62. Cuento popular castellano
En un pueblo de Asia vivían dos
matrimonios vecinos. Dichos matrimonios eran pastores. El uno tenía un hijo y
el otro una hija. Como iban juntos con el ganado, llegaron a cogerse cariño, y
ya llegaron a cierta edaz que querían casarse. Pero el padre del hijo -el
ganado que guardaba el hijo era propiedad de él, y el otro, el criado. No le
dejaba el padre casar al hijo con María (que
así se llamaba la zagala), porque ella era hija de pobres, y él, rico. Anduvon
buscando novias por allí en los pueblos limítrofes, y ninguna le quería al tal
Juan (que así se llamaba él). Al fin
decidieron dejarle casarse con María, la del pastor pobre.
Como estaban acostumbrados a ir juntos
al monte con los rebaños, continuaron haciéndolo después de casaos. Llegó un
día a los quince días de casaos, que tuvo que ir ella sola con el ganao. Se
internó en el bosque más de lo debido, la agarró un oso y se la llevó para
allá. Ella, nada más ver al oso, quedó inmóvil. Pero el oso la llevó a una
cueva, donde servía de guarida al mismo. En aquella cueva estuvo por espacio de
siete años, viviendo solamente con el oso, y alimentándose con los alimentos
que el oso la llevaba.
A los nueve meses de estar en la cueva
concibió un niño, que ella, por nombre, le puso Juanillo, como se llamaba su
padre. Este niño, como se alimentaba de los alimentos que el oso llevaba,
llegó a coger una fuerza extraordinaria. La cueva donde vivían estaba tapada
con una piedra muy grande. La mujer hizo esfuerzos pa ver si la podía mover;
pero nunca llegó a poderla mover. Únicamente la movía el oso cuando salía de la
cueva. Y el oso iba siempre siguiendo a María; nunca la dejaba sola.
Ya cuando el niño tenía siete años, la
dijo a su madre que por qué no salían de la cueva aquella a la luz y sol del
día. Y su madre le contestó que estaban dominaos por el oso, y no podían salir.
Además, como la piedra aquella grande era de tanto peso, no la podrían mover;
pero el niño, como había cobrao tantas fuerzas, se arrimó a la piedra de la
boca de la cueva, y nada más que la apretó, la echó a rodar. Entonces salieron
ambos de la cueva, y se dirigían al pueblo. Pero al verles el oso, fue
furiosamente hacia ellos para no dejarles marchar; lo cual, el chico, de un
puñetazo que dio al oso, le mató instantáneamente.
Llegaron al pueblo y figúrese qué
sorpresa tan grande recibiría el padre el volver a ver a María con un niño ya
bastante crecido. Una vez en el pueblo, decidieron instruirle, mandarle a la
escuela y lo demás. Pero había días que reñía con cualquier chico de la
escuela, le pegaba un bofetón y le dejaba como muerto. Era así que decidieron
por requerirse en el pueblo no dejarle ir a la escuela. El chico estuvo hasta
la edad de quince años con sus padres; pero a la edad de quince años, decidió
marcharse de casa en busca de buena o mala suerte.
Antes de salir de casa mandó a su
padre a una fábrica de hierro que le harían una cachava de diez quintales para
ir por el mundo con ella. Además de entregarle la cachava de diez quintales
-que en la fábrica se quedaron pasmaos al mandarles hacer una cachava de ese
peso- le entregó su padre quinientas pesetas. Y es cuando decidió irse por los
mundos.
Estuvo andando bastante tiempo cuando
se encontró con uno que cogía los pinos y los arrancaba. Él para sí se dijo:
-Ese posee aún más fuerza que yo. Se
acercó a él, le saludó afa-blemente y le dijo:
-¿Quieres ir conmigo?
Aceptó el otro. Anduvon un trecho de
camino y se encontraron con otro que se sentaba en el suelo en los altos y los
ponía llanos. Le dijeron lo mismo, que si quería ir con ellos. Y los tres
siguieron el camino. Estuvon andando varios días cuando llegó un día que se
encontraron frente a un castillo, titulado el Castillo del Diablo. Entraron en
él y no encontraron alma viviente. Vieron que había muchas provisiones de todas
clases. Y decidieron quedarse allí. Había armamentos de todas las especies, y
quisieron meterse cazadores. Lo cual, iban de caza y otro quedaba para arreglar
el rancho. El primer día que se quedó a arreglar el rancho Aplanamontes (que
así se llamaba el último), según estaba arreglando el rancho, le salió el
diablo y le dijo:
-¡Hombre, Aplanamontes! ¿Estás
arreglando la comida?
Y le contestó que sí.
-A ver qué comida tienes -le dijo.
Destapa el otro el puchero, va el
diablo y le echa un gargajo al puchero. Coge Aplanamontes, se rebela contra el
diablo, y éstos tuvon una lucha bastante larga, en la cual puso el diablo a
Aplanamontes como nuevo a golpes.
