Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

La mujer que no cultivaba ninguna finca .026

Una mujer vivía con su marido y sus hijos en un lugar muy aleja­do. Y como era muy perezosa, no cultivaba ninguna finca. Salía al bosque y regresaba con lo que podía recoger. Un día encontró una gran finca en medio del bosque. Ella llenó su cesta y regresó a casa. Así que durante mucho tiempo toda la familia comió de aquella finca que la mujer había encontrado.
Pero sucedió que un día apareció la bruja del bosque, que era la propietaria de la finca, mientras la mujer estaba llenando la cesta: «¿Así que eres tú la que me roba todos los días? Prepárate, que voy a devorarte enseguida». La bruja sacó sus dientes y sus uñas para comer­se a la mujer ladrona, pero ésta le dijo: «Ten piedad de mí. Si no me matas y dejas que me lleve la comida, mañana te regalaré a mi hija».
Al día siguiente, la mujer llegó a la finca con su hija mayor y la entregó a la bruja. Ésta se encontraba satisfecha por el trato que había cerrado: «Puedes quedarte con toda la finca, si quieres. Pero aprende a cultivarla, si no quieres regalar a todos tus hijos». Y se llevó a la chica a su casa, donde tenía desde tiempo atrás a otra chica que también le habían regalado. Cuando la mujer regresó a su casa, al marido le extra­ñó que la hija mayor no llegara: «¿No había ido al bosque contigo?». Le respondió: «La he dejado mientras recogía la comida, y no la he vuelto a ver. Quizás se haya perdido en el bosque». El marido se acos­tumbró a comer bien y en abundancia, pero se entristecía cuando pensaba en su hija mayor. Y cada vez que preguntaba por ella a su mujer, ésta le respondía de mala manera.
Pasaba el tiempo. La mujer tuvo otro hijo: Cuando se hizo mayor, decidió irse de casa para buscar esposa. Su madre le preparó comida para el camino y, antes de emprender la marcha, su padre le regaló un bastón: «Puedes irte, hijo. Y si alguna vez te encuentras en grave peli­gro, este bastón te dará ayuda para hacerle frente».
El muchacho anduvo por el bosque durante mucho tiempo.. Al cabo encontró la casa de la bruja. Al verle llegar, las dos chicas se metieron en la casa. El chico se acercó y les dijo: «No tengáis miedo, no soy un extraño». Las chicas sentían vergüenza, pero cuando él hubo contado su historia le dijeron: «Eres tú mismo, como hombre, quien debe elegir a la mujer que quieres». Y eligió a la que era su propia her­mana.
Cuando la bruja llegó a la casa, preguntó al muchacho por qué razón se encontraba en ese lugar. Al concluir sus explicaciones, la bru­ja inquirió: «Y, de estas muchachas que ves, ¿no hay ninguna que te guste?». Él repitió la elección y la bruja convino que se quedara a vivir en la casa.
Pero como ambas chicas estaban acostumbradas a dormir en la misma cama, no quisieron separarse; y, durante largo tiempo durmie­ron los tres juntos. Hasta que la bruja decidió cambiar la situación y habló con la chica soltera: «¿No te das cuenta de que tu compañera ya ha encontrado marido? Debes dejar que se acuesten, solos».
Por la noche, cuando el chico quiso tocar a su mujer, apareció un ratoncito que le susurró al oído: «No toques a tu mujer, que es tu propia hermana». E igualmente, cuando la mujer se acercó a su mari­do, el ratoncito insistió: «No toques a este hombre, que es tu propio hermano». A ambos les quedó una honda preocupación por este suce­so, pero siguieron los consejos del animal. Por la mañana, el chico indagó sobre la familia de la muchacha. Ésta le contó lo sucedido: «Yo vivía en tal casa de tal poblado, hasta que mi madre me cambió por una gran finca de la bruja». Comprendieron que el ratoncito estaba en lo cierto, y que eran hermanos. El chico decidió: «Te llevaré de vuelta a casa con nuestros padres»i.
Llegó el día en que se habían propuesto escapar. Pidieron a la solte­ra que fuera al río a pescar. Y, mientras todos estaban fuera, aprove­charon la ocasión para huir. La compañera soltera se dio cuenta de que estaban tramando algo, de manera que volvió a la casa de improviso. Y, al no hallarlos, salió corriendo en su busca. Lloraba y gritaba mien­tras los buscaba por el bosque, así que decidieron aceptarla y prosiguie­ron la fuga los tres.
Cuando la bruja volvió a su casa y la encontró vacía, pensó inme­diatamente que querían hacerle una mala jugada. Empezó, pues, a volar, tan rápidamente que en poco tiempo los tuvo a su alcance. El chico, al ver que la bruja les atraparía, levantó su bastón y al instante apareció un gran muro de piedraii que la bruja no pudo cruzar. Y de esta manera pudieron llegar a su casa sin mayor problema.
Sus padres estaban muy contentos y le preguntaron: «¿Cuál de estas dos chicas que has traído va a ser tu mujer?». El chico les sorprendió: «Ni ésta ni aquélla. La primera es mi propia hermana, hija vuestra. La segunda no lo es, pero quiero qué viva aquí como si lo fuera. Todo esto ha sucedido por vender a vuestra hija a cambio de comida. ¿Es que tú, madre, no puedes cultivar la finca como todas las mujeres? Y tú, pa­dre, deberás decidir qué haces con ella, porque es una mala mujer».
El padre echó a la mujer de casa. Y desde entonces vivió feliz con sus tres hijos.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i En este cuento, el motivo del incesto no es central; sino el rescate de la hermana, del cual es un episodio. La no consumación del incesto es primordial para su mutuo re­conocimiento.

ii El motivo de un muro de piedra capaz de detener a una bruja que vuela, es poco coherente. No vuelve a aparecer.

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