Ngwalezie
tenía una buena finca y trabajaba mucho. También recogía
muchos frutos. Y siempre le daba algo Ngwakondi, que trabajaba
poco y tenía una finca peor. Cada tarde, al regresar a casa,
descansaban un rato en un tronco caído en mitad del camino. Y
Ngwakondi, en lugar de sentirse agradecida por la bondad de
Ngwalezie, cada día la odiaba más.
Una
tarde, Ngwakondi regresó a casa antes de tiempo. Y lanzó un
maleficio en el tronco que utilizaban para descansar. Cuando
Ngwalezie vio que era la hora del regreso, no encontró a la
otra mujer. Así que volvió sola y, como hacían siempre, se sentó
en el tronco embrujado. Empezó a sentirse débil y, al llegar a
casa, murió. Ngwakondi se quedó con la finca buena y abandonó la
suya.
Más
adelante, sucedió que Ilombe se puso enferma. Se levantó de la cama
y, viendo que se encontraba débil, cogió unos frutos de Ngwakondi
y se los comió. Cuando la mala mujer regresó a casa y advirtió que
Ilombe se le había comido los frutos, la maldijo diciendo: «Ya que
has comido lo que no debías, busca a tu madre. Y que ella te dé
unos frutos semejantes, tanto si está viva como si está muerta».
Ilombe
no sabía a dónde ir. Empezó a andar sin rumbo por el bosque:
encontró a unas hormigas que estaban peleando, las separó y les dio
algo de comida; encontró a dos moscas que también peleaban, y a
toda una serie de animales que discutían entre sí: y a todos los
iba separando y les daba algo para comer. Por fin empezó a oír un
ruido, como si alguien estuviera cortando leña: se acercó, y vio
una casucha; y, junto a ella, un diente estaba cortando un gran
árbol. Le saludó, le ayudó a cortar el árbol, entró en la casa,
la limpió y lavó al mismo diente.
Éste
estaba muy satisfecho; y cuando Ilombe le contó el problema en que
se había metido, la tranquilizó y le indicó qué debía hacer:
«Siguiendo este camino, encontrarás un río. Escóndete en la
orilla, y espera a que llegue una hormiga con un cayuco hecho de
hojas de plátano. Ella te llevará al poblado de los difuntos. Pero
si te preguntan quién te ha llevado, no digas que ha sido la hormiga
sino las hojas de plátano. Entonces te acercarán a una casucha como
ésta, donde vive un viejo. Éste llenará su pipa, la encenderá y
echará el humo sobre tu rostro. Si resistes el humo sin parpadear,
te dirá dónde puedes encontrar a tu madre».
Ilombe
emprendió el camino del río y se escondió en la orilla. Cuando
llegó la hormiga, montó en el cayuco y la hormiga empezó a remar
hasta dejarla junto al poblado de los fantasmas. Éstos preguntaban
a Ilombe: «¿Quién te ha traído hasta aquí?». E Ilombe
respondía: «Las hojas de plátano». Entonces la llevaron frente
al viejo, que encendió su pipa y echó humo sobre su rostro.
Ilombe resistió la prueba, y el viejo le dijo: «La casa de tu madre
es la última. Entra por la puerta trasera; y no comas el primer
plato que te dé, porque será su propia teta».
Ilombe
entró en casa de su madre por la puerta trasera. Ésta la recibió
con gran alegría, y le preparó algo de comida. Pero Ilombe lo
rechazó: «Ahora no tengo hambre». Su madre conservó, pues, los
dos senos, y le dijo: «Cada noche hay un gran baile. Pero no salgas
de la casa, porque si alguien advierte que no estás muerta te
golpeará la espalda con un palo y vas a quedar jorobada». Ilombe se
encerró en el cuarto de la leña, y no salió para nada.
Al
día siguiente, su madre la acompañó hasta su poblado y le dijo:
«Voy a hacer una brujería contigo: me quedaré en el poblado y te
ayudaré en todo el trabajo que tengas. Pero serás la única que
podrá verme». Desde entonces, Ilombe cumplía maravillosamente
todas sus tareas, y su finca empezó a dar más frutos que la de la
propia Ngwakondi.
Esta
mala mujer, un día regresó a casa muy fatigada. Y al ver unos
frutos en la cocina se los comió. Pero los frutos eran de Ilombe. Y
ésta, al darse cuenta de lo sucedido, le dijo: «Ya que has comido
lo que no debías, busca a tu madre. Y que ella te dé unos frutos
semejantes, tanto si está viva como si está muerta».
Ngwakondi
salió al bosque, sin saber qué dirección tomar. Encontró a
unas hormigas que peleaban; y a unas moscas; y a otros animales. Pero
en lugar de separarlos, los pegaba; y no les dio nada para comer.
Cuando oyó que alguien estaba cortando leña, no quiso ayudar al
diente, ni entró para nada en su casucha porque le pareció
demasiado fea. Aún así, el diente le contó lo que debía hacer.
Pero
Ngwakondi no le hizo el menor caso: no quiso esconderse al llegar a
la orilla, y cuando los fantasmas le preguntaron quién la había
traído al poblado respondió: «Me ha traído la hormiga». Le
llevaron ante el viejo, y cuando éste le echó el humo de la pipa en
la cara agitó las manos para disiparlo. El viejo le advirtió: «La
casa de tu madre es la penúltima. Pero debes entrar por la puerta
trasera y no comer del primer plato que te presente, porque será su
propia teta».
Ngwakondi
entró en la casa de su madre por la puerta delantera. Y cuando ella
le presentó un plato, Ngwakondi pensó que estaba hambrienta
tras el largo camino y se lo comió. Su madre se quedó con un solo
pecho. Empezaba a atardecer, y le dijo: «Hija mía, mañana te daré
los frutos que has venido a buscar; pero no acudas al baile de esta
noche, porque si se dan cuenta de que estás viva te golpearán con
un palo que te dejará jorobada». La mala mujer no quiso que la
encerraran en el cuarto de la leña, y en cuanto empezó el
baile salió de la casa y se mezcló con los fantamas. Éstos, al
darse cuenta de que no era uno de ellos, empezaron a golpearla. Y, al
instante, le creció una enorme joroba.
La
madre de Ngwakondi, a la mañana siguiente, la acompañó a su
poblado. Pero, al ver que regresaba con aquella joroba, la gente se
apartaba de ella. Llegó a su casa, y tanto Ndjambu como sus propios
hijos no quisieron saber nada de ella, y tuvo que vivir sola y
abandonada por todos.
Quien
comete algo malo, acaba sufriendo por ello.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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