90. Cuento popular castellano
Pues era un leñador que tenía
bastantes hijos. Y no vivía más que de la leña que traía. Y el pobre pasaba la
vida alambicando los gastos. De manera que un día dijo a la mujer:
-Esto no es vivir. Tantas liebres que
veo que llevan los pastores y ¡qué baratos los venden! Si yo me encuentro una,
me la voy a comer solo.
Efectivamente, al otro día encontró un
pastor que llevaba una liebre de venta. Y le preguntó si la vendía. Dijo que
sí. Se la compró y la dijo a su mujer:
-Vaya, aquí tienes la liebre. Ahora me
la arreglas y no dirás nada a los chicos. Me la voy a comer al monte.
Se marchó a lo más escondido del
monte, donde no se veía un alma, y se sentó a comerla. Pero su asombro fue
grande cuando, al alzar la cabeza, vio una mujer vieja, con unos dientes tan
grandes, que le dijo:
-Hijo, ¡buen provecho!
No le gustó mucho a Juan Holgado la
compañía; pero la invitó a almorzar con él.
-Bien, acezto la invitación -le dijo-.
Pero yo te lo recompensaré. A escote nada es caro.
En un dos por tres se comió la vieja
casi toda la liebre.
-Bueno -le dijo-. ¿Sabes, hijo, quién
soy yo?
-No, señora.
-Pues soy la Muerte.
-¿La Muerte ? -repitió él.
-Sí, no te asustes. Yo te haré médico.
-Pero señora, si no sé ni leer ni
escribir ni nada. ¿Cómo me va a hacer usted médico?
-Sí. Verás de que manera. Tú dirás a
tus hijos que dirán que eres médico, que todo lo curas. Y cuando vas a ver a un
enfermo, miras a la cabecera de la cama. Si me ves allí, dile que se muere; pero
si no me ves, pues agua de tinaja -llenas una botella y se la llevas-. Así,
luego que te hayas ganao algún dinero, te pones una levita, un sombrero y un
bastón.
Los chiquillos empezaron a decir que
su padre era médico. Y en el pueblo se reían de él. Pero un día de fiesta había
varias jóvenes en la plaza bailando -chicas regustas y de buena complexión. Y
dijo una de ellas:
-Chicas, por allí viene Juan Holgado,
¿Queréis que le digamos que estoy muy mala?
Viene Juan Holgado. Todas acogieron la
idea de la muchacha. La llevaron a casa como desmayada y en seguida llamaron a
Juan Holgado. Cuando entró Juan Holgado en la alcoba, vio que estaba la muerte
en el rincón de la cama. Y entonces dijo:
-Esta muchacha se muere sin remedio.
Y las compañeras no lo creyeron y se
echaron a reír. Y la familia estaba tranquila, porque se trataba de una broma.
Pero ¡cuál sería su asombro, que antes de bajar Juan Holgado la escalera, ya
se había muerto la muchacha!
Así se hizo célebre Juan Holgado. Le
llamaron otra vez a asistir a la hija del rey, que estaba muy grave.
-¡Ay, señor Juan Holgado! ¡Si salvara
usted a mi hija, todo lo que tengo le daría!
Entró en la alcoba, miró, y no estaba
la muerte en el rincón. Y entonces dijo él:
-Se salvará su hija.
Y fue a casa y trajo una botella de
agua de la tinaja. Se la suministró -que tomara unas cucharaditas diarias, y
la muchacha poco a poco se puso hermosa. Claro le recompensaron, y se hizo tan
célebre que tantos rendimi-entos tenía que compró una hermosa casa.
Y le había dado una cita la Muerte : que en el
transcurso de un año la hiciera una visita en el bosque en el mismo sitio en
que se habían visto la primera vez. Y salió él al bosque y la encontró. Y le
dijo la Muerte :
-Juan Holgado, ¿estás satisfecho del
escote que te prometí?
-Señora, sí. Estoy muy satisfecho. He
comprado una casa hermosa.
Y entonces le dijo la Muerte :
-Pues ten cuidado que no te se
desconche, pues el día que se desconche vendré por ti. Y la última visita te la
haré en tu casa, para ver tu casa.
Y llegó a casa y la dijo a su mujer la
entrevista que había tenido con la vieja.
-Que si se me desconcha la casa,
vendrá por mí.
La mujer se apresuró a traer un
albañil para que tapara todas las rendijas. Le tenían allí constantemente. Y
le tenían todo el año en su casa. Le había dicho la Muerte que la última visita
que le haría sería en su propia casa. Después de varios años se presentó a
hacerle la visita prometida. Y al mirarle la vieja vio uno o dos dientes y que
le faltaba ya el pelo y le dijo:
-Juan Holgado, ya sabes que te dije
que cuando te se desconchara la casa, vendría a por ti.
Y él, todo asustado:
-Pero, señora, tengo todas las
rendijas tapadas. Tengo un albañil todo el año en mi casa.
-No -dice. No te digo eso. La casa
que yo decía era tú mismo, la boca, y el pelo y todo. Te digo que te faltan ya
los dientes, el pelo y las energías. Te vienes conmigo.
Y terminó.
Peñafiel,
Valladolid. Narrador
XI, 29 de abril, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
Cuando era niña y leía el título de este cuento en el libro de mi hermana mayor tenía mucho miedo, solo logré leer el primer párrafo. Hoy decidí vencer este miedo y aquiestoy leyéndolo, muy bonito y ejemplar. Gracias
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