Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 30 de junio de 2012

La cajita magica

126. Cuento popular castellano

Éstos eran dos hermanos, que el uno era labrador y el otro estudiaba pa cura. Y cuando el segundo ya llevaba cuatro años de estudio, murió el padre. Y le decía el estudiante al labrador:
-El caso es que pa lo poco que me falta para hacer la carre­ra, se ha ido a morir mi padre.
Y le contestó su hermano, el labrador:
-Antes bien, estás a tiempo. Tengo que buscar un obrero pa esta simentera. Pues, debes de quedarte conmigo. Y el chico acertó.
Ya un día les faltó la simiente, y el labrador le mandó a su hermano a por ella. Volvió éste a su casa, metió el caballo en la cuadra y, antes de llevar la simiente a su hermano, se puso a hacer él la comida y comió. Después fue a por el caballo para echarle simiente y vio que en la cuadra había hecho un hoyo el caballo. Y se veía allí una losa. Levantó la losa y vio que había una habitación -pero muy bonita-, y en la habitación había un arca cerrada con llave. Trató de abrir el arca; pero no la podía abrir. Y él, discurriendo, se acordó que su padre tenía unas bra­gas tiradas en el gallinero. Fue allá el chico y encontró que esta­ba en el bolsillo de las bragas la llave. Abre el arca. Dentro de aquella arca había otra; dentro de aquélla, otra; y dentro de aqué­lla, otra; y dentro de aquélla, otra; hasta que quedó en una cajita muy pequeña.
Abre la caja, y la misma caja dice:
-Manda mi señor, que aquí me tienes. Y el chico dijo entonces:
-Que me presentes un coche a la puerta de la calle, con un tiro de caballos y muchos sacos de dinero pa ir tirándole por la calle.
Y en el acto apareció un coche a la puerta de la calle, con un tiro de caballos y muchos sacos de dinero. Y el chico ya no llevó la simiente a su hermano. Se fue a pupilo a una posada y todos los días abría su cajita, para pedirle dinero y tirarlo por la calle sigún iba en el coche.
Ya llegó el caso a oídos del rey, porque estaba muy empeña­da la España. Como el chico tiraba mucho dinero -de oro y plata- le escribió el rey al chico, que a ver si hacía el favor de alargarse por palacio. Y le contestó el chico que tanto había de palacio a su casa que de su casa a palacio. Y el rey ordenó que iría un piquete de tropas a por él. Y se puso él a la ventana de la posada, abrió su cajita y dijo que no quedara más que uno que se lo fuera a contar al rey.
Empiezan a salir hombrecillos de la caja; por cada soldao, tres o cuatro hombrecillos que salían de la caja. Con martillos les fueron matando a los soldaos. Fue el uno, el que quedó, a pa­lacio y le contó al rey lo que había sucedido, que les había matao a todos. Sólo le quedó a él para que se lo fuera a contar al rey. Y el rey, lleno de ira, mandó otro piquete de tropas, y que le llevaran arrastrando a palacio. Llegan las tropas en casa del chico, saca éste su cajita y dice:
-¡Que no dejes más que uno solo para que vaya a contárselo al rey también!
Y el rey le dijo al soldao que quedó:
-Me va a tener cuenta ir yo a por él.
Se puso en camino y llegó a la posada que estaba pupilo el chico, y dijo éste al rey:
-Si esto lo hubiera usted hecho antes, ahorrábamos de que hubiera muerto tanta gente.
Y le dijo el rey que estaba muy empeñada la España y había oído que él andaba tirando mucho dinero por las calles, y a ver si le hacía el favor de darle veinte o treinta millones de pesetas. Y le dijo:
-¡Hombre! A ver si haces el favor de ir a vivir al palacio conmigo.
Y el chico le contestó dándole las gracias -que no podía ser. Saca su cajita el chico otra vez, y dice la cajita: -Manda mi señor, que aquí me tienes.
-¡Que me presentes un palacio delante del palacio del rey, con las paredes de cristal y los chupiteles de oro! El rey tenía dos hijas y ya le dijo al chico:
