismo. Así que se fue a la cuadra, y las vio enganchadas, dice para entre
sí:
-Éste es más demonio que yo.
Fueron a la huerta, y abrió el ama las
puertas. Entró el chico con las mulas y se puso a arar con ellas sin menearse
las mulas. Después que terminó de arar la huerta toda, el amo le había atrancao
la puerta y no podía salir por ningún sitio. Las tapias eran tan altas que era
imposible poderse escapar. Se acuerda de la caja y dice:
-¡Garabato, a sujetar, y porra, a dar!
Las pegó a las mulas tan tremenda paliza que
las quitó cada cacho por un sitio; por un lao la cabeza, por otro las patas; en
fin, las dejó en condiciones para poderlas tirar en pedazos por encima de las
tapias. Después escaló la tapia él, como pudo, y saltó fuera.
Va entonces para casa, y el amo, que no
pensaba de volverle a ver, se quedó pasmao y dice:
-Y las mulas, ¿qué las has hecho? Y el chico
le contesta:
-Pues como ustez me atrancó la puerta y no podía
salir, pues las he hecho cachos y las he tirao por cima de la tapia. Entonces
dice el señor, muy enfadado:
-¡Hombre, hombre! ¿pero cómo has hecho eso?
¡Quia! ¡Eso no puede ser!
Y el chico se acercaba al señor, con la
navaja en la mano, y en ademán de sacarle la correa, le decía:
-Amo, ¿pero se enfada ustez?
Y el señor, acordándose del trato que habían
hecho, decía: -No me enfado, pero...
-Bueno -le dice el diablo al ama, con este
criao no nos podemos quedar, porque es más demonio que nosotros. Y el ama dice:
-Pues mira, hoy le vamos a mandar por leña.
-Fue el chico a la cuadra y enganchó las
mulas, dándolas antes la correspondiente paliza para que estuviesen mansas.
Cuando estaban las mulas enganchadas al carro, le dice el amo al chico:
-Hoy nos vas a traer un carro de leña, de lo
más torcido que haya, porque si no es de lo más torcido, te despido.
-Bueno, bueno -dice el chico, se lo traeré.
Se marchó con el carro al monte, y en el
camino se le apareció la señora con el niño. Él iba cantando en el carro y la
señora le dice:
-¿Dónde vas, muchacho, tan contento?
-Pues, mire ustez, señora -dice el muchacho,
yo voy por un carro de leña de lo más torcido 'que haya, y voy pensando que no
sé dónde iré a cargar.
-No te apures, no te apures -le dice la señora-.
Ahí alante, muy cerquita de aquí, tiene tu amo una viña muy hermosa. Vas y
cortas toda la leña que quieras hasta que no puedas cargar más en el carro.
Fue el muchacho a la viña y empezó a cortar
todas las ramas y todos los majuelos, todo lo que había, y cargó un carro
tremendo. Se montó en las mulas, que ya no se meneaban, y a casa con ello.
El ama del diablo, que le ve venir, le dice
al amo:
-Oye, tú, ya tienes aquí al criao. Pero, ¿qué
leña trae? ¡Si de torcida que está no la puede traer en el carro, que la viene
perdiendo!
Llega el muchacho tan contento a casa,
chiflando y cantando. Y el amo le dice:
-¿Dónde has ido a cortar esa leña, hombre?
¿Dónde has ido a cortar esa leña?
-Pues en una viña que había ahí alante. Y le
dice el amo al ama:
-¡Oye, ya nos amoló la viña! ¡Ya nos amoló la
viña! Y le dice al muchacho:
-¡Esto no puede ser! ¡Qué ganas tengo de que
venga San Pedro para despedirte!
Y le dice el muchacho, con la navaja en la
mano:
-Pero, ¿qué, amo? ¿Se enfada?
-No, no me enfado, pero...
Y le dice entonces:
-Bueno, pues ahora tienes que traerme otro
carro de leña, de lo más derecho que haya.
-Bueno, pues se lo traeré.
Se puso en camino con el carro y las mulas, y
encontró otra vez a la señora y le dice ésta:
-¿Dónde vas muchacho, tan contento? Y dice el
muchacho:
-Pues mire ustez, señora; ayer mi amo me
mandó llevar un carro de leña de lo más torcido; hoy me manda llevarlo de lo
más derecho. No sé dónde iré a cargar.
-No te apures, no te apures -le dice la
señora, que muy cerquita de aquí tiene tu amo un, pinar nuevo, que son los
pinos muy derechos; no tienen una curva. Vas, cortas los que quieras y te
vuelves a casa.
Así lo hizo el chico. Se fue al pinar, cortó
los pinos que le parecieron de los más derechines, y cargó un carro tremendo.
Dio la vuelta a las mulas, y... a casa.
El ama del diablo, que le ve venir, le dice
al amo:
-Oye tú, ya está acá el criao.
-Ése es más demonio que nosotros. ¿Cómo nos
podremos deshacer de él? ¡Si entavía falta mucho pa San Pedro!
