En
una parte del río vivían los hombres y en la otra vivían los
animales. Cada día, de la parte de los hombres salía un cayuco con
un muchacho que recorría el río buscando pescado: barbos,
langostinos...
Un
día, en el anzuelo solamente había un barbo podrido. El muchacho
lo metió en el cayuco y se dirigió a la otra parte del río. Allí
encontró al antílope, que estaba preparando la comida para todos
los animales mientras los demás andaban por el bosque. El muchacho
le saludó, y le pidió sal, picante y hojas para poder preparar su
pescado. Cuando el antílope se lo hubo dado, el chico pretendió
poner su pescado en la olla, para irlo cocinando con el resto de
la comida que el antílope había dispuesto.
El
antílope no estuvo de acuerdo: «Espera un poco. Te dejaré meter
tu. pescado en la olla cuando yo haya terminado y separe la comida
para todos mis compañeros. Porque si tú ahora metes ese pescado
podrido en la olla, toda la comida adquirirá mal gusto». El
muchacho insistía, y llegaron a las manos: el muchacho pudo con el
antílope, le ató y lo colgó del techo; y entonces se comió una
buena parte de la comida, desparramó el resto por toda la casa y lo
desordenó todo antes de marcharse.
Cuando
los animales regresaron y se dieron cuenta de aquel desastre, se
enfadaron mucho con el antílope: «Volvemos a casa muertos de
hambre, y en lugar de encontrar la comida preparada lo encontramos
todo desordenado. ¿Para eso te has quedado?». El antílope les
contó todo lo que había sucedido, pero los demás no le hicieron
mayor caso y le castigaron a permanecer colgado del techo, tal como
el muchacho le había dejado.
Al
día siguiente, dejaron al mono al cuidado de la casa. El muchacho
también había pescado un pez podrido, y se repitió la misma
escena: el mono le procuró sal, picante y hojas; pero no permitió
que metiera su pescado en la olla junto con el resto de la comida. El
mono, después de una dura pugna, terminó también colgado del
techo. Y allí se quedó cuando los demás animales regresaron del
bosque y advirtieron que tampoco había sabido cuidar de la casa
suficientemente.
Durante
los días sucesivos, todos los animales que se quedaron a cuidar la
casa sufrieron la misma humillación. La tortuga, cada vez que
regresaban del bosque y observaban el nuevo saqueo del muchacho,
se ofrecía como voluntaria para el día siguiente. Pero nunca la
aceptaban. Hasta que el muchacho venció incluso al gran elefante.
Entonces decidieron permitir a la tortuga que al día siguiente se
enfrentara al chico.
Por
la mañana, la tortuga cavó un gran hoyo junto a la casa. Y metió
en él una cuerda que ató también a la pared. Cuando el muchacho
llegó y empezó a insistir en su deseo de meter el pescado podrido
en la olla, empezó la pelea. La tortuga, entonces, corrió hacia el
agujero; y, cuando vio que el muchacho seguía persiguiéndola,
estiró la cuerda y el muchacho cayó de bruces en el agujero.
De
vuelta a casa, los animales ponderaron la sabiduría y la astucia de
la tortuga. Descolgaron a todos los animales que habían sufrido la
humillación del muchacho, y se dirigieron hacia el agujero para
comérselo.
Entonces
el muchacho hizo gala también de una astucia refinada. Les dijo:
«Antes de matarme, os explicaré cómo podéis convertiros en
hombres blancos». Los animales se interesaron mucho por la cuestión,
atraídos por la idea de ser hombres y blancos. El chico prosiguió:
«Tenéis que cavar un gran agujero y clavar en el fondo muchas
lanzas con las puntas hacia arriba. Luego debéis saltar al hoyo con
los ojos cerrados; y al llegar al suelo ya seréis hombres
blancos. Solamente el que llegue el último continuará siendo un
animal».
Los
animales creyeron las argucias del muchacho: prepararon el hoyo,
metieron las lanzas y se tiraron a la muerte. El muchacho regresó
a su poblado y llamó a toda la gente. Acudieron todos al poblado de
los animales, los recogieron del fondo del agujero y se los llevaron
para comérselos. Su ambición les había hecho cavar su propia
muerte.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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