204. Cuento popular castellano
Eran una madre y un padre. Y tenían
tres hijos. Y el padre tenía los ojos malos. Y la madre les había dicho a los
hijos que tenían que ir a buscar la
Flor del Barandul para curar los ojos a su padre. Y su madre
les preparó un día un poco de pan y queso para el camino. Y salió primero el
mayor. Y al pasar por una carretera, vio a una señora con un niño (que era la Virgen con el Niño Jesús).
Y le dijo:
-Niño, ¿me quieres dar un poco de pan
y queso para mi hijito, que está muriendo de hambre? Y la dijo el chico:
-¡Que coma cantos, que de mi pan no
comerá!
Y entonces la preguntó el niño a la Virgen :
-¿Me quieres decir dónde está la Flor del Barandul? Y le
contestó la Virgen :
-En aquella puerta negra, negra,
llama, y allí te la darán. Conque fue, llamó, y le pasaron para adentro.
Al poco tiempo pasó el segundo, y se
encontró también con la Virgen
y el Niño. Y le dijo la Virgen ,
dice:
-Niño, ¿me quieres dar un poco de pan
y queso para mi hijito, que está muriendo de hambre? Y la dice el chico:
-¡Que coma cantos, que de mi pan no
comerá! Y entonces la preguntó:
-¿Me quieres decir dónde está la Flor del Barandul? Y le
contestó la Virgen :
-¿Ves aquella puerta negra, negra?
Llama, y allí te la darán. Conque fue, llamó, y le pasaron para adentro. Al
poco tiempo pasó el más pequeño y se encontró también con la Virgen y el Niño. Y le dijo
también la Virgen :
-Niño, ¿me quieres dar un poco de pan
y queso para mi hijito, que está muriendo de hambre? Dice:
-Tómalo todo.
Y le contestó:
-¡No, no, rico! Todo, no. Solamente un
poco. Y se lo dio. Y después le preguntó el niño:
-¿Me quieres decir dónde está la Flor del Barandul? Y le dijo la Virgen :
-¿Ves aquella puerta blanca, blanca?
Dice:
-Sí.
-Pues, véte, llama, y saldrá San José
y te la dará.
Conque llegó - allí, llamó, y salió
San José y le mandó pasar. Y estuvo allí un poco esperando. Y le dio la Flor del Barandul y tres
bolitas de oro. Y le dijo:
-Mira: estas tres bolitas son, una
para tu padre; otra para tu madre, y otra para ti.
Conque se las dio, y se salió. Y le
había advertido San José que no se detuviese por el camino con nadie. Y cuando
ya iba a llegar a casa, se encontró con sus hermanos. Y al verle, le
preguntaron que qué le había pasao. Se lo contó. Y entonces ellos le dijeron
que ellos habían estao en una puerta negra con el demonio, y que les había
mandao pasar pa adentro y después de atormentarles mucho, les había despojao
de todos sus vestidos y les había mandao que volviesen a casa. Y le dijeron los
dos hermanos al pequeño:
-Nuestro padre nos reñirá si vamos de
estas trazas y no llevamos la flor. Así que nos tienes que dar una bolita a
cada uno. Y si no, te matamos.
Y contestó el niño que le mataran,
pero que él no les daba ninguna bolita. Y le volvieron a decir que si en
llegando a una tierra blanca, no les había dao las bolitas, que le mataban y le
enterraban. Y siguieron caminando hasta que llegaron a aquella tierra blanca. Y
se le volvieron a pedir, la Flor
y las tres bolitas. Y el niño les contestó lo mismo, que le mataran, pero que
él no entregaba lo que le había dao San José. Y le quitaron la Flor y las tres bolitas y le
enterraron vivo.
Pero al enterrarle, quedó un dedo
fuera. Y al poco tiempo pasó por allí un carretero. Y oyó una voz de un niño
que cantaba:
-Carretero, tú que me cantas, tú que
me lloras, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas por las tres bolitas
de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre, y otra
para mí.
