126. Cuento popular castellano
Éstos eran dos hermanos, que el uno
era labrador y el otro estudiaba pa cura. Y cuando el segundo ya llevaba cuatro
años de estudio, murió el padre. Y le decía el estudiante al labrador:
-El caso es que pa lo poco que me
falta para hacer la carrera, se ha ido a morir mi padre.
Y le contestó su hermano, el labrador:
-Antes bien, estás a tiempo. Tengo que
buscar un obrero pa esta simentera. Pues, debes de quedarte conmigo. Y el chico
acertó.
Ya un día les faltó la simiente, y el
labrador le mandó a su hermano a por ella. Volvió éste a su casa, metió el
caballo en la cuadra y, antes de llevar la simiente a su hermano, se puso a
hacer él la comida y comió. Después fue a por el caballo para echarle simiente
y vio que en la cuadra había hecho un hoyo el caballo. Y se veía allí una losa.
Levantó la losa y vio que había una habitación -pero muy bonita-, y en la
habitación había un arca cerrada con llave. Trató de abrir el arca; pero no la
podía abrir. Y él, discurriendo, se acordó que su padre tenía unas bragas
tiradas en el gallinero. Fue allá el chico y encontró que estaba en el
bolsillo de las bragas la llave. Abre el arca. Dentro de aquella arca había
otra; dentro de aquélla, otra; y dentro de aquélla, otra; y dentro de aquélla,
otra; hasta que quedó en una cajita muy pequeña.
Abre la caja, y la misma caja dice:
-Manda mi señor, que aquí me tienes. Y
el chico dijo entonces:
-Que me presentes un coche a la puerta
de la calle, con un tiro de caballos y muchos sacos de dinero pa ir tirándole
por la calle.
Y en el acto apareció un coche a la
puerta de la calle, con un tiro de caballos y muchos sacos de dinero. Y el
chico ya no llevó la simiente a su hermano. Se fue a pupilo a una posada y
todos los días abría su cajita, para pedirle dinero y tirarlo por la calle
sigún iba en el coche.
Ya llegó el caso a oídos del rey,
porque estaba muy empeñada la
España. Como el chico tiraba mucho dinero -de oro y plata- le
escribió el rey al chico, que a ver si hacía el favor de alargarse por palacio.
Y le contestó el chico que tanto había de palacio a su casa que de su casa a
palacio. Y el rey ordenó que iría un piquete de tropas a por él. Y se puso él a
la ventana de la posada, abrió su cajita y dijo que no quedara más que uno que
se lo fuera a contar al rey.
Empiezan a salir hombrecillos de la
caja; por cada soldao, tres o cuatro hombrecillos que salían de la caja. Con
martillos les fueron matando a los soldaos. Fue el uno, el que quedó, a palacio
y le contó al rey lo que había sucedido, que les había matao a todos. Sólo le
quedó a él para que se lo fuera a contar al rey. Y el rey, lleno de ira, mandó
otro piquete de tropas, y que le llevaran arrastrando a palacio. Llegan las
tropas en casa del chico, saca éste su cajita y dice:
-¡Que no dejes más que uno solo para
que vaya a contárselo al rey también!
Y el rey le dijo al soldao que quedó:
-Me va a tener cuenta ir yo a por él.
Se puso en camino y llegó a la posada
que estaba pupilo el chico, y dijo éste al rey:
-Si esto lo hubiera usted hecho antes,
ahorrábamos de que hubiera muerto tanta gente.
Y le dijo el rey que estaba muy
empeñada la España
y había oído que él andaba tirando mucho dinero por las calles, y a ver si le
hacía el favor de darle veinte o treinta millones de pesetas. Y le dijo:
-¡Hombre! A ver si haces el favor de
ir a vivir al palacio conmigo.
Y el chico le contestó dándole las
gracias -que no podía ser. Saca su cajita el chico otra vez, y dice la cajita:
-Manda mi señor, que aquí me tienes.
-¡Que me presentes un palacio delante
del palacio del rey, con las paredes de cristal y los chupiteles de oro! El rey
tenía dos hijas y ya le dijo al chico:
-Te podrás casar con una de mis hijas.
