224. Cuento popular castellano
Era un rey que tenía una hija. Un día la
llamó su padre y la dijo:
-Mira, hija; ya debes pensar en casarte. Yo
soy viejo, y no tendría otro sentimiento que morir y dejarte soltera. Tú dirás
si sabes de alguno que te gusta, y si no, organizaremos unas fiestas, que
vengan muchos príncipes para que elijas marido.
Entonces ella le dijo:
-Mire usted, padre: vamos a celebrar unas
justas, y el señorito que, corriendo al trote el caballo, se coma una granada
sin caérsele ni un grano, aquél será mi marido.
Y su padre la dijo:
-Pero, hija, ¿no ves que eso es casi
imposible? Pero ella dice:
-Así veré yo cuál es el que me quiere.
Se celebraron las justas y tan sólo hubo uno
que se comió la granada sin caer un grano al suelo; pero se le cayó hasta la
barba y la princesa, de que lo supo, yá fue bastante para no quererse casar
con él. Entonces la dijo su padre que se casaría con el que la dijera la
mentira más grande.
Todos los días se presentaban condes y
marqueses diciendo las mayores mentiras; pero ella decía que no eran las que
ella buscaba.
Un día se presentó un pastor que estaba
tuerto y la dijo a la princesa que iba a decirla la mentira más grande para
casarse con ella. La princesa le dijo:
-Muy bien, muy bien. Vamos a ver. Pero antes
de decirme la mentira, vas a hacer el favor de decirme por qué estás tuerto,
pues veo que te falta un ojo.
-Pues, muy bien, verá usted -dice él. Estaba
yo un día en el monte con mis ovejas y sentí tan fuerte picotazo en las
espaldas, que me eché la mano y me pesqué una pulga tan grande que la desollé y
en el pellejo eché cien arrobas de aceite que me habían producido dos aceitunas
que había cogido el año anterior. Sin saber qué hacer con el aceite me
encontraba, cuando un día llegué en casa de otro pastor que criaba pollos...,
pero unos pollos que a las dos horas de nacer eran ya tan grandes como un
burro. Yo pensé que esos pollos me valdrían muy bien para ir a caballo a cerrar
mi ganao, y le cambié el pellejo de aceite por un pollo. Monté en él y empezó a
crecer, a crecer, a crecer tanto que al poco rato sentí un fuerte golpe en la
cabeza; miré para arriba, y es que había tropezao con las puertas del cielo.
Estaban de par en par y me metí dentro; pero en seguida me encontré con San
Pedro, que me dijo: «¿Cómo has entrado tú aquí? ¿No sabes que aquí no vienen
más que los buenos?» Y de su sastrería me dio unos hilos y me dijo que me
deslizara por ellos hasta el-suelo, si no quería que me castigara fuerte. Yo lo
hice así; pero al llegar a la tierra tuve tan mala fortuna que me metí de
cabeza en una sandía que tenía unas calles tan anchas que pasaban batallones
por ellas. Yo quise romper la cáscara; fui \a buscar mi navaja, cuando vi que
se me había perdido. Me puse a buscarla; pero me encontré con un suboficial que
al decirle que buscaba la navaja me dijo: «Tú estás loco. Se nos ha perdido a
nosotros un regimiento y no hemos podido encontrarle y quieres encontrar tú la
navaja.» Entonces no tuve más remedio que ponerme a arañar la cáscara con las
uñas para poder salir. Tardé dos años; pero al fin pude conseguir hacer un
roto, y, al tirarme desde la sandía al suelo, caí encima de un rosal y se me
clavó en este ojo una espina que tenía catorce metros de larga, y por eso estoy
tuerto.
Entonces dijo la princesa:
-Muy bien, muy bien. Nos casaremos, sin que
me diga la mentira, pues sólo una pregunta que le he hecho, me ha dicho usted
las mentiras más grandes que existen en el mundo.
Al oír eso el pastor se quitó el disfraz y dijo:
-Muy bien, señora; pues ha de saber usted que
yo tampcco soy el pastor que usted se cree, que soy el príncipe que se comió la
granada sin caérsele ni un grano.
Y se casaron y vivieron felices.
Pedraza,
Segovia. María
Pascual. 25
de marzo, 1936. 28
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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