-Pues hay que mandarle al monte donde está el
gigante a guardar cerdos para que le mate -dice el ama. Verás cómo así no
vuelve a darnos quehacer.
Llama entonces el amo al chico y le dice:
-Oye, muchacho, hoy tienes que ir con una
peara de cerdos al monte. A ver si al escurecer vienes con ellos a casa, y que
no te falte ninguno.
-Bueno -dice el chico-, pues iré a guardar
cerdos.
Le entregaron una manada muy grande de cerdos
y se marchó al monte. En el camino encontró a la señora, que le dice:
-¿Dónde vas, muchacho, tan contento?
-Pues señora -dice el muchacho, hoy me
mandan a cuidar cerdos a aquel monte que hay allá lejos.
-Bueno, pues mira. Ten cuidao, ten mucho
cuidao, porque en ese monte hay un gigante, que todo el que entra allí le mata.
Vete preparao de higos, una navaja y una cuerda. Él tiene una gran barra,
tremenda, y te desafiará a cuatro cosas: a comer guindillas, a ver quién corre
más, a ver quién arranca más pinos de una vez, y a jugar a la barra. Cuando te
desafíe a jugar de la barra, tú no te des mal rato. Sólo con que cojas la barra
en la mano y digas, «¡Fuera los de la
Habana !» y verás como el gigante te dice que no tires la
barra.
Bueno, pues se despidió el chico de la
señora, y habiendo antes cargao de lo que le dijo, llegó al monte con los
cerdos. Se esparcieron por el monte los cerdos y al verlos el gigante, dice:
-¿Quién habrá entrao en mis posesiones?
¡Desgraciao de él, que no va a durar más que mientras yo le vea!
Echa a andar el gigante y se encuentra con un
mozuelo que. estaba sentao en el suelo medio dormido. Le agarra el gigante por
un brazo y empieza a sacudirle y le dice:
-Oye, mosquito, esta noche te como guisao.
Y el muchacho le contesta:
-¡Hombre, no le darán tan recias! No es de
caballeros comer guisao un muchacho así, nada más así.
Y dice entonces el gigante:
-Bueno, me da lástima de ti, y por el momento
no te quiero matar. Vamos a hacer cuatro apuestas. Si me las ganas, no te mato;
pero si te gano, te mato y te como.
-¡Aceztadas las apuestas! -dice el muchacho.
-Vamos a mi choza -dice el gigante.
Fueron a la choza, que tenía una grande
hoguera puesta, y le dice el gigante:
-La primera apuesta va a ser a ver quién come
más guindillas.
Y el mozuelo le dice :
-¡Bah, yo me quedo solo comiendo guindillas!
-Bueno, pues vamos a ver.
Y coge el gigante las guindillas que tenía él
y empezó a comerlas. El chico iba sacando del bolsillo higos, y mientras el gigante
comía guindillas, él comía higos. Y le decía el gigante:
-Pero, ¿no te pican, muchacho? ¿No te pican?
El gigante se ponía sudando, ya hecho un volcán
del calor.
Y contesta el muchacho:
-Yo... guindillas, un saco.
-Pues yo ya no puedo comer más -dice el
gigante. Me has ganao. Bueno..., vamos ahora a la segunda apuesta, que va a
ser arrancar pinos.
Van a un pinar que tenía el gigante, nuevo,
un pinar nuevo, y el gigante de cada guantazo que daba a un pino le tumbaba.
Tumbó hasta siete pinos a guantazos. Y le dice al chico:
-Vamos a ver ahora tú, los que tiras.
Saca el chico el cordel que llevaba a
propósito ya; le da una lazada a una punta y trata de abarcar de una vez más de
treinta pinos. Y le dice el gigante entonces:
-Pero tú, ¿qué vas a hacer, muchacho?
-¡Bah! -dice el chico. ¿Crees que yo voy a
hacer lo que tú, de cada guantada un pino? No; yo me tiro treinta pinos aquí
como nada. De siete tirones que dé como tú, te dejo el pinar vacío, sin pinos.
-No, no, eso no -dice el gigante. ¿Cómo voy
a consentir yo que me estropees el pinar? Me doy por vencido. Me has ganao otra
vez. Vamos ahora a la tercera apuesta; va a ser jugar a la barra. Vamos a la puerta
de la choza y en aquella esplanada veremos a ver quién tira más lejos la
barra.
Fue el gigante, cogió la barra, que era
grandísima, la zarandeó dos o tres veces, y la arrojó un cacho muy grandísimo
de lejos.
Y decía el chico para sí:
-¡Ay! ¿Dónde me he metido? Esto va a ser lo
peor. Pero, bueno, vamos allá.
El astuto del chico coge entonces la barra
con las dos manos, que apenas podía menearla, se pone muy pinao y dice:
-¡Fuera, los de la Habana !
Y el gigante dice:
-Oye, oye, pero, ¿qué vas a hacer?
