Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 30 de junio de 2012

El saco de embustres


130. Cuento popular castellano

Era un rey que tenía una hija. Y se puso la hija muy mala, y dijeron los médicos que ya se moriría; pero que si la llevaban una pera que había muy misteriosa -que no existía más que un árbol de ésos en el mundo, que quizás con un cachetín de esa pera se pusiera buena. Y entonces el rey publicó un bando, que el que la llevara esa pera se casaba con su hija.
Un pobre jornalero, que tenía tres hijos, dos listos y uno bobo, tenía un peral de ésos, y el peral aun tenía tres peras. Y dijo el padre a uno de los chicos mayores, que eran los listos:
-Mira, hijo; vas a ir a palacio a llevar una pera a la hija del rey y te casarás con ella. Pero a ver si lo sabes hacer bien. No se lo digas a nadie, no te vayan a quitar la pera. No digas ni lo que llevas ni adónde vas.
Se metió el muchacho la pera en la cesta y, según iba por el camino, se encontró con un enano, que le preguntó:
-¿Qué llevas en esa cesta?
-Morcilla catalana -contestó el muchacho.
-¡Morcilla catalana se te vuelva! -dijo el enano.
Llegó el muchacho en casa del rey y dijo que le dejaran pasar, porque llevaba la pera para que se pusiera buena la hija del rey y casarse él con ella. Le hicieron pasar; pero, al abrir la cesta, vieron que lo que llevaba era una morcilla catalana. Entonces el rey, en­furecido, le echó y le dijo que no era una mofa, y mandó que no volviera el portero a dejar pasar a nadie.
Entonces el chico se fue muy triste pa su casa y le contó a su padre lo que le había pasao. Y dijo su padre:
-¡Ah! Es que tú no sabes hacerlo. Verás cómo éste otro va y se casa con ella.
El padre metió otra pera en una cesta, pues entodavía queda­ban dos, y mandó al otro chico listo que fuera a palacio, pero que no se dejara engañar como su hermano; que tuviera cuidao, que no le sacaran la pera y le metieran otra cosa.
Y según iba en el camino, se encontró con el enano, y le pre­guntó éste:
-Oye, niño, ¿qué llevas en esa cesta?
-Canguingos guisados a la jota -contestó el chico.
-Pues, ¡canguingos guisados a la jota se te vuelvan! -dijo el enano.
Fue el chico para casa del rey, y le dijo el portero que no pasaba, que ya había ido otro y les había engañao, y que el rey estaba muy enfurecido. Pero ya, a tanto porfiarle, el portero le dejó pasar, pues decía el chico:
-¡Señor, señor! La traigo envuelta en un papel fino, que la envolvió mi padre.
Le dejaron pasar; pero, al ir a sacar la pera de la cesta, se en­contraron con que traía canguingos guisados a la jota. Conque le pegaron y le echaron de allí, y dijo el rey que si volvían con mofas, que le mandaba prender.
Se fue el chico pa casa y le contó a su padre lo que le había pasao.
Entonces, el otro, el bobo, que era pastorcito, le dijo a su padre:
-Déjeme usted, que yo voy con la otra pera que queda. Y le dijo su padre:
-¡Tú vas a ir!... Si no lo han sabido hacer estos listos, y tú, que eres bobo, ¿qué vas a hacer? ¡No vayas! ¡No vayas!
Pero fue el chico al peral y, en una caja vieja que encontró, metió la pera. Y se marchó. Y en el camino se encontró con el enano, que le dijo:
-¿Qué llevas en esa caja?
-Pues, mire usted -le contestó el chico-, llevo una pera para la hija del rey y me voy a casar con ella. Y le dijo el enano:
-¡Una pera se te vuelva!
Llegó el chico a la casa del rey, y le dijo el portero que no pasaba, que el rey estaba muy enfurecido y había dao orden de que no pasara nadie. El chico entonces le dijo que llevaba la pera, y que si quería, que se la enseñaba, que la llevaba en aquella caja. Conque le dejaron pasar. Y al ver que lo que llevaba era la pera, le llevaron a la cabecera de la cama de la hija del rey y la dieron a ésta un poquitín de pera. Y en seguida se puso buena.
Cuando ella vio que el que había llevao la pera era un pas­torcito y bobo, dijo que no se casaba de ninguna manera con ese hombre. Entonces su padre, el rey, le dijo al chico:
-Si haces tres cosas de las que te mande, te casas con mi hija. Tengo cien liebres en una cuadra. Si me las llevas a una pradera que tengo ahí muy grande y me las traes sin perder nin­guna, te casas con mi hija. Si no, no.
-Bueno -dice el chico. Pero me tiene usted que dar un día para pensarlo.
-Bueno, hombre. Lo que tú quieras -le dice el rey. Conque fue el chico y se puso a llorar al lado de una zarza.
Y pasó una vieja con unos dientes muy largos y le dijo:
-Pastorcito, ¿por qué lloras? Y le dice el chico:
