130. Cuento popular castellano
Era un rey que tenía una hija. Y se
puso la hija muy mala, y dijeron los médicos que ya se moriría; pero que si la
llevaban una pera que había muy misteriosa -que no existía más que un árbol de ésos
en el mundo, que quizás con un cachetín de esa pera se pusiera buena. Y
entonces el rey publicó un bando, que el que la llevara esa pera se casaba con
su hija.
Un pobre jornalero, que tenía tres
hijos, dos listos y uno bobo, tenía un peral de ésos, y el peral aun tenía tres
peras. Y dijo el padre a uno de los chicos mayores, que eran los listos:
-Mira, hijo; vas a ir a palacio a
llevar una pera a la hija del rey y te casarás con ella. Pero a ver si lo sabes
hacer bien. No se lo digas a nadie, no te vayan a quitar la pera. No digas ni
lo que llevas ni adónde vas.
Se metió el muchacho la pera en la
cesta y, según iba por el camino, se encontró con un enano, que le preguntó:
-¿Qué llevas en esa cesta?
-Morcilla catalana -contestó el
muchacho.
-¡Morcilla catalana se te vuelva!
-dijo el enano.
Llegó el muchacho en casa del rey y
dijo que le dejaran pasar, porque llevaba la pera para que se pusiera buena la
hija del rey y casarse él con ella. Le hicieron pasar; pero, al abrir la cesta,
vieron que lo que llevaba era una morcilla catalana. Entonces el rey, enfurecido,
le echó y le dijo que no era una mofa, y mandó que no volviera el portero a
dejar pasar a nadie.
Entonces el chico se fue muy triste pa
su casa y le contó a su padre lo que le había pasao. Y dijo su padre:
-¡Ah! Es que tú no sabes hacerlo.
Verás cómo éste otro va y se casa con ella.
El padre metió otra pera en una cesta,
pues entodavía quedaban dos, y mandó al otro chico listo que fuera a palacio,
pero que no se dejara engañar como su hermano; que tuviera cuidao, que no le
sacaran la pera y le metieran otra cosa.
Y según iba en el camino, se encontró
con el enano, y le preguntó éste:
-Oye, niño, ¿qué llevas en esa cesta?
-Canguingos guisados a la jota
-contestó el chico.
-Pues, ¡canguingos guisados a la jota
se te vuelvan! -dijo el enano.
Fue el chico para casa del rey, y le
dijo el portero que no pasaba, que ya había ido otro y les había engañao, y que
el rey estaba muy enfurecido. Pero ya, a tanto porfiarle, el portero le dejó
pasar, pues decía el chico:
-¡Señor, señor! La traigo envuelta en
un papel fino, que la envolvió mi padre.
Le dejaron pasar; pero, al ir a sacar
la pera de la cesta, se encontraron con que traía canguingos guisados a la
jota. Conque le pegaron y le echaron de allí, y dijo el rey que si volvían con
mofas, que le mandaba prender.
Se fue el chico pa casa y le contó a
su padre lo que le había pasao.
Entonces, el otro, el bobo, que era
pastorcito, le dijo a su padre:
-Déjeme usted, que yo voy con la otra
pera que queda. Y le dijo su padre:
-¡Tú vas a ir!... Si no lo han sabido
hacer estos listos, y tú, que eres bobo, ¿qué vas a hacer? ¡No vayas! ¡No
vayas!
Pero fue el chico al peral y, en una
caja vieja que encontró, metió la pera. Y se marchó. Y en el camino se encontró
con el enano, que le dijo:
-¿Qué llevas en esa caja?
-Pues, mire usted -le contestó el
chico-, llevo una pera para la hija del rey y me voy a casar con ella. Y le
dijo el enano:
-¡Una pera se te vuelva!
Llegó el chico a la casa del rey, y le
dijo el portero que no pasaba, que el rey estaba muy enfurecido y había dao
orden de que no pasara nadie. El chico entonces le dijo que llevaba la pera, y
que si quería, que se la enseñaba, que la llevaba en aquella caja. Conque le
dejaron pasar. Y al ver que lo que llevaba era la pera, le llevaron a la
cabecera de la cama de la hija del rey y la dieron a ésta un poquitín de pera.
Y en seguida se puso buena.
Cuando ella vio que el que había
llevao la pera era un pastorcito y bobo, dijo que no se casaba de ninguna
manera con ese hombre. Entonces su padre, el rey, le dijo al chico:
-Si haces tres cosas de las que te
mande, te casas con mi hija. Tengo cien liebres en una cuadra. Si me las llevas
a una pradera que tengo ahí muy grande y me las traes sin perder ninguna, te
casas con mi hija. Si no, no.
-Bueno -dice el chico. Pero me tiene
usted que dar un día para pensarlo.
-Bueno, hombre. Lo que tú quieras -le
dice el rey. Conque fue el chico y se puso a llorar al lado de una zarza.
Y pasó una vieja con unos dientes muy
largos y le dijo:
-Pastorcito, ¿por qué lloras? Y le
dice el chico:
-Es que llevaba a la hija del rey una
pera para que se pusiera buena y ahora no me voy a poder casar con ella,
porque dice su padre que tengo que sacarle cien liebres y llevárselas todas a
casa sin perderle ninguna.