-¡Bah! ¿Qué voy a hacer? ¿Tú crees que voy a
dejar la barra ahí tan cerca como tú? No lo creas. Esta barra va a ir a caer
ahora mismo en metá la plaza de la
Habana.
-Hombre, hombre, ¿cómo te voy a consentir yo
eso? -le dice el gigante. ¡Si tengo yo allí a mi familia! Tengo a mis padres,
cuatro hermanos pulicías y otros cuatro guardias civiles, que están todo el día
en la plaza. Pos si les das con la barra, ¡menuda desgracia! No, no, no; no te
dejo tirar la barra. Me has ganao la tercera apuesta. Bueno, pues vamos ahora
a la última, que va a ser a ver quién corre más.
El gigante, confiao en que él correría más
que el chico, le dice:
-Mira; por aquel camino que va en medio de
aquellos centenos, por allí vamos a correr. Te dejo que te adelantes media hora,
porque yo pronto te pienso alcanzar.
El granuja del chico echó a correr.
Encontrando en el camino un perro, coge el perro, le saca las tripas y se las
mete entre la faja. Y pasó corriendo por donde estaban unos labradores segando.
Al pasar por junto a los labradores, que se quedaron mirando al chico, fue él
y sacó la navaja, se dio una navajada así en la faja, y¡zas!, caeron las tripas
al suelo.
Los labradores se quedaron pasmaos al ver que
había dejao caer las tripas y seguía corriendo. Y el gigante, que ya había
echao a correr también, llegó de seguida donde estaban los labradores, y les
dice:
-¿No han visto ustedes pasar por aquí a un
chico corriendo?
-Sí, señor: sí que le hemos visto;
precisamente que al pasar por aquí, se ha dao una navajada en la barriga y ahí
ha dejao caer las tripas. Ahí las tiene ustez.
Y dice el gigante:
-Pero con las tripas áfuera, ¿entavía corría?
-¡Oy! -dicen los labradores. ¡Iba que le
llevaban los demonios después que dejó caer las tripas!
Entonces el gigante sacó un enorme cuchillo
que llevaba, y ¡zas!, se dio una navajada en la barriga y allí quedó medio muerto.
A los alaridos del gigante, los labradores huyeron espantados. Pero el otro,
que estaba escuchando los alaridos, volvió para atrás, y con el mismo cuchillo
del gigante le cortó la cabeza. Y dice entonces:
-Bueno; ahora recogeremos los cerdos, y a
casa.
Así lo hizo. Atropó los cerdos, y al
escurecer, a la hora que el amo le había dicho, llegó a casa con los cerdos. El
ama del diablo y el amo, que ya no le esperaban, al verle llegar se puson muy
asustaos, dice el diablo al ama:
-¡Con este muchacho no podemos! ¡No hay más
remedio que despedirle!
-Pero, ¿cómo le vamos a despedir? -dice el
ama. Si entavía falta mucho pa San Pedro, y hasta San Pedro no canta el cuco.
Así que no sé qué vamos a hacer.
Y dice el amo a la vieja:
-Mira; una idea se me ha ocurrido. En la
encina que está a la puerta de casa, después que él esté acostao, te subes tú y
empiezas a cantar: «¡Cucu! ¡Cucu!» Y yo le llamo y le digo: «¡Oye, fulano,
fulano, levántate, que ya canta el cuco! Escucha.»
Así se hizo. La vieja se subió a la encina y
empezó a cantar:
-¡Cucu! ¡Cucu!
Y el amo sale y le grita al muchacho:
-¡Oye, fulano, fulano, levántate, que ya
canta el cuco! ¡Escucha! Te doy la cuenta y te vas.
-Pero, ¿cómo y dónde canta el cuco? -pregunta
el muchacho.
-¿No lo oyes? -le dice el amo.
-¡Escucha! ¡Escucha! Y la tía seguía
cantando:
-¡Cucu! ¡Cucu!
-¡Ya le oigo, mi amo, ya le oigo! -dice el
muchacho. ¿Dónde tiene ustez una escopeta?
-Pero, ¿para qué la quieres, hombre? Pero,
¿para qué la quieres?
Pero sin esperar a más razones, cogió el
muchacho la escopetaa del amo, se asomó a una ventana, disparó a la encina, y
cae la vieja. La mató. De que la ve caer de la encina abajo, baja corriendo y
le dice al amo:
-¡Oiga, oiga, mi amo; éste no es cuco, que es
cuca! ¡Oiga, oiga, mi amo; éste no es cuco, que es cuca!
-¿Qué has hecho, desgraciao? -dice el amo.
¡Has matao al ama!
-Bueno, bueno -contesta el muchacho. Me dé
la soldada y me marcho.
Y el diablo entonces, por verse libre de él,
le dio todo el dinero que quiso.
Y yo me vine y les dejé allí.
Morgovejo
(Riaño), León. Ascaria
Prieto de Castro. 21
de mayo, 1936. Obrera,
51 años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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