Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de julio de 2012

Juan el tonto y juanica la lista


373. Cuento popular castellano

Había una vez en un pueblo un mozo y una moza que se lla­maban el mozo Juan el Tonto y la moza Juanica la Lista. Convi­nieron casarse, y como eran muy pobres, al día siguiente de la boda ella le mandó a él que fuera por una carga de leña para con el dinero que les valiera comprar pan y tocino para comer. Y Juan el Tonto la dijo:
-Bueno, Juanica, bájame el honcejo (podón), las sogas y la vara para ir por la leña.
Subió la Juanica y al instante le bajó el honcejo y las sogas. Entonces Juan el Tonto puso las sogas y el honcejo en el burro, que estaba atado al pesebre, y montó encima de él. Como llegara la noche y no venía Juan el Tonto, la mujer, la Juanica, asustada, comenzó a alborotar a los vecinos, diciendo:
-¡Me han matado a mi Juan! El pobrecillo salió esta mañana por leña y todavía no ha vuelto.
Entonces los vecinos acordaron salir a buscarle, y cansados de dar vueltas por el bosque y no encontrarle, decidieron volver al pueblo y tocar las campanas, por si es que se encontraba Juan el Tonto perdido en el bosque y pudiese regresar al pueblo guiado por el ruido de las campanas. Estaban todos asustados cuando la Juanica, que era muy lista, se le ocurrió entrar en la cuadra para ver si había regresado el burro. Y ¡cuál no sería su sorpresa al abrir la puerta y ver a su marido, Juan el Tonto, montado sobre el burro, que estaba atado al pesebre! El cual la dijo:
-Juanica, ¿me bajas ya la vara para ir a por la leña?
Entonces la mujer empezó a llamarle tonto, y maldecir su suerte por haberse casado con él. Él, a estos insultos, la decía:
-¿No te he dicho que me bajaras todo para ir a por la leña?
Y ella dijo:
-Sí, y te lo he bajado.
Y entonces él la contesta:
-No has bajado todo; pues me falta la vara.
Al día siguiente se levantó la Juanica e hizo levantarse a su marido. Y dándole la vara, las sogas y el honcejo, le dijo:
-Hoy sí irás a por leña, pues no te falta nada.
Juan el Tonto, al ver que en efecto tenía todo, se montó en su borrico y salió para el monte, cantando, en dirección al bosque. Llevaría una hora de camino, y próximo ya al bosque se encontró con que tenía que pasar un arroyejo. Entonces Juan el Tonto comenzó a pensar el medio de no arriesgar la vida del burro y la suya. Y después de unas horas de cavilar, decidió echar la vara al arroyejo, pensando:
-Si la corriente se lleva la vara, a lo mejor nos lleva al burro y a mí.
La corriente del arroyo, aunque pequeña, fue bastante para llevarse la vara. En vista de ello, Juan el Tonto decidió no pasar y volvió a casa. Al llegar a casa, baja la mujer, creyendo que traía la leña, y al ver que venía montado en el burro como se había marchado, le obligó que la contara lo que le había pasado. Enton­ces la dijo:
-El arroyo próximo al bosque viene muy crecido: prueba de ello que como verás, no traigo la vara. Al probar si podía o no pasar, la he echado al arroyo primero, y nada más echarla, se la ha llevado el agua. Y como comprenderás, lo mismo nos hubiera pasado al burro y a mí, si pasamos.
Le llamó ella tonto un número incontable de veces, y dijo que si seguía así, se separaba de él, porque la iba a matar de hambre. Al día siguiente la Juanica, como era muy lista, le advirtió:
-Vas a ir a por leña; pero por el otro camino distinto del de ayer. Ahí no hay arroyo, y no tendrás pretexto. El camino es muy llano y está lleno de arboleda.
Le volvió a montar en el burro, le dio honcejo, sogas y una vara nueva, y diciéndole:
-No te falta nada -se despidió de él.
Juan el Tonto salió cantando en dirección al bosque. Y a las dos horas de camino era tan grande el calor que decidió tumbarse un rato a la sombra de unos robles. Y al poco tiempo se quedó dormido. Unos campesinos que pasaban por allí, como conocían lo tonto que era, para reírse de él, le cortaron el pelo, dejándole muy mochón, y le soltaron el burro. Y el animal, viéndose suelto, se marchó a casa.
Al poco rato, cuando despertó Juan el Tonto, le dio sed, y fue a beber agua en un pozo muy cristalino que había por allí. Al fi­jarse en el agua de que estaba pelao, empezó a pensar si sería él. Se convenció que no, y entonces, para salir de la duda, marchó a su casa. Como el burro ya había llegado, su mujer, la Juanica, se encontraba en la puerta, pensando qué le había pasado a su marido. Y al desviar la vista en la calle que había enfrente, vio que venía su Juan corriendo y dando voces:
