187. Cuento popular castellano
Había en un reino un rey déspota y
malo que sus vasallos no le querían, por ser sanguinario y de instintos malos.
Todo su reino conspiraba en sociedades secretas para arrancarle su vida. En una
de estas sociedades nozturnas de los conspiradores, en un subterráneo, les
sorprendió una voz, que al decir cómo matarían al rey -que no veían medio-
habló y dijo:
-Yo le mataré.
Entonces ellos, admiraos, volvieron la
cabeza y buscaron por todas partes. Y no encontrando el motivo de esa voz
misteriosa, preguntaron que quién era. Y entonces oyeron que decía:
-Soy una pulga.
Ellos, que desconocían lo que era una
pulga, porque en aquellas tierras no había pulgas -todo era admiración. Y
volvió a decir la voz:
-Yo le mataré. Yo le mataré.
-¿Dónde estás, pulga? -le preguntaron.
Y ella dijo:
-¡Aquí, encima de vuestra mesa! Todo
lo que hacéis y conspiráis no vale lo que voy a hacer yo. Primero me cogeréis
de encima, de los papeles.
Vieron un bicho tan pequeñito que no
se atrevían apenas a cogerle. Mas después dijo la pulga:
-Me llevaréis a las escaleras del
palacio, y, estando yo en palacio, el rey morirá.
Así lo hicieron, efectivamente. Y
saltando la pulga, escalera por escalera, se introdujo en la cámara del rey. Se
fue a buscar su dormitorio y se escondió en el gorro de dormir del rey.
Acostándose el rey esa noche en su
cama, empezó la pulga a darle picotazos y mordiscos, que no pudo dormir. Los
aduladores de palacio, cuando fueron a darle los buenos días, le dijeron, como
de costumbre, si había descansao. A lo que contestó que no, que había tenido no
sé qué que no le había dejao dormir.
Tras esa noche, otras noches
consecutivamente le pasó lo mismo. Hasta que tal punto que ya no comía, pues
el descanso es lo que más falta hace. Y a tal estado llegó de decadencia que ya
no se podía tener de pie. El rey tenía un crucifijo en su cuarto -era bastante
fanático, como de tantos reyes de esas tierras- y pidiéndole al Cristo que
tenía que le perdonara sus pecados y que le conservase la vida, dijo que le
haría todos los sacrificios del mundo por complacerle. Y entonces la pulga le
dijo:
-Que dejes la corona y abdiques de ser
rey.
Pero viendo el rey que venía la voz
tan extraña y misteriosa, le dijo:
-¿Quién eres, voz misteriosa?
-Soy una pulga.
-¿Una pulga? -replicó.
Cuando volvieron los aduladores a
preguntarle su estado de salud, les dijo que quería abdicar la corona por
salvar la vida. Entonces los cortesanos le dijeron que dejara la corona, y se
salvó el reino. Pero al poco tiempo murió el rey.
Peñafiel,
Valladolid. Narrador
XI, 29 de abril, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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