Llegó la hora de la comida, se
personaron los cazadores en el castillo otra vez y encontraron a Aplanamontes
tumbao. Le preguntaban qué le pasaba y no contestaba. El segundo día se quedó
Arrancapinos. Y le corrió la misma suerte que al primero. Ya el tercer día se
quedó Juanillo. Y le fue a hacer la misma pregunta el diablo. Al echar el
diablo el salivazo al puchero, cogió Juan la corbertera y le pegó en la cara y
le quitó la oreja con la corbertera. Al quitarle la oreja, la guardó en el
bolso Juanillo y procuró no perderla. Él vio que el diablo se metía por un
subterráneo, lo cual quison hacer después los demás.
El primero en querer bajar fue
Aplanamontes. Pero como sogas no había, fue preciso ir a la ciudaz por ellas.
Según llevaron las sogas, fue el primero Aplanamonte en bajar a ver qué había
allá abajo. Lo cual, cogió una campa-nilla y dijo que en el momento que tocase
la campanilla, tirasen pa arriba de la cuerda. Habría bajao como unos
quinientos metros cuando empezaron a pincharle con leznas y alfileres. Y empezó
a tocar la campanilla para que le subiesen arriba. Quiso hacer lo mismo
Arrancapinos, de la misma forma. Y le ocurrió lo mismo que al primero. Al
llegar a mitaz, empezaron a clavarle y tuvon que tirar inmediatamente de la
cuerda.
Ya el último, Juan, decidió bajar con
la campanilla. Y les dijo que cuanto más la tocase, más cuerda le diesen para
bajar abajo. Llegó abajo y vio un hermoso jardín, en el cual había tres princesas.
Al verle le dijeron que cómo se había atrevido a bajar y que qué buscaba por
aquellos lugares. Y él contestó que su buena o mala suerte se lo indicaba.
Estuvo conversando muy poco rato cuando la princesa mayor de las tres que había
-que eran tres hermanas- le dijo que estaban custodiadas por el demonio y que
estaban encantadas. Él entonces dijo que se encargaría de desencantarlas. Y,
efectiva-mente, lo hizo. Ellas le dijon que tenía que luchar con el demonio en
persona para desencantar a la mayor; para desencantar a la segunda, con el
demonio en figura de toro; y para desencantar a la tercera, con el demonio el
figura de serpiente.
Como tenía que luchar con el demonio
para salvar a la primera en figura de hombre, el demonio le mandó entrar en el
salón de armas y que escogiese el arma que él quisiera para batirse con él. La
princesa le había dicho a Juanillo que cuando le mandase entrar en el salón de
armas, escogiese la espada peor que habría, la más roñosa, que si cogía la
mejor, le vencería el demonio, y cogiendo la peor, vencía él al demonio.
Estuvieron un rato de lucha hasta que de un tajazo le abrió de arriba abajo
Juan al demonio. Ya quedó desencantada la princesa mayor. La ató por la cintura
con la soga que había bajao él, y empezó a tocar la campanilla para que los
otros tirasen. Pero antes de subir, ésta le entregó a Juan tres manzanas de oro
de lo más fino que se conocía.
La subieron arriba, y ¡qué asombro
recibirían los otros el ver una mujer la más linda de la tierra! Les saludó
afablemente ella y les rogó aguardasen a ver si podía desencantar a otras dos
hermanas el que quedaba abajo.
Entretanto Juan tuvo que luchar con el
demonio en figura de toro para salvar a la segunda. Como había bajao la cachava
de diez quintales, entonces la utilizó para derribar al toro. Le pegó un
cachavazo en la nuca y le dejó muerto instantáneo. Y al mismo tiempo quedó
desencantada la segunda hermana. Fueron donde el agujero o pozo, la ató con la
cuerda, tocó la campanilla para que la subiesen y hizo lo mismo que la mayor:
saludarles afablemente a los que estaban arriba y rogarles que aguardasen a la
otra.
Mientras tanto Juan tuvo que luchar,
para desencantar a la tercera, otra vez con el demonio en figura de serpiente.
Cogió la espada roñosa y inmediata-mente la cortó la cabeza a la serpiente. Y
quedó desencantada la tercer princesa. Se acercaron al agujero, la ató la
cuerda, tocó la campanilla y tira-ron, como para las otras, hasta que la
subieron arriba. Entretanto Juan se quedó en el jardín. Mandó que tirasen la
cuerda, con la última princesa, para subir él; pero los que estaban arriba no
hicieron caso de tirar la cuerda. Cogieron las princesas y se fueron juntos al
palacio del rey.
Al verlas el rey, que ya las creía
perdidas para siempre, ¡figúrense qué alborozo pasaría por su cuerpo y qué
alegría al ver a sus hijas tan bellas como cuando se las llevaron del palacio!
Ya Juan, en el jardín estuvo más de dos horas aguardando a la cuerda; pero
como la cuerda no bajaba, se recordó que llevaba la oreja del demonio en el
bolsillo. Echó mano a ella y como tenía hambre, la alargó a la boca. Según la
mordió oyó una voz que decía:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas? Él
contestó:
-Que me saques de este subterráneo
inmediatamente.