-Juanica, ¿ha venido tu marido?
Entonces ella le dice:
-Y ¿no eres tú?
-Tu Juan no soy yo. Antes tenía pelo y ahora me encuentro mochón.
Entonces ella decidió no volverlo a mandar a ningún trabajo. Lo dedicó al cuido del puchero y hacer los recados que ella le mandaba. Un día iban a comer y lo mandó ella por vino. Y como Juan el Tonto, al ir por él, se encontró una bolsa de onzas, se volvió a casa sin el vino. Y desde el portal a voces decía a la mujer:
-¡Juanica, baja, que te traigo unas medallitas muy bonitas, para que presumas los domingos!
-Ella, como era muy lista, las conoció en seguida, y le dijo:
-Anda, tonto, ¿qué crees que es esto, que esto no vale para nada?
Y entonces él dijo:
-Pues, las he visto tan bonitas que las he traído corriendo para ti.
Entonces ella le dijo:
-Sube tú arriba y prepara la mesa pa comer, que yo voy por vino.
Y en vez de ir la Juanica por vino, se subió a la chimenea y empezó a echar confites. Entonces Juan el Tonto empezó a brin­car por la cocina de gusto que le daba el ver que llovían confites. Se bajó ella de la chimenea y entró en la cocina. Y como Juan el Tonto la dijera que unos momentos antes había llovido confites, ella empezó a decirle que era cada vez más tonto, que era impo­sible. Él insistía que era verdaz e incluso le enseñaba los confites que había cogido, que tenía en la mano.
Mientras él se quedó en la cocina, pensando en el milagro, la Juanica, muy lista, se bajó a la cuadra y puso al burro una sába­na blanca, en la cabeza un gorro, y un bastón al lado. Subió a la cocina y ordenó a Juan que bajase a dar de comer al burro. ¡Cuál no sería la sorpresa de Juan al ver al burro vestido de obispo! Empezó a voces a llamar a su mujer:
-¡Juanica, baja! Verás otro milagro como el de endenantes.
Ella bajaba y él cada vez gritaba más fuerte:
-¡Baja corriendo, y verás al burro vestido de obispo!
Ella bajó, y diciéndole que cada vez era más tonto, quitó esas cosas del burro. Y sin dar importancia al asunto, dijo:
-Vamos a comer.
Al día siguiente le volvió a mandar a por vino. Y como en el camino se encontró una ancianita, que la pobre lloraba amarga­mente, Juan el Tonto se acercó a ella, preguntándola:
-¿Por qué llora ustez, abuela? Y la abuela le contestó:
-Porque ayer en esta calle perdí una bolsa llena de onzas de oro, que era el único capital que tenía.
Y entonces Juan el Tonto la dice:
-No llore ustez, que esa bolsa me la encontré yo, y la tiene mi Juanica guardada. Véngase conmigo para que se la dé.
La pobre anciana, llena de alegría, se marchó con Juan el Tonto a su casa. Y poco la duró la alegría, porque al decir que iban por la bolsa que la había dado Juanico, ella contestó:
-¡Qué bolsa ni qué diablos! ¡Yo no tengo ninguna bolsa!
Como Juan la dijera a la vieja:
-No es verdaz; no la haga ustez caso, que ella es la que tiene la bolsa, que se la di yo. Y tiene medallas muy bonitas.
Entonces la vieja va a las autoridades, las cuales interrogaron a Juan el Tonto, para que dijera dónde se había encontrado la bolsa, qué día había sido, y qué es lo que contenía. Y Juan dijo que en la calle pegando a la taberna, y que tenía medallas muy bonitas; pero no podía decir fechas, porque no entendía de calen­darios. Pero para que viera el juez que era verdaz lo que decía, dijo a su mujer:
-¿No te acuerdas, Juanica, que al poco de darte yo la bolsa,
empezaron a llover confites y el burro se volvió obispo?
Y entonces les preguntó Juanica la Lista:
-¿Pueden ustedes concibir semejante cosa?
-Claro que no -dijo el juez. Se trata de cosas de Juan el Tonto. Ésas son cosas absurdas.
Y dijo Juanica la Lista:
-Pues, si quieren dar crédito a las cosas de este tonto, tendrán que pensar que yo tengo la bolsa; pero no por menos que ha llo­vido confites y que mi burro se ha vuelto obispo.
De este modo se hizo con la bolsa. Y vivieron felices y con mucho dinero.

Riaza, Segovia. Teodoro Hernán Gómez. 31 de marzo, 1936. 22 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

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