230. Cuento popular castellano
En una aldea habitaba un señor que tenía una
ganadería de vacas importantílima. Y en aquel país había mucha riqueza en
capital. Y el amo de la ganadería tenía un criado que se llamaba Juan Verdadero.
Estaba contentísimo el amo con el muchacho porque no mentía nunca; le decía
siempre la verdaz.
Mientras el muchacho pasaba el día pacentando
su ganado, el amo conversaba en la aldea con un señor capitalista. Y un día le
contó el ganadero que tenía un criao que nunca le echaba una metira, siempre le
decía la verdaz. Y el capitalista le decía:
-Mira, no te pongas tan tanto. El que más y
el que menos -siempre hay alguna cosa que les coge uno en mentira.
-Si no lo conociese con los años que lleva en
la casa, bien. De modo que no te pongas tú tonto, porque todo lo que apostarías,
lo perdías.
-¿Apuestas sesenta vacas?
-Pues no tengo inconveniente en apostarte las
sesenta vacas con lo que puedan valer.
Las tasaron en mil pesetas cada vaca. Y
contaron de que el amo de las vacas no podía combinarse con el criao para nada
-porque el criao venía a casa todas las noches a traer las vacas y luego se
volvía a la choza. Y el amo sí tenía el gusto de ver entrar a su criao con el
ganao. Y el capitalista no dejaba solo al otro pa que no se comunicarían.
Llegó Juan con las vacas a la cuadra. Y en
esto estaban los dos señores juntos, el capitalista y el de las vacas. Sigún
llegó Juan le dijo al amo:
-Buenas noches, mi amo.
-Hola, Juan. Buenas noches, mi criao. ¿Qué
tal las vacas?
-Unas gordas y otras flacas.
-¿Han bebido agua?
-Unas turbias y otras claras.
-¿Han pacido hierbas?
-Unas verdes y otras secas.
-Y ¿el toro Berroso?
-Ah, señor, florido y hermoso.
-Bueno, hasta mañana, Juan.
-Vayan ustedes con Dios.
Y al salir de la cuadra, dijo el amo ál otro
señor:
-¿Qué le parece a ustez el mi criao?
-Hombre, no ha mentido. Era verdaz. Pero
tarde o temprano creo que caerá. Es más, que me están hirviendo las sesenta
mil pesetas y esas vacas que no tardará dos días el que me gane yo las vacas y
las sesenta mil pesetas.
Se fue a casa el señor capitalista. Y
conversando con la señora y una hija que tenía muy hermosota, les contó la
apuesta que habían hecho, y dijeron:
-¿Cómo nos las arreglaremos para llevarle las
vacas con buena razón?
-Pues nada, veo que algo fiel sí que lo es.
No me parece mentiroso. No hay más remedio que mirar de qué forma le vamos a
ganar antes que nos lleve ese capital.
Y por fin la dice el padre a su hija:
-Pues nada, te vas a coger tú mañana, chica,
vístete con el mejor vestido que tengas, de lo bueno lo mejor que tengas, te
pones tu sombrero, coges tu sombrilla y te vas para el monte donde estará Juan
apacentando el ganao. Allí le encontrarás a la sombra de la encina. Llegas
allí, le das las buenas tardes, te vas acercando poquito a él, le vas tentando
en el hombro, contándole cosas amorosas y después que el muchacho se vaya impacientando
un poco, pues le pides el corazón del toro Berroso si quiere gozar de ti.
Al otro día se fue la muchacha y efectivamente
dio el paso que la había ordenado su papá. Se fue para el monte y le encontró
al buen Juan:
-¿Qué haces Juan?
Se sentó a su lado y empezó a conversar con
él. Y tocándole la paciencia como la había indicao su papá, a los tres o cuatro
apretoncitos que se dieron, le dijo ella a Juan:
-¿Pero has de ser así, Juan? Pero ¿eso te
atreverías a hacer conmigo?
-Sí, señorita, me atrevo. Y si no, no me
tiente la paciencia. O marche o a las tres...
-Mira, Juan, basta que estás tan animoso. Si
me das el corazón del toro Berroso, envuelto en un pañuelo para llevármelo a
casa, me voy contigo.
Pues Juan mató el toro Berroso, lo cogió y lo
envolvió en el pañuelo. Se lo dio y dijo:
-Tenga, señorita. Ya está aquí lo que pide. Y
no me niegue -palabra de honor que me ha dado- a lo que estamos decididos los
dos.
Gozaron. Y cuando se despidió la señorita, de
Juan, después del gozo que llevaba en su corazón, otro tanto por llevar el corazón
del toro Berroso a su papá. Llegó a casa.
-Papa, ya estoy aquí.
-Y ¿qué tal, hija?
-Mucho gusto me ha dado. Y aquí traigo el
corazón del toro Berroso, lo que ustez me ha mandao.
-Bien, hija, bien. Me alegro mucho. Ahora sí
que lo vamos a ver -la apuesta que tenemos con las vacas.
Por la noche volvió Juan con su ganao a la
cuadra. Ya se le hacía tarde al señorito del capital para preguntarle a Juan a
ver si mentía o decía verdaz. Estaban los dos, el de las vacas y el
capitalista, cuando llegó Juan con las vacas.
-Buenas noches, mi amo.
-Hola, buenas noches, mi criao. ¿Qué tal las
vacas?
-Unas gordas y otras flacas.
-¿Han pacido hierbas?
-Unas verdes y otras secas.
-¿Han bebido agua?
-Unas turbias y otras claras.
-Y ¿el toro Berroso?
-Ay, señor...
-Vamos, Juan, ¿el toro Berroso?
-Oy, el toro Berroso... ¡por dos tetas
blancas y el otro chisme rojo, he dado el corazón del toro Berroso! Pegó un
blinco el capitalista de rabia y dijo:
-¡Hacienda perdida y hija...! Y quedó
derrotado.
Villadiego,
Burgos. Ausivio
de la Peña. 28
de mayo, 1936. 40
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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