Y el rey les dijo a las hijas:
-Mañana viene un señor que tiene que
ser novio de una de vosotras. Poneisos bien vestidas.
Y una de ellas tenía ya novio, y
aquélla no se quiso arreglar. Y la otra vistió como princesa que era. Fue el
chico, y, en vez de enamorarse de la que no tenía novio, se enamoró de la que
le tenía. Llegaron a casarse y, en cuanto se casaron, como matrimono que era
-anque de mala gana se había casao-, la enseñó la cajita, y la dijo que él
alcanzaba con la cajita todo lo que él quería.
A los dos o tres meses vino el otro
novio y la encontró casada. Y sucedió que el esposo había salido a paseo. Y se
le había olvidado la cajita -la había dejado encima la mesa. La ve el novio -el
que había tenido primero-, la abre, y le dice la cajita:
-Manda mi señor, que aquí me tienes.
Y dijo el novio:
-¡Que este palacio, con las paredes de
cristal y los chupiteles de oro, que le lleves donde nunca haiga habido gente!
Viene su esposo de dar el paseo y se
encuentra sin el palacio de cristal delante del palacio de su suegro, del rey.
El marido de seguida empenzó a buscarle.
Ya llegó a tierras extrañas, y no le
daban razón del palacio. Ninguno decía que le había visto. Él siguió andando y
encontró una ermita, que en aquella ermita había un ermitaño. Y aquel ermitaño
cuidaba todas las aves, que él tenía a su mando. Llegó el chico y le dijo al
ermitaño:
-¿Usted me dará razón si ha oído de un
palacio con las paredes de cristal y los chupiteles de oro?
-Siéntese un poco allí (en una silla
que le sacó). Dentro de un poco vendrán las aves, y las aves nos darán razón si
le han visto o no le han visto.
Vinon las aves. Les fue preguntando el
ermitaño por el palacio, si le habían visto. Ninguna de ellas daba razón del
palacio. Dice el ermitaño:
-El águila real no ha venido. Parece
que se descuida un poco. A los pocos momentos llegó el águila. Y le dice el
ermitaño:
-¿Cómo has tardao tanto?
Dice:
-Porque he estao en un palacio con las
paredes de cristal y los chupiteles de oro. Y allí tiraban mucha comida.
-¿Te atreverás a llevar a este señor
al palacio?
-Sí le llevo; pero está muy lejos.
Hace falta que me echéis bastante comida para llegar allá.
Se puso el chico a caballo en ella.
Tomó vuelo el águila, y cada paso le decía el águila al chico:
-¡Dame carne!
-¡Toma carne!
Andaba otro trecho.
-¡Dame carne!
-¡Toma carne!
Otro trecho.
-¡Dame carne, que si no, te tiro!
-¡Toma carne!
Se le terminó la carne al chico, y el
águila pidió otra vez carne. Echó mano con un cortaplumas el chico y se cortó
una tajada del culo, y le dijo al águila:
-¡Toma carne! Pero no me pidas más,
que esto ya es mío. Y ya no le volvió a pedir más. Llegaron al palacio, y el
águila... ¡ciega a comer!
Y el chico llamó en la puerta del
palacio -a ver si hacían el favor de darle una limosna. Y le dijo la mujer:
-¡Oy, por aquí, pobres! ¡Tan lejos!
¡Nunca hemos visto gente por aquí! ¡Nunca hemos visto gente por aquí! -decía
ella.
Le dieron de comer en una habitación
cerca de ande estaban ellos, y les oía hablar. Y decía ella a él:
-¡Quién ha de decir que por esta
cajita hemos de estar aquí!
Y ya se fue a acostar el pobre. Y vio
que encima la mesa se les había olvidao la cajita. Se levanta el pobre, coge la
caja, y dice ésta:
-¡Manda mi señor, que aquí me tienes!
-¡Que me presentes este palacio donde
estaba!
Se puso delante del palacio de su
suegro. Y el castigo que le dio el rey al otro novio fue de entreabrirle con
dos tiros de caballos.
Astudillo,
Palencia. Narrador
LXXXVII, 14 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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