119. Cuento popular castellano
Era un padre que enviudó, y le quedó
una hija. Se casó con otra que tenía hijas, y no la podía ver la madrasta a la
andada, pues era muy guapa la andada. Y la tenían las hermanastras y la
madrasta mucha envidia y no la podían ver. La tenían siempre como una fregona,
sin salir de casa para nada, llena de suciedad, que ni se podía limpiar ni
vestir, porque no la dejaban.
Un día, ella, la pobre, cansada de
sufrir, fue al sepulcro de su madre, pidiéndole a Dios que la manifestara en
qué estado podía estar su madre. Y rogándole a Dios, le pedía que hiciera un
milagro para ver cómo estaba su madre y si la madre podría hacer algo por
ella. Ya salió un arbolito en el sepulcro de su madre con un papelito envuelto
en donde decía que dijera: «Arbolito florido, préstame un traje, que sea de oro
y plata, y de mucho encaje»; el arbolito la concedería todo lo que pidiera.
Como las hermanastras y la madrasta
iban a todos sitios sin llevar a ella a ninguna, ya ella acordó de ir al
arbolito a pedirle vestidos y un coche para ir a caballo donde ella quisiera.
Así es que de que iba la madrasta y las hermanastras, iba ella al arbolito a
pedirle que la diera lo que le pidiera. Y así hizo, que todo lo que le pedía se
lo concedía. Y ya después que se iban las hermanastras y la madrasta, iba
corriendo a pedir al arbolito:
-Arbolito florido, préstame un traje,
que sea de oro y plata y de mucho encaje. Y un cochecito para llevarme a donde
yo le mande.
Ya se lo daba, se vestía y montaba en
su coche. Y si estaban las herma-nastras y la madrasta en la ilesia, pos ella se
ponía ante de ellas. Y no la conocían. Y el coche le dejaba en la puerta de la
ilesia, y en cuanto salían del acto de la ilesia, montaba en el coche y se
marchaba. Así es que cuando ellas llegaban a casa, ya estaba ella como estaba
en casa, hecha una Puerca Cenicienta. Por manera que ellas no la conocían ni
sabían que hacía semejantes actos.
Y diendo varias veces haciendo lo
mismo, la vio un hijo de un rey y se enamoró de ella. No pudiendo ser de poder
hablar con ella, un día, según salió para montar en el coche, se la cayó un
zapato. Y el hijo del rey le cogió y la siguió a ver dónde entraba. Y la vio
entrar allí en su casa. Y al otro día fue con su zapato y llamó. Y bajó la
madrasta y la dijo el hijo del rey:
-Aquí traigo un zapatito. De quien sea
este zapatito, me tengo que casar con ella. La que llevaba este zapatito entró
en esta casa ayer.
La madrasta, muy viva, bajó a una hija
suya. El zapato la venía pequeño, y la decía a la hija:
-Retírate, como que vas a cualquier
parte, y te cuertas los dedos de alante del pie para que te venga el zapato,
que cuando seas reina, no has de andar a pie.
Y así hizo y se metió el zapatito.
Entonces la montó el príncipe en su caballo y se la llevaba en casa de sus
padres a su palacio. Pero había que pasar por el arbolito del sepulcro, y al
llegar a él, le dijo:
-Deténte, príncipe amante, No sigas
más adelante, Que el zapato que ésa tiene Para su pie no conviene.
Miró el príncipe al pie; vio que lo
llevaba lleno de sangre. Volvió su caballo y se la llevó a su madre. Y la
dijo:
-El zapatito que ésta tiene, para su
pie no conviene.
Y fue y bajó a la otra hija, y como el
zapato la venía pequeño, la dijo:
-Mira, cuértate el talón para que el
zapatito te venga, que cuando seas reina, no has de andar a pie.
Así hizo y se metió el zapato. La
cogió el príncipe y la montó a caballo en su caballo, y se fueron en casa de
sus padres a su palacio. Y al llegar al arbolito, pos le dijo lo mismo:
-Deténte, príncipe amante, No sigas
más adelante,
Que el zapato que ésa tiene Para su
pie no conviene.
Miró el príncipe al pie. Vio que lo
llevaba lleno de sangre. Volvió su caballo y se la llevó a su madre y la dijo
que el zapatito no convenía para ese pie, que tenía que tener otra hija que la
venía el zapatito. Y la madrasta se negaba a decirle que tenía otra. Y el
príncipe la dijo que tenía que tener otra sin más remedio.
Y por fin ella le dijo que no tenía
más que otra que no salía de la cocina, que estaba muy sucia y que no la podía
presentar. Y él insistía que saliese, que se la presentara. Y entonces fue y se
la presentó. Y la puso el zapatito, y la valía. La montó en su caballo y se la
llevaba a su palacio. Y al llegar al arbolito le dijo:
-Sigue, príncipe amante, Sin detenerte
un instante, Ya encontraste el piececito A que venía el zapatito.
A ella entonces le dijo que tenía que
apearse por pedir al arbolito que la diera pa arreglarse un poco, pues, ¿cómo
iba a presentarse en palacio con los artes que llevaba, tan sucia y llena de
porquería? Y entonces la dijo él que hiciera todo lo que quisiera. Y bajó de su
caballo y le dijo al arbolito:
-Arbolito
querido, préstame un traje
que
sea de oro y plata y de mucho encaje.
Ya se le dio, y se arregló. Y montaron
otra vez en el caballo y se fueron a palacio, donde, llegando a palacio, ya
saludó a los padres de su amante. Ya fijaron fecha pa casarsen y se casaron.
Sepúlveda,
Segovia. Narrador LXXX, 4 de abril, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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