-Te podrás casar con una de mis hijas. Y el rey les dijo a las hijas:
-Mañana viene un señor que tiene que ser novio de una de vosotras. Poneisos bien vestidas.
Y una de ellas tenía ya novio, y aquélla no se quiso arreglar. Y la otra vistió como princesa que era. Fue el chico, y, en vez de enamorarse de la que no tenía novio, se enamoró de la que le tenía. Llegaron a casarse y, en cuanto se casaron, como matrimo­no que era -anque de mala gana se había casao-, la enseñó la cajita, y la dijo que él alcanzaba con la cajita todo lo que él quería.
A los dos o tres meses vino el otro novio y la encontró casa­da. Y sucedió que el esposo había salido a paseo. Y se le había olvidado la cajita -la había dejado encima la mesa. La ve el novio -el que había tenido primero-, la abre, y le dice la cajita:
-Manda mi señor, que aquí me tienes.
Y dijo el novio:
-¡Que este palacio, con las paredes de cristal y los chupiteles de oro, que le lleves donde nunca haiga habido gente!
Viene su esposo de dar el paseo y se encuentra sin el palacio de cristal delante del palacio de su suegro, del rey. El marido de seguida empenzó a buscarle.
Ya llegó a tierras extrañas, y no le daban razón del palacio. Ninguno decía que le había visto. Él siguió andando y encontró una ermita, que en aquella ermita había un ermitaño. Y aquel ermitaño cuidaba todas las aves, que él tenía a su mando. Llegó el chico y le dijo al ermitaño:
-¿Usted me dará razón si ha oído de un palacio con las pa­redes de cristal y los chupiteles de oro?
-Siéntese un poco allí (en una silla que le sacó). Dentro de un poco vendrán las aves, y las aves nos darán razón si le han visto o no le han visto.
Vinon las aves. Les fue preguntando el ermitaño por el pa­lacio, si le habían visto. Ninguna de ellas daba razón del palacio. Dice el ermitaño:
-El águila real no ha venido. Parece que se descuida un poco. A los pocos momentos llegó el águila. Y le dice el ermitaño:
-¿Cómo has tardao tanto?
Dice:
-Porque he estao en un palacio con las paredes de cristal y los chupiteles de oro. Y allí tiraban mucha comida.
-¿Te atreverás a llevar a este señor al palacio?
-Sí le llevo; pero está muy lejos. Hace falta que me echéis bastante comida para llegar allá.
Se puso el chico a caballo en ella. Tomó vuelo el águila, y cada paso le decía el águila al chico:
-¡Dame carne!
-¡Toma carne!
Andaba otro trecho.
-¡Dame carne!
-¡Toma carne!
Otro trecho.
-¡Dame carne, que si no, te tiro! -¡Toma carne!
Se le terminó la carne al chico, y el águila pidió otra vez carne. Echó mano con un cortaplumas el chico y se cortó una tajada del culo, y le dijo al águila:
-¡Toma carne! Pero no me pidas más, que esto ya es mío. Y ya no le volvió a pedir más. Llegaron al palacio, y el águi­la... ¡ciega a comer!
Y el chico llamó en la puerta del palacio -a ver si hacían el favor de darle una limosna. Y le dijo la mujer:
-¡Oy, por aquí, pobres! ¡Tan lejos! ¡Nunca hemos visto gente por aquí! ¡Nunca hemos visto gente por aquí! -decía ella.
Le dieron de comer en una habitación cerca de ande estaban ellos, y les oía hablar. Y decía ella a él:
-¡Quién ha de decir que por esta cajita hemos de estar aquí!
Y ya se fue a acostar el pobre. Y vio que encima la mesa se les había olvidao la cajita. Se levanta el pobre, coge la caja, y dice ésta:
-¡Manda mi señor, que aquí me tienes!
-¡Que me presentes este palacio donde estaba!
Se puso delante del palacio de su suegro. Y el castigo que le dio el rey al otro novio fue de entreabrirle con dos tiros de caballos.

Astudillo, Palencia. Narrador LXXXVII, 14 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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