Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

El hombre que no aceptaba ni jefe ni leyes .097

En un poblado toda la gente vivía sin jefe que les dirigiera. Algunos se levantaron para decir: «¿Por qué no designamos a un jefe como hacen todos los poblados?». Hubo alguien que se opuso: «Si desig­namos un jefe, empezará a dictar leyes y tendremos que cumplirlas. Más vale que cada uno siga su camino, y que nadie sea más que los otros».
Al cabo de un tiempo, unos bandidos encontraron a ese hombre en el bosque y le pegaron. Él se dirigió a pedir ayuda, pero no hubo nadie en el poblado que quisiera socorrerle. Se quejó delante de todos: «¿Cómo es posible que cuando alguien se encuentra en apuros nadie le ayude?». Y le respondieron: «Esto sucede porque no tenemos a ningún jefe que pueda ordenar a los más fuertes que persigan a esos bandi­dos».
El hombre no compartía esa opinión. Se fue del poblado e intentó vivir en el bosque; regresó al cabo de poco tiempo, porque los animales le molestaban mucho. Le dijeron: «¿Otra vez por aquí? ¿Todavía crees que puedes hacer o saber exactamente igual que los demás?».
Como el hombre siguiera en sus trece, le llevaron donde vivía una tortuga y le propusieron: «Amiga tortuga, ¿puedes hacerle comprender que tú sabes más que él?». La tortuga se dirigió al hombre y le pidió que le preparara unos plátanos. Cuando ya estuvieron preparados, le indicó que se los metiera por el ano. El hombre empezó a hacerlo, y cuando le metía el último la tortuga apretó las nalgas y le quedó el dedo atrapado. Le dijeron: «Dices que eres tan listo como la tortuga; pero tendrás que regresar al poblado con el dedo metido en su culo».
El hombre no quería saber nada de la gente de su poblado; y deci­dió irse a un poblado vecino. Allí no poseía nada, así que tuvo que asociarse a dos delincuentes que cada día iban a robar la miel del rey del poblado. Un día, justo cuando estaban cogiendo la miel, sus com­pañeros le dijeron: «Te sabrá mejor si te bañas todo el cuerpo en ella». Así lo hizo, y en aquel momento el rey ordenaba que todo el poblado se reuniera. El hombre también quiso acudir a la llamada, para que no sospecharan de él. Y, a medida que iba caminando, las abejas se sen­tían atraídas por la miel y le seguían. El enjambre empezó a perseguirle y a picarle. Y el hombre sufrió una muerte horrible y quedó en eviden­cia delante de todo el poblado.
Todo esto le pasó por no querer comprender que muchas veces es necesario que alguien nos dirija.
Cuando, al cabo de un tiempo, del cadáver del cazador sólo queda­ban los huesos, los primeros huesos le dijeron: «¿No te advertí que yo había muerto por la boca?, Pues ahora ya somos dos los que hemos muerto por hablar demasiado».

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


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