322. Cuento popular castellano
En Villota del Duque había un vecino muy
chocante que le llamaban el tío Ricopelo. Un día de los muchos que
acostumbraba venir al mercao de Saldaña, se le ocurrió salir al puente que dista
pocos metros de la villa. Y había comprao un cuarterón de carne. Hizo una
especie de caña, y cuando más transitaba el personal, empezó a grandes voces a
decir:
-¡Milagro! ¡Milagro!
Y después de tener allí reunida alguna
partida de personal, ya le llamaban la atención, diciéndole:
-Pero, ¡hombre! ¿Qué clase de milagro es ése?
Y claro, dice:
-Pues, ¿no lo estáis viendo? (Había metido la carne dentro del río).
¡Milagro! ¡Milagro! Pues, ¡un cuarterón de carne entre tanto caldo!
En otra ocasión se fue a Palencia, y cuando
más personal transitaba por la calle Mayor, se agarró a una reja y,
quejándose, gritaba:
-¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!
Y claro, todo el mundo se acercaba a ver lo
que tenía. Y se decidieron a llamar a un médico. Y el médico le preguntó:
-¿Qué es lo que ustez tiene, hombre?
-Pues, que tengo todos los huesos fuera de su
lugar.
Le metieron allí en una casa próxima, y le
reconoció el médico. Y en vista de que no tenía nada, pues le echó a la calle.
Y ya le preguntaron al médico:
-¿Qué es lo que tiene ese pobre?
-Pues, nada; que le he reconocido y no
encuentro la menor enfermedaz en él.
Y ya en el portal le decían:
-Pero, ¡hombre! ¿No decía ustez que tenía
todos los huesos fuera de su lugar?
-Claro que sí; como que yo soy de Villota y
ahora estoy en Palencia.
Este tío Ricopelo era muy amigo de la cacería
de galgos. Y siempre tenía mucha fama, porque todos los galgos que había tenido
hablan sido muy buenos. Llegó un momento en que no tenía más que uno. Y bueno,
unos decían si por un golpe que se había dado en la cabeza, y otros porque se
le hubiera infeccionado la vista con algunas plantas venenosas..., el
resultao..., que se quedó ciego.
Se determinó llevarle al mercao de Saldaña
para venderle. Y teniéndole allí a su lado, con el collar y la cadena, comenzó
a tomar medidas desde la cabeza hasta el rabo, y decía:
-Para dos, sobra, y para tres, no alcanza.
En esto que pasaron por allí unos aficionados
también a la caza de galgos, y presenciaron las medidas que tomaba; pero ellos
siempre creyeron que quería decir que para coger dos liebres, le sobraba
carrera; pero que para tres, no alcanzaba. Y ya uno de ellos se determinó a
decir:
-Bien mantenido, también alcanza los tres.
Entraron en el trato y le compraron. Y le
advirtieron al tío Ricopelo:
-¿Ustez cree que bien mantenido pudiera coger
las tres liebres?
-¡Hombre! -contestó. ¡Como él las viera!...
-Bueno, pues,
entonces está cerrao el trato. Pagando lo que era. Y les advirtió el tío
Ricopelo:
-Tienen ustedes que llevarle atao y del
cordel, porque pudiera escapárseles.
Y como el galgo estaba acostumbrao a las
pisadas de las caballerías, pues se fue detrás de ellos hasta llegar a casa de
los compradores. Después de ocho días bien mantenido, ya determinaron salir a
caza. Y claro está, al llegar al cazadero, le soltaron. Y él, siempre, al ruido
de las pisadas... Pero en esto, que sale una liebre, y le aperrean:
-¡Perro! ¡Perro!
Y el animal, como siempre tuvo mucha afición,
emprendió la carrera; pero en el primer roble que encontró, pues se pegó un
cabezazo y cayó rodando. Siguen otra vez aperreando. Y otra embestida contra
los robles. Claro está que se apearon de los caballos, y al reconocerle vieron
que estaba ciego.
Retiráronse para casa. Al mercao siguiente se
presentaron en el mercao con idea de hacerle quedarse con el galgo al tío
Ricopelo. Y claro, al encontrarse cara a cara, les dijo:
-Pero, ¡hombre! ¿Qué venís buscando?
-Pues, que se quede ustez otra vez con el
galgo, porque hemos notao que está ciego.
-Hombre, yo les advertí cuando me preguntaron
si cogería las tres liebres, que si él las vería, seguras eran...
-Bien. Y entonces, ¿las medidas?
-Pues, ya verán ustedes: que decía una, dos;
pa dos, sobra, y para tres, no alcanza. Y como en el pueblo soy el dulzainero,
pensaba haberle matao. Y por eso decía: una, dos; pa tres no alcanza: dos
parches pa el tamboril, y el rabo pa la gaita.
Saldaña,
Palencia. Florencio
Garrido. 19
de mayo, 1936. 63
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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