196. Cuento popular castellano
Un muchacho de Peñaranda se marchó a
la guerra, y allí lo mataron. Sus padres se afligieron; pero al cabo de cierto
tiempo, ya no se acordaban de Vicente, que así se llamaba el hijo, cuando una
noche una hermana que tenía, de seis años, empezó a asustarse, diciendo que
veía a un soldao.
Los padres se alarmaron y fueron a la
cama de la niña. La niña, asustada, decía:
-¡Mírenle, el soldao! ¡Mírenle, el
soldao!
Y ellos nada veían. Como esto sucedió
varios días, los padres, un día en que apareció el soldao a la niña, la dijeron
diera las señas del soldao. Y la niña dio perfectamente las señas que coincidían
con el hermano. Entonces los padres dijeron a la niña:
-Dile qué quiere.
La niña le preguntó y él la contestó:
-Que me digan una misa que me hace
falta el día de mi Santo.
Llegó el día de San Vicente Ferrer.
Entonces la familia toda, en pleno, dijeron la misa. Y al elevar el señor cura,
la niña vio al soldado otra vez y gritó:
-¡Mírele, padre, mírele! El soldado
que vi en casa, con el señor cura!
Con esto desapareció, y no lo
volvieron a ver.
Entonces declaran fiesta ese día para
todos los años. Entre la familia, pasados varios años, hubo alguno que quiso ir
a trabajar ese día, dándose los casos: primero, que uno fue a arar, y el primer
surco que dio, se le rompió el arado; otro, que fue a las viñas a cavar y, a la
primera vez que dio con la azada en la viña, se le rompió la azada y también
tuvo que ir a casa. Visto eso, siguieron haciendo fiesta ese día de San
Vicente.
Esto sucedió en Peñaranda.
Peñaranda
de Duero, Burgos. Narrador
XXXIX, 17 de julio, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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