Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 30 de junio de 2012

La flor del barandul

204. Cuento popular castellano

Eran una madre y un padre. Y tenían tres hijos. Y el padre tenía los ojos malos. Y la madre les había dicho a los hijos que tenían que ir a buscar la Flor del Barandul para curar los ojos a su padre. Y su madre les preparó un día un poco de pan y queso para el camino. Y salió primero el mayor. Y al pasar por una carretera, vio a una señora con un niño (que era la Virgen con el Niño Jesús). Y le dijo:
-Niño, ¿me quieres dar un poco de pan y queso para mi hiji­to, que está muriendo de hambre? Y la dijo el chico:
-¡Que coma cantos, que de mi pan no comerá!
Y entonces la preguntó el niño a la Virgen:
-¿Me quieres decir dónde está la Flor del Barandul? Y le contestó la Virgen:
-En aquella puerta negra, negra, llama, y allí te la darán. Conque fue, llamó, y le pasaron para adentro.
Al poco tiempo pasó el segundo, y se encontró también con la Virgen y el Niño. Y le dijo la Virgen, dice:
-Niño, ¿me quieres dar un poco de pan y queso para mi hi­jito, que está muriendo de hambre? Y la dice el chico:
-¡Que coma cantos, que de mi pan no comerá! Y entonces la preguntó:
-¿Me quieres decir dónde está la Flor del Barandul? Y le contestó la Virgen:
-¿Ves aquella puerta negra, negra? Llama, y allí te la darán. Conque fue, llamó, y le pasaron para adentro. Al poco tiempo pasó el más pequeño y se encontró también con la Virgen y el Niño. Y le dijo también la Virgen:
-Niño, ¿me quieres dar un poco de pan y queso para mi hiji­to, que está muriendo de hambre? Dice:
-Tómalo todo.
Y le contestó:
-¡No, no, rico! Todo, no. Solamente un poco. Y se lo dio. Y después le preguntó el niño:
-¿Me quieres decir dónde está la Flor del Barandul? Y le dijo la Virgen:
-¿Ves aquella puerta blanca, blanca? Dice: 
-Sí.
-Pues, véte, llama, y saldrá San José y te la dará.
Conque llegó - allí, llamó, y salió San José y le mandó pasar. Y estuvo allí un poco esperando. Y le dio la Flor del Barandul y tres bolitas de oro. Y le dijo:
-Mira: estas tres bolitas son, una para tu padre; otra para tu madre, y otra para ti.
Conque se las dio, y se salió. Y le había advertido San José que no se detuviese por el camino con nadie. Y cuando ya iba a llegar a casa, se encontró con sus hermanos. Y al verle, le preguntaron que qué le había pasao. Se lo contó. Y entonces ellos le dijeron que ellos habían estao en una puerta negra con el demonio, y que les había mandao pasar pa adentro y después de atormentar­les mucho, les había despojao de todos sus vestidos y les había mandao que volviesen a casa. Y le dijeron los dos hermanos al pequeño:
-Nuestro padre nos reñirá si vamos de estas trazas y no lle­vamos la flor. Así que nos tienes que dar una bolita a cada uno. Y si no, te matamos.
Y contestó el niño que le mataran, pero que él no les daba ninguna bolita. Y le volvieron a decir que si en llegando a una tierra blanca, no les había dao las bolitas, que le mataban y le enterraban. Y siguieron caminando hasta que llegaron a aquella tierra blanca. Y se le volvieron a pedir, la Flor y las tres bolitas. Y el niño les contestó lo mismo, que le mataran, pero que él no entregaba lo que le había dao San José. Y le quitaron la Flor y las tres bolitas y le enterraron vivo.
Pero al enterrarle, quedó un dedo fuera. Y al poco tiempo pasó por allí un carretero. Y oyó una voz de un niño que cantaba:
-Carretero, tú que me cantas, tú que me lloras, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas por las tres bolitas de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre, y otra para mí.
Y el carretero estuvo mirando muy extrañao para todos los sitios, extrañao de aquella voz que no sabía de dónde salía. Y se marchó al pueblo a dar cuenta. Y se lo dijo al alcalde. Y al prin­cipio el alcalde dijo que era mentira, que si había oído aquella voz por allí, que tenía que haber visto a alguien. Pero ya tanto le insistió el carretero al alcalde para que fuera, que marchó a ver si era verdaz. Y al llegar al mismo sitio, oyó también eso.
-Señor alcalde, ustez que me canta, ustez que me llora, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas por las tres bolitas de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre, y otra para mí.
Y muy extrañao, el alcalde se marchó al pueblo. Y en el pue­blo pues había habido rumores de que faltaba un niño. Y como era un pueblo pequeño, pues dijeron de qué familia faltaba. Y el alcalde entonces se lo dijo al padre de ese niño. Y el padre, todo lloroso, porque tenía una pena enorme, pues se fue a ver si era verdaz, si oía aquella voz y era verdaz también que pudiera ser su hijo. Y pasó por el mismo sitio y oyó la misma canción:
-Padrecito, tú que me cantas, tú que me lloras, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas, por las tres bolitas de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre, y otra para mí.
Y su padre estuvo mirando y no veía de dónde salía la voz. Y todo lloroso, y con una pena todavía mayor, porque había re­conocido la voz de su hijo, fue a casa y se lo contó a su mujer. Y su mujer, pues fue llorando a ver si era verdaz. Y al llegar al mismo sitio, oyó la voz de su hijo que la decía:
-Madrecita, tú que me cantas, tú que me lloras, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas por las tres bolitas de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre, y otra para mí.
Y como no sabía de dónde salía la voz, su madre se marchó a casa. Y se lo dijo a sus hijos -que había pasao por un sitio donde estaba su hijo el más pequeño enterrao; pero que no habían dao con el paradero de él, que dónde podía estar; que fueran ellos y estuvieran buscando por todos los sitios hasta que le hallaran vivo o muerto; que su padre tenía una pena muy grande y que si no aparecía su hijo, que también se moriría él.
Y obedecieron a su madre y marcharon a ver. Y al pasar por el sitio donde le habían enterrao, oyeron la voz esa:
-Hermanitos, vosotros que me enterrasteis en estas arenas, por las tres bolitas de oro, que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre, y otra para mí, y la Flor del Barandul, que vosotros me quitasteis.
Y sus hermanos lo comentaron entre los dos de que no había muerto todavía, pero que no le sacaban, y dirían a su madre que no le habían encontrao.
Y al poco tiempo pasó la Virgen por allí. Y oyó:
-Virgencita, tú que me cantas, tú que me lloras, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas, por las tres bolitas de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre, y otra para mí.
Y fue la Virgen y lo sacó y le dijo que quién le había enterrao allí. Y el niño la contó a la Virgen que sus hermanos, porque no les quiso dar la Flor del Barandul y las tres bolitas de oro que le había dao San José. Y le dijo la Virgen:
-Bueno, pues ahora vete a tu casa, porque es mucha la pena que tiene tu padre, y si no vas tú, se podría morir.
Y fue el niño a casa. Y su padre y su madre, al verle entrar, se pusieron muy contentos, y lloraban de alegría. Y le preguntó su madre y su padre que qué castigo quería que les diera a sus hermanos. Y el niño contestó que ninguno, que les perdonaba, que lo que él quería era que se le curasen los ojos a su padre con la flor que le había dao San José. Y entonces, al día siguiente, ya tuvieron una comida muy grande, celebraron la venida del chico, y luego en adelante vivieron muy felices.

Nava del Rey, Valladolid. Narrador V, 9 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

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