Etundji,
el adivino, estaba harto de vivir a costa de los demás. Se metió en
el bosque y encontró la aldea de los animalesi.
El antílope estaba preparando la comida mientras los demás se
encontraban corriendo por el bosque. Dijo el adivino: «Siento
mucha hambre. ¿Por qué no me das algo para comer?». El antílope
se negó: «¿Cómo te voy a dar nada si todo esto lo estoy
preparando para mis compa-ñeros?». Entonces Etundji se enfadó con
él y lo mató de un solo golpe. Después comió todo lo que el
antílope había preparado.
Al
día siguiente volvió a la aldea y vio que esta vez se había
quedado el tigre. Al ver a Etundji, el tigre se puso al acecho:
«Ayer alguien se acercó por aquí y mató a nuestro hermano
antílope. ¿No serías tú?». Etundji disimuló su contrariedad y
respondió: «Nunca había estado aquí. Pero ahora siento hambre.
Dame algo para comen». El tigre también se negó y Etundji,
cogiendo su machete, le asestó un golpe mortal y comió todo lo que
quiso.
Al
tercer día era el elefante el que se había quedado como cocinero en
la aldea de los animales. Etundji sabía que aquella comida era
excelente, y se enardeció cuando también el elefante le
respondió con una negativa: cogió una cuerda, se la puso al cuello
y, con gran esfuerzo, le levantó. Luego empezó a asestarle
cuchilladas, hasta que también el elefante murió.
Cuando
los animales regresaron del bosque, estaban atemorizados: el
antílope, el tigre y el elefante habían muerto a manos de aquel
desconocido que, además, consumía su comida. La tortuga pretendía
quedarse al día siguiente, pero los demás no aceptaban que ésa
fuera la solución: «Si el antílope, el elefante y el tigre han
sucumbido, ¿qué puedes hacer tú?». Pero la insistencia de la
tortuga los convenció.
Ésta,
a la mañana siguiente, preparó una soga y se escondió debajo de la
cama. Cuando Etundji llegó a la aldea de los animales, vio que no se
había quedado nadie al cuidado de la comida y creyó que los
animales estarían atemorizados. Comió abundantemente y se echó
en la cama. Entonces la tortuga le echó la cuerda al cuello y lo
levantó. Luego lo ató y lo dejó inmovilizado hasta que llegaron
los demás animales.
Éstos
estaban muy contentos por la hazaña de la tortuga, y querían matar
a Etundji inmediatamente. Pero éste les aconsejó: «Será mucho
mejor que me metáis en un; bidón de agua hirviendo. Tendré una
muerte horrible y, si luego queréis comerme, sabré mucho mejor».
La
tortuga intentó convencer a los demás animales de que podría
tratarse de una trampa, pero no le hicieron caso y empezaron a hervir
el agua. La tortuga se marchó hacia el bosque, apesadumbrada.
Cuando
el bidón de agua se puso a hervir, Etundji pidió una copa e indicó
a los animales que lo miraran con atención. Éstos lo hicieron así
y Etundji, con la misma copa que le habían proporcionado, les echó
el agua hirviendo por los ojos, les cegó y a continuación les dio
muerte.
Etundji
tuvo comida, para él y para sus padres, durante una larga temporada.
Y sólo la tortuga, que había obrado con prudencia, se salvó de la
muerte.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
Es
una versión distinta del cuento 67 («La astucia de la tortuga y la
astucia del hombre»), que aquí se adscribe al ciclo de Ndjambu.
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