-Es que llevaba a la hija del rey una pera para que se pusie­ra buena y ahora no me voy a poder casar con ella, porque dice su padre que tengo que sacarle cien liebres y llevárselas todas a casa sin perderle ninguna.
Le da la vieja una caja y le dice:
-Mira; ahí dentro hay una flauta. Cuando saques las liebres, la tocas, y todas irán bailando delante de ti.
Se marchó el chico en casa del rey y le dijo:
-¡Vaya! Ya estoy decidido a sacar las liebres.
Las contaron antes de salir, y las llevó el chico a la pradera, porque, según iba tocando la flauta, todas iban bailando delante de él. Volvió con ellas a casa por la tarde, y el rey le dijo:
-Está bien; pero tienes que sacármelas tres días.
Al día siguiente las volvió a sacar. Y fue el rey y se vistió de pobre; montó en un burro, y fue y le dijo:
-Pastorcito, ¿me vende usted una liebre?
-No, señor. Yo no vendo liebres a nadie -dice el chico.
-Ande usted, que yo le pago lo que me pida por ellas -le dice el rey.
Y tanto le estuvo insistiendo que le reconoció el pastor, y le dijo:
-No, señor. No las vendo, no siendo al que las gane por su trabajo.
-¿Qué trabajos hay que hacer, pastorcito? -preguntó el rey.
Y el chico le dice entonces:
-Dar un beso al burro debajo del rabo.
Se le dio el rey, le dio el chico una liebre, y se la metió el rey en una cesta. Pero cuando iba ya un poco lejos, tocó el chico la flauta, y la liebre empezó a brincar y escapó de la cesta y volvió al pastor.
El rey llegó a su casa y dijo:
-No hay medio de quitársela, hija.
Y dijo entonces la hija:
-Ahora voy yo, y verá usted que yo me traigo una pa acá.
Y se vistió de pobre; montó en una burra, y fue y le dijo:
-Pastorcito, véndame usted una liebre.
-No, señora. Yo no vendo liebres a nadie -la dice. Y ya empezó ella:
-¡Ande!... ¡Ande!... ¡Véndamela!...
El chico la reconoció entonces y la dijo:
-Yo no vendo liebres a nadie sino al que las gane con su trabajo.
-¿Qué trabajos hay que hacer, pastorcito? -preguntó.
-Recoger toda la basura y toda la porquería que hay en la pradera con las manos -la dice el pastorcito.
La recogió ella, aunque se manchó mucho las manos, y la dio él la liebre. La metió la hija del rey en la cesta, montó en la burra, y cogió la cesta bien agarrada pa que no se le fuera la liebre. Pero ya llegando un poco más alante, tocó el chico la flauta, y empezó la liebre a brincar, y no la pudo contener y escapó.
A la noche volvió el pastorcito con las liebres. Y al ver que no le podían engañar, le dijo el rey:
-Está muy bien; pero todavía tienes que hacerme otras cosas. Mira; tengo un cuarto lleno de algarrobas y lentejas. Si me las separas todas, sin quedarme ninguna envuelta, te casas con mi hija. Si no, no.
-Muy bien -dijo el chico.
Se metió en el cuarto y empezó a tocar la flauta, y salieron tantas hormigas que en un momento se lo separaron todo. A la mañana siguiente fue el rey y le dijo:
-Está muy bien; pero entodavía te faltan otras dos cosas. Tengo un cuarto lleno de pan; lo menos habrá doscientos panes. Si te los comes todos en una noche, sin dejar ni una miga, te ca­sarás con mi hija. Si no, no.
-Pues, muy bien -dijo el chico.
Le encerraron muy bien en el cuarto para que no pudiera sacar el pan. A medianoche el chico tocó la flauta, y salieron mu­chos ratones, tantos que casi le daba a él miedo, y se comieron todo el pan en seguida, sin dejar ni una miga.
Por la mañana empezó a llamar a la puerta:
-¡Abrid! ¡Abrid! ¡Que tengo hambre!
Conque fueron a abrir, y, al ver que se había comido todo el pan, le dijo el rey:
-Muy bien; pero falta entodavía una cosa. Esta noche, de­lante toda la corte, tiene usted que llenarme un costal de em­bustres.
-Muy bien, muy bien -dijo el chico.
A la noche fue el chico a palacio, y ya estaba toda la gente allí. Le llamaron, y dijo el chico:
-Oiga usted, señora princesa, ¿se acuerda usted cuando un pastorcito la hizo recoger toda la broza y toda la porquería de una pradera con las manos?
-¡Oy, pero qué embustre! ¡Qué embustre! -grita la hija del rey.
-¡Por Dios, que es incierto!
Y el chico, cada vez que decía la princesa que era un embus­tre, hacía que lo echaba para el costal.
Y luego le dijo el chico al rey:
-Usted, señor rey, ¿se acuerda cuando un pastorcito, por una liebre, le hizo a usted dar un beso al burro...?
-¡Ya está lleno! -le dice el rey. ¡Atale, que te casas con mi hija!

Sieteiglesias, Valladolid. Narrador XC, 7 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

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