Le da la vieja una caja y le dice:
-Mira; ahí dentro hay una flauta.
Cuando saques las liebres, la tocas, y todas irán bailando delante de ti.
Se marchó el chico en casa del rey y
le dijo:
-¡Vaya! Ya estoy decidido a sacar las
liebres.
Las contaron antes de salir, y las
llevó el chico a la pradera, porque, según iba tocando la flauta, todas iban
bailando delante de él. Volvió con ellas a casa por la tarde, y el rey le dijo:
-Está bien; pero tienes que sacármelas
tres días.
Al día siguiente las volvió a sacar. Y
fue el rey y se vistió de pobre; montó en un burro, y fue y le dijo:
-Pastorcito, ¿me vende usted una
liebre?
-No, señor. Yo no vendo liebres a
nadie -dice el chico.
-Ande usted, que yo le pago lo que me
pida por ellas -le dice el rey.
Y tanto le estuvo insistiendo que le
reconoció el pastor, y le dijo:
-No, señor. No las vendo, no siendo al
que las gane por su trabajo.
-¿Qué trabajos hay que hacer,
pastorcito? -preguntó el rey.
Y el chico le dice entonces:
-Dar un beso al burro debajo del rabo.
Se le dio el rey, le dio el chico una
liebre, y se la metió el rey en una cesta. Pero cuando iba ya un poco lejos,
tocó el chico la flauta, y la liebre empezó a brincar y escapó de la cesta y
volvió al pastor.
El rey llegó a su casa y dijo:
-No hay medio de quitársela, hija.
Y dijo entonces la hija:
-Ahora voy yo, y verá usted que yo me
traigo una pa acá.
Y se vistió de pobre; montó en una
burra, y fue y le dijo:
-Pastorcito, véndame usted una liebre.
-No, señora. Yo no vendo liebres a
nadie -la dice. Y ya empezó ella:
-¡Ande!... ¡Ande!... ¡Véndamela!...
El chico la reconoció entonces y la
dijo:
-Yo no vendo liebres a nadie sino al
que las gane con su trabajo.
-¿Qué trabajos hay que hacer,
pastorcito? -preguntó.
-Recoger toda la basura y toda la
porquería que hay en la pradera con las manos -la dice el pastorcito.
La recogió ella, aunque se manchó
mucho las manos, y la dio él la liebre. La metió la hija del rey en la cesta,
montó en la burra, y cogió la cesta bien agarrada pa que no se le fuera la
liebre. Pero ya llegando un poco más alante, tocó el chico la flauta, y empezó
la liebre a brincar, y no la pudo contener y escapó.
A la noche volvió el pastorcito con
las liebres. Y al ver que no le podían engañar, le dijo el rey:
-Está muy bien; pero todavía tienes
que hacerme otras cosas. Mira; tengo un cuarto lleno de algarrobas y lentejas.
Si me las separas todas, sin quedarme ninguna envuelta, te casas con mi hija.
Si no, no.
-Muy bien -dijo el chico.
Se metió en el cuarto y empezó a tocar
la flauta, y salieron tantas hormigas que en un momento se lo separaron todo. A
la mañana siguiente fue el rey y le dijo:
-Está muy bien; pero entodavía te
faltan otras dos cosas. Tengo un cuarto lleno de pan; lo menos habrá doscientos
panes. Si te los comes todos en una noche, sin dejar ni una miga, te casarás
con mi hija. Si no, no.
-Pues, muy bien -dijo el chico.
Le encerraron muy bien en el cuarto
para que no pudiera sacar el pan. A medianoche el chico tocó la flauta, y
salieron muchos ratones, tantos que casi le daba a él miedo, y se comieron
todo el pan en seguida, sin dejar ni una miga.
Por la mañana empezó a llamar a la
puerta:
-¡Abrid! ¡Abrid! ¡Que tengo hambre!
Conque fueron a abrir, y, al ver que
se había comido todo el pan, le dijo el rey:
-Muy bien; pero falta entodavía una
cosa. Esta noche, delante toda la corte, tiene usted que llenarme un costal de
embustres.
-Muy bien, muy bien -dijo el chico.
A la noche fue el chico a palacio, y
ya estaba toda la gente allí. Le llamaron, y dijo el chico:
-Oiga usted, señora princesa, ¿se
acuerda usted cuando un pastorcito la hizo recoger toda la broza y toda la
porquería de una pradera con las manos?
-¡Oy, pero qué embustre! ¡Qué
embustre! -grita la hija del rey.
-¡Por Dios, que es incierto!
Y el chico, cada vez que decía la
princesa que era un embustre, hacía que lo echaba para el costal.
Y luego le dijo el chico al rey:
-Usted, señor rey, ¿se acuerda cuando
un pastorcito, por una liebre, le hizo a usted dar un beso al burro...?
-¡Ya está lleno! -le dice el rey.
¡Atale, que te casas con mi hija!
Sieteiglesias,
Valladolid. Narrador
XC, 7 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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