La
ardilla y la serpiente vivían en el mismo árbol. Estaban muy
hambrientas, y la serpiente apenas podía moverse. De manera que la
ardilla fue a ver si conseguía palmiste. Encontró un poco, volvió
al árbol y empezó a comérselo. La serpiente la contemplaba
angustiada, y al cabo le preguntó: «¿Cómo puedes comer sin
invitarme?». La ardilla respondió: «Es que me parece que tú
también podrías moverte un poco y buscar palmiste, tal como yo he
hecho».
Pero
la otra no se podía mover. Así pues, la ardilla tuvo que ceder e
invitarla: «Pero mañana irás tú a buscar comida».
A
la mañana siguiente, la serpiente tuvo que realizar un gran
esfuerzo para levantarse y acudir en busca de alimento. Encontró
palmiste, también, y lo llevó al árbol. La ardilla inquirió:
«¿Puedes decirme dónde has encontrado el palmiste?». Pero la
serpiente no quería descubrir su secreto: «Es que si te lo digo
irás a buscar más; y otro día que esté hambrienta no quedará ya
nada».
La
ardilla estuvo pensando mucho rato lo que podía hacer para comer.
Por fin, vio que la serpiente se adormecía; entonces cogió el
palmiste y se lo comió.
La
serpiente sufrió un gran disgusto: «¡No te hagas la ingenua! En
este árbol sólo vivimos tú y yo, de manera que solamente tú
puedes haberme robado el palmiste. ¿Cómo puedes pensar que aceptaré
vivir con una ladrona como tú?».
Y
ésta es la razón por la que la ardilla y la serpiente jamás pueden
estar juntas en el mismo lugar.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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