Y el carretero estuvo mirando muy extrañao
para todos los sitios, extrañao de aquella voz que no sabía de dónde salía. Y
se marchó al pueblo a dar cuenta. Y se lo dijo al alcalde. Y al principio el
alcalde dijo que era mentira, que si había oído aquella voz por allí, que tenía
que haber visto a alguien. Pero ya tanto le insistió el carretero al alcalde
para que fuera, que marchó a ver si era verdaz. Y al llegar al mismo sitio, oyó
también eso.
-Señor alcalde, ustez que me canta,
ustez que me llora, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas por las
tres bolitas de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi
madre, y otra para mí.
Y muy extrañao, el alcalde se marchó
al pueblo. Y en el pueblo pues había habido rumores de que faltaba un niño. Y
como era un pueblo pequeño, pues dijeron de qué familia faltaba. Y el alcalde
entonces se lo dijo al padre de ese niño. Y el padre, todo lloroso, porque
tenía una pena enorme, pues se fue a ver si era verdaz, si oía aquella voz y
era verdaz también que pudiera ser su hijo. Y pasó por el mismo sitio y oyó la
misma canción:
-Padrecito, tú que me cantas, tú que
me lloras, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas, por las tres
bolitas de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre,
y otra para mí.
Y su padre estuvo mirando y no veía de
dónde salía la voz. Y todo lloroso, y con una pena todavía mayor, porque había
reconocido la voz de su hijo, fue a casa y se lo contó a su mujer. Y su mujer,
pues fue llorando a ver si era verdaz. Y al llegar al mismo sitio, oyó la voz
de su hijo que la decía:
-Madrecita, tú que me cantas, tú que
me lloras, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas por las tres bolitas
de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre, y otra
para mí.
Y como no sabía de dónde salía la voz,
su madre se marchó a casa. Y se lo dijo a sus hijos -que había pasao por un
sitio donde estaba su hijo el más pequeño enterrao; pero que no habían dao con
el paradero de él, que dónde podía estar; que fueran ellos y estuvieran buscando
por todos los sitios hasta que le hallaran vivo o muerto; que su padre tenía
una pena muy grande y que si no aparecía su hijo, que también se moriría él.
Y obedecieron a su madre y marcharon a
ver. Y al pasar por el sitio donde le habían enterrao, oyeron la voz esa:
-Hermanitos, vosotros que me
enterrasteis en estas arenas, por las tres bolitas de oro, que San José me
entregó: una para mi padre, otra para mi madre, y otra para mí, y la Flor del Barandul, que
vosotros me quitasteis.
Y sus hermanos lo comentaron entre los
dos de que no había muerto todavía, pero que no le sacaban, y dirían a su madre
que no le habían encontrao.
Y al poco tiempo pasó la Virgen por allí. Y oyó:
-Virgencita, tú que me cantas, tú que
me lloras, mis hermanitos me han enterrado en estas arenas, por las tres
bolitas de oro que San José me entregó: una para mi padre, otra para mi madre,
y otra para mí.
Y fue la Virgen y lo sacó y le dijo
que quién le había enterrao allí. Y el niño la contó a la Virgen que sus hermanos,
porque no les quiso dar la Flor
del Barandul y las tres bolitas de oro que le había dao San José. Y le dijo la Virgen :
-Bueno, pues ahora vete a tu casa,
porque es mucha la pena que tiene tu padre, y si no vas tú, se podría morir.
Y fue el niño a casa. Y su padre y su
madre, al verle entrar, se pusieron muy contentos, y lloraban de alegría. Y le
preguntó su madre y su padre que qué castigo quería que les diera a sus
hermanos. Y el niño contestó que ninguno, que les perdonaba, que lo que él
quería era que se le curasen los ojos a su padre con la flor que le había dao
San José. Y entonces, al día siguiente, ya tuvieron una comida muy grande,
celebraron la venida del chico, y luego en adelante vivieron muy felices.
Nava del Rey,
Valladolid. Narrador V, 9 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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