Entonces el demonio le cogió a cuestas
y le subió todo el agujero arriba hasta llegar donde habían subido las
princesas. Una vez allí tomó el camino de la ciudaz; pero siempre con la mano
en la oreja del demonio. Llegó a medio camino de la ciudaz, la llevó otra vez a
la boca y le hizo la misma pregunta:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas?
Juan entonces le contestó:
-Que me vuelvas el hombre más feo del
mundo.
Efectivamente, así lo hizo. Le
convirtió en el más horroroso que se conocía. Llegó a la ciudaz y fue a pedir
trabajo en casa de un herrero. Y le cogieron más que nada por lástima, y, al
mismo tiempo, para que sería juguete de los demás al verle tan feo. Allí estuvo
tres días al servicio del herrero y de los demás oficiales. La única labor que
hacía era tirar del fuelle, porque para otra cosa no valía.
A los tres días de estar en la
herrería, dio el rey un torneo y dijo que el caballero que más valiese, el más
valiente que se presentase a ganar una batalla, se casaría con la princesa
mayor. Entonces Juan se llevó la oreja del demonio a la boca otra vez, que
inmediatamente le dijo lo de siempre:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas?
Entonces Juan le contestó:
-Que me presentes el mejor caballo del
mundo y la mejor espada pa ganar la batalla.
Al siguiente día era el día de la
batalla, cuando se presentó Juan con su caballo blanco como ninguno y bueno
como ninguno.
Entraron a la batalla y él empezó a
diestro y a siniestro y todo lo llevaba de calle. Una vez terminada la batalla,
el rey mandó a los pajes le siguiesen al del caballo blanco; pero no le podían
seguir, porque corría como el viento. Llegó cerca de la herrería, echó mano a
la oreja del demonio... y lo de siempre:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas?
-Que me vuelvas tal y conforme estaba.
Los pajes del rey se tuvon que volver
y decir al rey que no habían podido dar con el caballero del caballo blanco. A
los pocos días organizó el rey otro torneo diciendo que el que presentase tres
manzanas de oro como las que tenía la princesa mayor, se casaría con ella.
Llegaron a oídos de Juan estas
noticias. Lo cual, el dueño de la herrería, por burla más que por otra cosa, le
dijo:
-Oye, Juan. ¿Te comprometerías tú a
hacer tres manzanas como éstas?
Y él dijo:
-Seguramente las hago.
Al oír esto, todos se echaron a reír,
porque nunca hubieran creído que Juan ni sería el caballero del caballo
blanco, el que vencía a todos en la batalla, ni que haría las tres manzanas' de
oro. Le preguntaron qué necesitaba para hacerlas, y él contestó que necesitaba
un cuartillo de vino, medio pan, un cuartillo de nueces y un martillo. Y que le
dejasen solo por espacio de una hora o dos. Le encerraron en una habitación, y
no hacían más que mirar por las rendijas de las puertas a ver si hacía las
bolas o qué hacía. Y la única labor que le veían hacer era cascar las nueces y
comerlas. Como ya tenía hechas las manzanas, pues se las había dao la princesa,
no necesitaba hacerlas.
Cuando salió Juan de la habitación,
les dejó sorprendidos tanto al dueño de la herrería como a los demás oficiales
al ver que había hecho las bolas exaztas que las que le habían enseñado a él
anteriormente. Entonces se presentó en palacio Juanillo con el dueño de la
herrería, que iba en su compañía. Y el rey, al ver una cosa tan rara y tan fea,
no le quería dejar ni que se presentase ante él. Entonces la princesa dijo que
con aquél mismo se tenía que casar, que eran las tres manzanas que había dao
ella a su salvador y el de sus hermanas. El rey le dijo a Juan que pidiese lo
que quisiera, menos casarse con la princesa. Pero Juan no contestaba y la otra
decía que con aquél era con quien se tenía que casar.
Ya de vuelta a la herrería, y estando
allí al siguiente día, cogió otra vez Juan la oreja del diablo y la llevó a la
boca. Y hizo lo de siempre:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas?
-Que me vuelvas exazto que cuando
estaba en el jardín subterráneo.
Entonces le volvió exaztamente lo que
era. Se personó ante el rey y al verle la princesa le echó los brazos al
cuello, diciendo:
-Éste es mi salvador y mi esposo al
mismo tiempo.
Celebraron las tres bodas en un día:
la de Juanillo, la de Aplanamontes y la de Arrancapinos. Lo cual, Aplanamontes
y Arrancapinos estaban muy disgusta-dísimos el volver a ver a Juanillo, que
ellos creyeron no volverle a ver jamás.
Después que hizon las tres bodas, los
otros siempre estuvon al mandato de Juanillo. Lo cual, les tiraba alguna
indirezta en vista de lo mal que habían procedido con él cuando estuvo en el
jardín salvando a las tres princesas.
Y colorín colorao, este cuento se ha
acabao.
Villadiego,
Burgos. Narrador
LX, 29 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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